Mis tardes sumergida en Laguna

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No me da vergüenza confesar mi adicción a la televisión durante mis años teen. Hasta hace no mucho tiempo pensaba que en esa época había sido mi mejor compañera porque, además de vivir en una ciudad chica y fome como Curicó, mi alma de adolescente ermitaña creía que era un panorama más entretenido pasar mis tardes viendo realities de MTV que haciendo planes con mis amigas del colegio a las que ya veía toda la semana. Ahora creo que la razón fue que en esos años -y por varios más- no tuve un grupo de amigas tan afiatado, querido y sincero como el que tengo en este minuto de mi vida. Recuerdo que a mis 14 años me encantaba y me llamaba mucho la atención ver las amistades, enemistades, amores y desamores de las protagonistas de Laguna Beach. Dejando de lado lo ultra maqueteado que pudiese llegar a ser el programa, una parte de mí se imaginaba viviendo alguna de esas historias en el futuro. Porque esos dramas entre amigas y amigos, que se conversaban por horas sentados en un restorán o simplemente en el living de la casa de alguno de ellos, son en realidad transversales a cualquier amistad, en cualquier lugar del mundo y a cualquier edad.

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