Cuando la fotógrafa estadounisense Lucy Gray se encontró con la primera bailarina del Ballet de San Francisco, Katita Waldo, sosteniendo a su hijo de tres semanas en brazos en el supermercado, se preguntó cómo lograban las bailarinas conciliar dos pulsiones tan intensas como la danza y la maternidad. Decidió entonces seguir la evolución de tres estrellas de la danza con sus bebés y mostrarle a las madres trabajadoras de Estados Unidos ejemplos de mujeres que lograran sobrellevar una vida profesional intensa después de convertirse en madres. Lucy terminó consagrando 14 años de su profesión a este registro, en una obra que llamó Balancing Act y que se transformaría luego en un libro. El resultado fueron hermosas fotografías de las bailarinas ensayando embarazadas, amamantando a sus bebés en los descansos o ejecutando sus performance bajo la mirada de sus hijos e hijas. Imágenes en este mismo estilo se registraron también aquí, en Chile, en la residencia SOMOS, del Centro NAVE. En julio de este año, cuatro mujeres, entre bailarinas y coreógrafas, provenientes de distintas partes del pais, se unieron para discutir, socializar, experimentar y crear en torno a la maternidad y la danza. El pasado octubre culminaron con una muestra del proceso donde convivieron cinco días con sus bebés, entre 9 meses y tres años. Las preguntas que intentaron responderse en ese encuentro fueron cercanas a las que la fotógrafa Lucy Gray se hizo aquella vez en el supermercado: en una disciplina que requiere tanta constancia y exigencia física ¿qué ocurre cuando una bailarina decide ser madre? ¿Cómo se vuelve a relacionar con el cuerpo? ¿Cómo se vive de la danza mientras se cría?
La investigadora mexicana Margarita Tortajada, pionera en los estudios de género dentro de la danza, en su libro Danza y género, señala que mientras culturalmente las mujeres obtienen cierto reconocimiento social por ser madres, “la bailarina lo pierde, pues la aparta de la danza, lugar donde se consuma y se manifiesta como cuerpo. La bailarina vive la maternidad como un obstáculo para su trabajo concreto, pues afecta a su cuerpo-instrumento, lo modifica, le resta posibilidades de vivirlo en la danza”. En un escenario así se vio también la coreógrafa Andrea Garrido al convertirse en madre. “Al iniciar mi proceso de maternaje empecé a ver el trabajo como un lujo, me di cuenta de que para todas las mujeres el proceso de puerperio era complejísimo, un periodo de mucha soledad, de muerte de tu antiguo yo, y eso tratar de aterrizarlo a lo laboral es difícil. Desde ahí empecé a sentir la necesidad inquietante de poder instalar un espacio que pudiese discutir o revelar esta realidad, de poder acompañarnos entre las compañeras de la danza que pasamos por este proceso”. Fue entonces que, a partir de encuentros semanales entre puérperas del mundo de la danza, que agrupó bajo la residencia SOMOS, fue encontrándose con experiencias similares a las que estaba viviendo. “Sentía que mi danza había muerto”, fueron algunas de las frases que se escucharon en esas conversaciones. “Para quienes no se dedican a esto lo pueden ver como algo superficial. Pero cuando alguien dedica su vida a este trabajo y con todo lo que eso conlleva a nivel familiar, laboral, económico, etc., es muy frustrante”.
Una de las residentes convocadas a SOMOS fue la intérprete Brenda Lizama, quien estaba viviendo un puerperio intenso con la llegada de su hija Ema en medio de la pandemia. “Como siempre la danza era lo único que me sanaba, me daba una oportunidad de poder sentirme libre, sentirme que estoy en otro lugar, en otros estados, en otras circunstancias. Vi en esta residencia una oportunidad de tener un espacio en el que podía comentar mis vivencias y experiencias a través de la creación artística con otras mujeres. Fue maravilloso poder crear y tener espacios tan coordinados como tan estructurados a pesar de que está el caos del puerperio. Nos costó bastante sacar de nuestras mentes y nuestros cuerpos esta exigencia típica del creador, que tiene que haber un principio creativo, un proceso creativo y un cierre. Y no, no se trataba de aquello, con la maternidad tenemos que crear según las necesidades que tenemos”.
