Paula 1146. Sábado 26 de abril de 2014.

MADRE MARATÓNICA

La atleta Érika Olivera plaificó sus cuatro primeros embarazos para que no coincidieran con sus entrenamientos para los cuatro Juegos Olímpicos en los que competido representando a Chile como maratonista.

La maratonista Érika Olivera (38) logró 12 medallas de oro, 11 de plata y 7 de bronce y marcó 28 récords chilenos y sudamericanos, todo con 5 hijos a cuestas: Eryka (16), Yunaira (12) y Yoslainne (8), de su primer matrimonio, y los dos menores, Ethan (6) y Daira (4), de su actual marido y también atleta, Leslie Encina. Hay pocas maratonistas profesionales que son madres, la mayoría deja el deporte cuando tiene hijos. Érika nunca pensó bajar el ritmo. Menos, dejarlo. "Esta es mi pasión", dice.

Reconoce que le costó irse un mes y medio a competir, en 1998, a la corrida de San Silvestre, en São Paulo, y perderse la celebración del primer cumpleaños de su hija mayor. "Me dio pena dejarla tan chica y perderme su fiesta de cumpleaños. Esas fechas, cuando estás lejos, causan nostalgia. Pero tengo que mantener la cabeza fría, porque no me puede afectar en la pista. Eso no significa que sea egoísta; es ser responsable con el compromiso que adquirí".

Érika planificó todos los embarazos para que no le coincidieran con los periodos de entrenamiento para las Olimpiadas. Todos, menos Daira, la menor, que llegó de sorpresa. "Hice una locura y competí en una maratón cuando mi hija tenía solo 3 meses. Me dolió todo el cuerpo desde que comenzó la carrera. Pero no me arrepiento: mi motivación fue la Dairita", dice.

Por las lesiones que ha acumulado en sus 27 años corriendo, hay días que entrena con dolor y se pregunta: ¿valdrá la pena? Érika responde: "Quiero aguantar dos años más, para clasificar a los Juegos Olímpicos de Rio 2016 y retirarme como la primera atleta chilena con 5 olimpiadas. El legado para mis hijos es que su mamá fue perseverante y cuando quiso lograr algo, luchó hasta que lo consiguió y si no lo consiguió, lo intentó".

SACÓ PEDIATRÍA CON TRILLIZOS Y UNA GUAGUA

La doctora Macarena Derado (37) llevaba un año estudiando su beca en Pediatría, cuando supo que esperaba trillizos. "Sabía que iba a ser difícil, por eso congelé la beca temporalmente. Pero tenía claro que, apenas pudiera organizarme con los trillizos, iba a volver a estudiar". Cuando cumplieron un año contrató a una nana puertas adentro y retomó su beca en el Hospital Calvo Mackenna. "Mucha gente, empezando por mi marido, me dijo que me quedara en la casa. Para mí esa posibilidad no existía en mi cabeza. Menos mal que no hice caso; ahora que me separé, estaría sin trabajo", dice.

A las dos semanas de retomar su beca supo que estaba embarazada ¡de nuevo! Pero esta vez de uno solo. "Fue tremendo, los trillizos aún estaban con pañales y mamaderas y ahora venía otra guagua. Me cuestioné si dejaba la especialidad para dedicarme 100% a ellos, pero sentí que no; ser pediatra era mi sueño desde los 8 años y no podía abandonarlo", dice. Tuvo a su cuarto hijo y volvió inmediatamente a su beca, con el menor de 3 meses y los trillizos de 2 años. Desde las 8 a las 6 de la tarde estaba en el hospital y volvía a bañarlos, darles comida, acostarlos; luego se quedaba estudiando hasta las 3 de la mañana. Terminó su especialidad en 2009, dos años después que los compañeros de generación y con cuatro niños entrando al jardín infantil. "En su minuto estuve muerta de sueño, con dolor de cabeza y pensando por qué estaba haciendo las dos cosas. Pero hoy creo que fue la mejor opción, porque me permitió seguir avanzando, aprender a ser muy metódica con mi crianza y dedicarme a lo que siempre quise en lo profesional", dice Macarena Derado, que hoy está terminando una subespecialización en Nutrición Pediátrica y además es vicedirectora de la Fundación Multillizos, que creó junto un grupo de mamás de trillizos hace 4 años.

LA BAILARINA ESTRELLA

En 2008 Natalia Berríos (38) se convirtió en la única primera bailarina del Municipal con un hijo al que criar, justo cuando comenzaban sus mejores años de carrera. En un medio donde muchas bailarinas optan por retrasar la maternidad o postergar sus carreras, ella decidió seguir adelante. "Muchas grandes bailarinas no tuvieron hijos, porque significa parar de bailar casi dos años. Y yo trabajaba día y noche para ser una gran bailarina. Pero cuando me enamoré, me vino el instinto maternal", dice. Desde que supo que esperaba a su hijo Tomás, en ningún minuto a Natalia se le pasó por la cabeza hacer a un lado la carrera de bailarina que había empezado a los 9 años. Hasta los 3 meses y medio de embarazo protagonizó Salomé, luciendo su vientre descubierto. Hasta casi los 8 meses siguió practicando a diario, al menos una hora, y a los 3 meses de nacer su hijo eran tantas sus ganas de bailar que volvió al escenario, aunque le dolía todo el cuerpo. Como recompensa a su obstinación, hace un año, al terminar la función de El lago de los cisnes en el Teatro Municipal, Natalia fue nombrada bailarina estrella, la máxima distinción que entrega el Ballet de Santiago y que solo han logrado seis bailarines en 55 años que tiene esta institución. El público la ovacionó, mientras su hijo Tomás, entonces de 5 años, entraba al escenario con un ramo de flores. "Ha sido sacrificado, pero mi hijo se pone muy orgulloso cuando me ve bailar. Estos son mis últimos años de bailarina y no me los quiero perder", afirma.

