Angelica Baragaño (78) fundó Corpaliv, una organización sin fines de lucro sostenedora de una escuela especial gratuita, creada en 1992 con el fin de acoger, orientar y acompañar a niños, niñas y jóvenes con discapacidad múltiple y a sus familias. En 2000, gracias a un convenio con el Ministerio de Bienes Nacionales, se obtuvo en comodato la casa donde está ubicado su proyecto más importante: la Escuela Especial, autorizada por el Ministerio de Educación.

Pero su acercamiento a los niños y niñas comenzó mucho antes, en 1971 en Denver Colorado cuando nació Pablo, su primer hijo. Inmediatamente, observaron que uno de sus ojos no se encontraba desarrollado, era tan poco usual que no le pudieron dar un diagnóstico. Lo que supieron después fue que su hijo era ciego.

A los pocos meses volvieron a Chile, tierra natal de Angélica, donde comenzó a notar retrasos en el crecimiento de Pablo, hablaba poco y lo que decía era repetición de lo que se le había preguntado o indicado con anterioridad, tenía problemas para controlar el esfínter en las noches, ingería sólo algunos tipos de comida, entre otros indicadores de que algo no iba bien. Pero estos aspectos que se hicieron más evidentes al nacer el segundo hijo de Angélica, con quien pudo comparar su desarrollo.

“Yo era muy miedosa, lo hice muy mal y ahora que me doy cuenta. Era demasiado aprensiva, no innovaba ni tomaba riesgos, porque temía que algo malo le fuera a pasar”. Al ingresar al jardín “Colorín Colorado” le recomendaron una profesora experta en personas ciegas. Ella la incentivó a tomar distancia y dejarlo más libre.

Al comenzar la época de colegio, no pudo encontrar uno adecuado. Existían opciones para ciegos, pero Pablo no sólo se encontraba en situación de discapacidad visual, por eso probó con una alternativa para niños con síndrome de Down, pero tampoco funcionó.

Finalmente ingresó a una escuela de Fundación Luz. Allí conocieron a otra mamá con un hijo en las mismas condiciones que Pablo y comenzaron a ver que tenían necesidades en común. “La opción para esta madre y para mí siempre fue crear una escuela especial para tener la oportunidad de un lugar que los acogiera, enfocado en las discapacidades múltiples. Así junto a otros apoderados, organizamos un grupo que representara la voz de estos niños.”

Los apoderados se reunieron para iniciar la Corporación de Padres y Amigos por el Limitado Visual (Corpaliv). Comenzaron físicamente en una Iglesia que les cedió un espacio y con lo recaudado por los padres, contrataron a su primera profesora.

“Mi verdadera familia son mis amigas”

La madre de Angélica falleció cuando ella tenía 10 años, su papá se casó rápidamente con una mujer “que no fue”, explica y creció con carencia de un círculo familiar sólido.

Por el lado paterno tenía dos hermanas mayores previas al matrimonio con su mamá, tenía un hermano mayor de su mismo núcleo familiar y su madrastra tenía otra hija que siempre consideró como su hermana, aun así, fue muy solitaria. Su hermano se casó rápidamente también y no se preocupó de ella. “Pasaba en las casas de mis amigas con sus madres, siempre fue así”, recuerda.

Una de sus mejores amigas asistía a un internado de las Monjas de la Providencia y eran tantas las buenas anécdotas que le contaba de aquel lugar, que intentó convencer a su padre para que también la matriculara allí. Él accedió de buena gana, pues era más fácil si pasaba sus semanas de interna. “Aquí conocí las grandes amigas de mi vida”, relata Angélica.

Sin embargo, al rendir la prueba de bachillerato tuvo un mal resultado y no le alcanzó para estudiar derecho como ella quería. Entonces ingresó a una escuela para aprender taquigrafía y dactilografía, pero un pariente político, oficial de la fuerza aérea, le dio una mejor alternativa que fue estudiar en IBM para aprender informática. Él le concedería uno de los cupos de la fuerza área.

Allí inició su carrera, primero como digitadora, luego como operadora y, por último, como programadora, dice que hoy sería una técnica en informática. Siete años después, trabajando en la fuerza área, se casó con un oficial con quien se iría a vivir a Denver Colorado.

Ya con tres hijos dentro del matrimonio, su marido la abandonó y sus amigas volvieron a convertirse en su familia. Incluso hoy, a sus 78 años, vive con una de ellas en Tunquén.

A pesar de tantos inconvenientes, Copaliv le ha enseñado que los sueños sí se pueden cumplir. “Este proceso me enseñó a ser admiradora de la solidaridad de las personas. Muchas dan sin tener ninguna relación a la causa”, destaca, pues es gracias a ellos que la corporación pudo surgir.

Actualmente, no sólo tienen una escuela, sino que también un taller laboral para desarrollarse una vez que los jóvenes egresan a los 24 años. Esto les permite generar ingresos trabajando en distintos proyectos como, por ejemplo, creando regalos para trabajadores a petición de diferentes empresas.

Pero la inquietud que le sigue a Angélica es ¿Qué pasa con estos niños después de que sus padres se mueran? Su sueño es crear una casa de acogida para que niños y jóvenes puedan vivir ahí. “Mi propósito es que otras personas cuenten con las mismas oportunidades que ha tenido Pablo y, de hecho, gracias a él y a otros hijos, los niños futuros tienen la posibilidad de tener una escuela inclusiva como esta”.