En Chapilca, Coquimbo, la textilería fue gatillada por la antigua práctica de trasladar los rebaños de un lugar a otro a cargo de crianceros que buscaban forraje para los animales. Así, podían sobrevivir a las largas y frías jornadas mientras las mujeres de la zona tejían los más finos ponchos y jergones, además de maletas o alforjas. Un oficio que sigue vivo gracias a artesanas que parten hilando el vellón aún sucio con sus manos o con ruecas. El resultado es un hilo grueso, firme, ideal para piezas que necesitan alta resistencia. Como lo tiñen todavía con impurezas, los colores tienen ciertas vetas, lo que le da una identidad única a cada creación. Después de hilar y teñir el vellón, lo lavan y limpian a mano, y una vez terminado el proceso, montan el telar de palo plantao’, que puede llegar a medir ocho metros de largo. Entonces, comienzan a dar vida a sus piezas. Montelar es el nombre de esta colección que fue desarrollada por Artesanías de Chile junto a la agrupación Tejedoras de Chapilca y la colaboración de la creadora de Acurruca Tejidos.