A 10 MIL KM DE DISTANCIA

A fines de 2007 la ingeniera en alimentos Loreto Muñoz, una de las mayores expertas sobre la semilla de chía en el mundo, fue aceptada en un doctorado en la Universidad de Santiago de Compostela. Una oportunidad que le permitiría liderar equipos de investigación científica en un área donde aún hay poquísimas mujeres. El problema era que tendría que pasar 6 meses al año en España –3 meses cada semestre– durante 4 años, cuando sus hijos Catalina y Diego tenían 11 y 2 años. "Dudé mucho, porque los niños estaban en una edad en que necesitaban a su mamá presente. Pero con Rafael, mi marido, estuvimos de acuerdo en que, aunque el costo familiar era alto, el esfuerzo valdría la pena", dice. En enero de 2008 partió a pasar sus primeros 3 meses en Santiago de Compostela, donde se dedicó a estudiar las propiedades nutricionales del mucílago de la chía, a las que las investigaciones de Muñoz entregaron sustento científico. A cargo de los niños quedó el padre, que comenzó a llegar a las 6 de la tarde para hacer las tareas y preparar mochilas y loncheras. También ayudaba la mamá de Loreto, que se fue a vivir con ellos. En el curso de su hija, el arreglo causó opiniones encontradas. Algunas mamás decían: "¿Cómo eres capaz de dejar a los niños tanto tiempo? ¡Pobre Rafael..!". Otro grupo de apoderadas, en cambio, la aplaudía: "¿Te vas y dejas al marido con los niños chicos? ¡Ídola!".

Loreto reconoce que fue duro para los niños. "A veces mi hija tenía algún problema y se me ponía a llorar por skype, o también el chico, porque me echaba de menos. Me moría de pena, pero a la larga a los niños esto les ayudó a crecer y ser más independientes. Para ellos es bueno que su mamá no esté siempre y en todo momento, aprendieron a valorar cuando sí estoy. Fue un aprendizaje para todos. Mi marido antes delegaba mucho en mí y aprendió a suplirme en un ciento por ciento", dice.

En 2012, Rafael y sus hijos viajaron a Santiago de Compostela a presenciar su defensa de título, con la que Loreto ganó un premio de Excelencia de Tesis Doctoral. Hoy, ella viaja al menos 4 veces al año a congresos científicos y sus hijos quedan a cargo de su marido. "Ahora que tienen 17 y 9 años, están acostumbrados", dice.

INUBICABLE EN LAS ALTURAS

Hay pocas mujeres pilotos. En Chile, solo 3,3 por ciento de las licencias de pilotos corresponden a una mujer. Alejandra de Frutos (30) tiene licencia de piloto comercial desde 2004 y es primera oficial de aviones Airbus 320 de 174 pasajeros en vuelos de hasta 4 horas. Además, tiene una hija de 1 año, Andrea. "Por recomendación del médico, durante todo el embarazo no pude volar para evitar riesgo para la bebé y porque, además, me podía restar concentración en el vuelo. Pero apenas terminó el postnatal volví a hacerlo. No se me ocurrió dejarlo por tener una hija chica".

Alejandra ahora pilota vuelos que van a destinos como São Paulo, Buenos Aires y Lima y también vuelos nacionales a Punta Arenas y Arica. Hay días que tiene jornadas extensas y algunos días al mes le toca dormir fuera, en alguno de los destinos que frecuenta. "Me encanta mi trabajo, pero a veces es duro siendo madre. Cuando me subo al avión el teléfono se apaga y quedo inubicable; si estoy viajando y se presenta algún problema tiene que resolverse sin mí. Pero no me queda otra que confiar que se solucione", dice. Y agrega: "Volar es adictivo y, además, se progresa, en la medida que acumulas horas de vuelo. Mi sueño es llegar a pilotar un avión más grande y hacer vuelos interoceánicos".

NO TOMÓ PRENATAL NI POSTNATAL

Pamela Fidalgo (42), chef ejecutiva de Coquinaria, levantó su segundo restorán, Alma, en Vitacura, y se ganó el premio a la Chef del Año –que por primera vez fue otorgado a una mujer por el Círculo de Cronistas Gastronómicos–, cuando estaba embarazada de su segundo hijo, Mariano (7). Su embarazo completo lo pasó trabajando. No tomó prenatal ni postnatal. Veinte días después del parto estaba de vuelta en la cocina.

"El Alma era mi primer restorán grande, yo era la dueña. Le estaba yendo muy bien cuando nació mi hijo y yo quería estar ahí, dirigiendo, viendo cada detalle. No podía delegarlo. Además, nunca sentí que el embarazo fuera un estado de enfermedad. O que por tener un hijo chico tuviera que ausentarme. Vivía al lado, entonces me escapaba a verlo", dice.

Con su primer hijo, Tomás (20), que nació cuando ella tenía 21 años y estaba recién salida de la carrera de Gastronomía, Pamela se vio enfrentada al mismo dilema, pero no estuvo dispuesta a disminuir la carga de trabajo.

"La gastronomía es una carrera súper machista, por los horarios. Pero es mi pasión y mis hijos lo saben. Ambos se han criado debajo de un mesón de cocina", dice.

Hoy piensa que el balance es positivo, aunque sacrificado. “Me costó dos matrimonios, porque mis pocos tiempos libres los dedico a mis hijos. Ellos saben que tienen una mamá cocinera que trabaja en otros horarios. Nunca me han reclamado, pero sí, cuando llego a la casa mi hijo menor me pide que me suelte el pelo y me saque la chaqueta de cocina”.