La coreógrafa, bailarina y académica de la facultad de artes de la Universidad de Chile, Claudia Vicuña Corvalán, a 8 años de haberse convertido en madre, hace también un balance de los cambios en su carrera. “La maternidad trae grandes cambios para todas las mujeres y quienes trabajamos con el cuerpo como soporte, creo que somos más conscientes de estos y más susceptibles también. En mi caso la llegada de mi hijo fue más bien tardía, por lo que ya había desarrollado una carrera en extenso, sin embargo, esto hizo que tuviera que hacer una pausa más prolongada de lo previsto puesto que físicamente trajo algunas consecuencias que me costó recuperar. Esta pausa también significó que se despertaran algunas incertidumbres sobre cómo seguir adelante, cuánto luchar por volver a ser como antes, cuánto aceptar los cambios, qué cambios hacer en mi carrera. Mi danza cambió, mis intereses también. Ahora como intérprete y creadora estoy en otros problemas creativos, impulsados en parte por los cambios devenidos de mi embarazo y en parte por la madurez.” En lo personal, Claudia también observa cómo van cambiando las prioridades en relación al oficio. “Soy del tipo de mamá que prioriza estar con su hijo antes que tomar trabajos que puedan mantenerme alejada de él por tiempos largos o con horarios que no me permitan acompañarlo efectiva y afectivamente.” Lo que más le ha costado en este tiempo conciliar, dice, han sido los horarios y la forma de organizarse entre su trabajo docente, su propias creaciones independientes y su rol de madre; algo que no concibe sin la red de apoyo que tiene. “Todo debe siempre acomodarse a la organización familiar para el cuidado de mi hijo. En este sentido tengo una pareja maravillosa, que también es artista y que ha sido un apoyo fundamental para poder seguir desarrollándome como creadora y bailarina. Gracias a este apoyo he podido seguir produciendo obras, creando, interpretando... en un ritmo más tranquilo que antes, pero que me ha permitido seguir activa en mi profesión. Hoy mi hijo me acompaña a las funciones o a los ensayos, mi pareja trabaja en el mismo teatro y me siento muy feliz cuando siento y veo que como familia estamos cerca y nos apoyamos”.
Una reflexión similar hace la bailarina de danza contemporánea Natalia Bakulic, hoy de 38 años y con una hija de 3. “Mi oficio cambió desde mi cuerpo. Hay una transformación tanto física como emocional, espiritual, mental y de visión de vida. Hay un cambio importante energético, además, uno está muy cansada, no tienes ya la energía que tenías antes para estar haciendo muchas clases diarias o ensayando muchas horas, sobre todo cuando duermes mal”. Natalia no solo reconoce los cambios físicos tras la maternidad, sino también, al igual que Claudia, un cambio en relación a la forma en que aborda el oficio. “Antes de ser madre la danza era lo más importante o lo prioritario, pero hoy en día no es así. Es muy importante para mi alma, pero mi prioridad es el bienestar de mi hija y nuestras relaciones como familia. Desde ahí lo otro. La danza requiere mucha exigencia, es un rubro de mucha inestabilidad, no solo económica sino emocional, porque muchas veces te deja la sensación de ingratitud, eso me pesaba mucho en el cuerpo y corazón antes de ser madre, hoy me pesa, pero más liviano”. Después de dos años de pandemia, Natalia recién se vuelve a incorporar a la danza presencial y observa cómo la maternidad en estos años ha aportado a su baile. “Para ser mamá hay que ser una buena artista, es un acto súper lúdico, creativo y expansivo y el arte es eso también. Siento que hoy bailo con más calma, sin tanta ansiedad, con más profundidad también. Es un cuerpo con más experiencia, un cuerpo ha vivido más por haber estado embarazada, parido, y hacer este viaje de la maternidad. Entonces, más alla de cómo cambia el oficio y el entorno y el medio de la danza, siento que el lugar desde donde se baila, interpreta y crea es un lugar con más templanza. Con más calidez, disfrute y placer”
Tanto Andrea, Brenda, Claudia y Natalia coinciden sobre la importancia de rodearse en un ambiente laboral que permita la empatía, el respeto y la conciliación de la maternidad con el oficio. “El mundo de la danza y el arte te limita cuando eres madre, porque tú tienes más limitaciones de tiempo, espacio y energía” dice Natalia. “Sobre todo los profesionales que no tienen hijos caen un poco en eso, simplemente no les sirves. Por lo mismo una se siente más cómoda trabajando con bailarinas o coreógrafas que ya han pasado por esto, porque hablamos el mismo lenguaje”. “La danza sigue teniendo hoy en día más mujeres que hombres trabajadores”, agrega Claudia, “lo que hace que la maternidad sea una realidad muy concreta y palpable a diario. Somos muchas madres con hijos de diversas edades y muchas veces vamos con ellos a ensayos, funciones o a dar clases y entre todos nos apoyamos”. Algo que también concluye Brenda tras la residencia: “Me volví a reconectar con el goce, el disfrute, con el placer de maternar en tribu y además creando. Una baila y la otra cuida, como una danza eterna. Me siento segura en ese espacio”. La conclusión que saca Claudia al respecto es que precisamente ese soporte colaborativo es lo que hace falta: “que el sistema entero comprenda y valore la maternidad, que exista un real apoyo para este proceso, que hayan flexibilidades horarias, salas cuna, y que se entienda profundamente que el bienestar de las niñas, niños y sus madres es el bienestar de toda la sociedad”.