“Mis primeros meses como mamá fueron recomponer el recuerdo de ser hija”
“Mis papás se separaron cuando yo tenía nueve años y mi hermano cuatro. Después de eso, mi mamá se fue de Santiago con nosotros a vivir al campo y al año siguiente mi papá se fue a España y ahí se quedó. Si bien siempre tuve buenos recuerdos de mi infancia con ellos, antes de su separación, las historias, reproches y desencuentros de la adolescencia-adultez fueron con el tiempo ocupando un lugar más importante y marcaron mi relación con ellos.
Ser mamá me conectó de una manera sutil con mi primera infancia. Al principio no me di cuenta mucho de eso, hasta que me vi cantando canciones que no tenía conciencia que me sabía, tarareando y jugando a juegos que no recordaba haber jugado. A ratos sentía un amor profundo y una seguridad en lo que hacía que contrastaba con todo lo que leía que se supone que le pasaba a una mamá primeriza. En un momento lo atribuí al hecho de haber sido mama “vieja”, pero después me di cuenta de que lo que afloraba era en realidad la memoria emotiva de cómo había sido maternada.
Mi mamá era estudiante cuando me tuvo, y gracias a eso, estuvo harto en la casa hasta mis 4 años. Mi papá, por su lado, aunque no estaba tanto en la casa en el día a día, era un hombre bien deconstruido para la época y fue un papá muy presente en lo emocional. Hay un recuerdo que me ha venido cada vez que acuesto a mi hija ahora que está más grande, y es la suavidad con la que él me sacaba los colets antes de acostarme y leerme un cuento. Unas manos enormes que, sin embargo, lograban ser muy delicadas.
Mis primeros meses como mamá fueron en gran parte el recomponer el propio recuerdo del ser hija. Perdonar lo que tenía que perdonarle a mis padres y agradecerles por el amor que me habían entregado. Me reconcilié con mi propia historia a la vez que sentí que la seguridad que emergía en mí, venía un poco de ahí y un poco de la vida, que siempre me había puesto cerca de alguien a quien cuidar. Al final, mi primer maternaje había sido con mi hermano menor, con quien desarrollé una relación profunda y que también cambió después de que parí.
Tuve conciencia de que los padres podemos cometer muchos errores con los hijos, y seguro yo también los cometeré con la mía, pero el tronco que se forja en la primera infancia cuando se cría en el amor, es una herramienta muy potente para poder superar los embates de eso y de todo lo que viene después con la vida.
La responsabilidad de criar a otro es enorme y la mayoría de las veces uno duda de si lo está haciendo bien. Ese miedo supongo que nunca desaparece. Lo importante, para mí al menos, es tratar de hacerlo como lo hicieron conmigo, porque en esos momentos difíciles son mis padres, en una presencia atemporal invisible, los que me sostienen.
Carla tiene 38 años y es abogada.
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