Mientras Carolina hace un recorrido por su vida, se da cuenta de que, aunque desde diferentes veredas, siempre ha estado ligada a temáticas de consumo de drogas. Pero hay una historia en particular que caló en lo más profundo de su corazón: el día en que vio por primera vez a María, una joven que llevaba más de ocho años en situación de calle a la que conoció en Puerto Montt. “Yo iba a conversar con personas que tenían problemas de consumo de drogas y que pasaban su tiempo en el sector. En una ocasión me encontré con María, que estaba golpeada. Yo quedé súper shockeada con la situación, me impactó”, recuerda. Ese día, supo que quería ayudarla. “Empezamos a conversar y me contó que tenía ganas de salir adelante, que quería salir de la adicción, pero que llevaba tanto tiempo en situación de calle, que sentía que su rutina era muy difícil de quebrar”.

Carolina bien sabe que las personas como María, no solo luchan con la drogadicción ni con el lugar en donde viven, sino también con los estigmas que les impone la sociedad. Luchan con la incomprensión total. “Yo veía sus ganas de cambiar su vida, incluso a veces tenía momentos de lucidez o pasaba unas semanas sin consumo y era otra María, ella lograba ser otra María”, cuenta Carolina quien comenzó a soñar con crear un espacio de apoyo intensivo para mayores de edad que enfrentan la dependencia de sustancias. Con una profunda empatía y compromiso, quería dedicar su vida a darle una segunda oportunidad a quienes están atrapados en el ciclo de las adicciones en un país en el que aún existen vacíos en el sistema de rehabilitación. Quería crear un hogar donde estas personas pudieran vivir su proceso de abstinencia y recuperación.

El inicio de esta travesía estuvo lleno de valentía, pero también rodeado de miedos. “Tuve conversaciones con varias personas de diferentes instituciones, personas que me decían que no perdiera mi tiempo porque esto no iba a resultar, que era un proyecto muy grande, demasiado ambicioso, y no se iba a financiar. Me topé con mucha gente que se burlaba y eso a veces me desmotivaba”. Sin embargo, esto no la definió. Carolina tenía la certeza de que el proyecto llegaría a puerto.

Hubo decenas de conversaciones antes de que lograra involucrar a más gente, pero gracias a su constancia, empezó a conformar su equipo de trabajo. Junto a un grupo de profesionales, pensaron en un centro de tratamiento que tuviera el mejor estándar de calidad. No querían ser igual que todos, querían construir un lugar que le diera dignidad a las personas, que fuera bonito, grande, y en donde pudieran hacer actividades tanto funcionarios como pacientes.

Al principio, el proyecto tenía la intención de ser una casa de desintoxicación, un espacio de refugio residencial, pero las limitaciones económicas la llevaron a convertirlo en un centro ambulatorio de tratamiento intensivo. Gracias al financiamiento del gobierno y al esfuerzo constante de su equipo, hoy en día el Centro Clínico y Comunitario de la Universidad Austral de Chile (UACh) acoge a más de 50 personas mensualmente, ejerece una linda labor, pero sigue teniendo grandes desafíos como las constantes dificultades económicas y la falta de recursos para mantener el espacio que abarca más de 600 metros cuadrados y requiere de una inversión considerable para su funcionamiento. Pero Carolina y su equipo se han adaptado, enfrentando cada obstáculo con creatividad y resiliencia. El compromiso de su equipo, compuesto por profesionales dedicados a la rehabilitación de las adicciones, ha sido clave para desarrollar un abordaje innovador, enfocado en soluciones rápidas y efectivas para mejorar el impacto del tratamiento en los pacientes.

Una victoria agridulce

Carolina se ha ido haciendo parte de profundas historias de dolor y superación, lo cual ha transformado su visión del ser humano. “Al escuchar estas heridas tan grandes, te das cuenta de que el consumo de sustancias es solo una consecuencia de traumas profundos. Personas que sufrieron abandono, violencia, y que desde niños aprendieron a convivir con el dolor a través de las drogas”, relata. Estas experiencias le han dado una visión mucho más humana y empática. En lugar de ver a las personas a través de los roles o categorías de la sociedad, ahora las observa con una sensibilidad única, reconociendo el valor intrínseco de cada historia de vida, sin importar cuán complicada sea.

Uno de los logros más conmovedores para Carolina es ver la transformación de sus pacientes. Hace poco, participó en una reunión con varios egresados del programa y escuchó sus relatos de éxito: personas que ahora llevan años sin consumir, que han recuperado la relación con sus hijos y familiares, que han comenzado proyectos personales e incluso algunos que han fundado sus propios negocios. Para Carolina, cada historia de cambio, cada logro alcanzado por estos hombres y mujeres es una reafirmación de que el esfuerzo vale la pena. “Cuando escucho a alguien decir que lleva dos o tres años sin consumir, que ha recuperado su vida, siento que todo este trabajo tiene sentido”, comenta emocionada.

Con cada historia que escucha, Carolina vuelve a recordar esa mañana en que conoció a María, la misma mujer que la inspiró a ayudar a decenas de personas, pero que no logró salvarse. “Ella nunca pudo ingresar al centro porque la construcción se demoró un par de años y, en el transcurso, falleció por hipotermia. Pero María es la persona que yo tengo en mente, que yo veo en cada uno de mis proyectos. Cada vez que conozco a otras personas, la veo a ella también. Me emociona hablar de ella porque siento que a pesar de que muchas personas la pudieron haber visto como una chica de calle, para mí vino a tener una tremenda misión: hizo que me diera cuenta de cuál es mi propósito en esta vida”.

Soñando con reencuentros

El reconocimiento de su labor ha llegado más allá de su comunidad y este año Carolina fue nominada entre las diez finalistas del Premio Mujer Impacta. La noticia la sorprendió y le dio la oportunidad de reflexionar sobre el alcance de su trabajo. “El premio me ayudó a darme cuenta del cambio que hemos logrado”, afirma con gratitud. Recuerda con orgullo las felicitaciones que ha recibido de quienes la reconocen en Puerto Montt, un reflejo de cuánto ha aportado a su comunidad y al ámbito de la rehabilitación en Chile.

Con la mirada puesta en el futuro, Carolina sueña con expandir su impacto en el ámbito de las políticas públicas, generando una red de prevención más amplia y fortaleciendo la educación en temas de adicción en colegios y comunidades. Su visión es clara: crear más oportunidades para que las personas accedan a tratamientos dignos, y consolidar el centro como un modelo de innovación y empatía. Quiere que su legado sea recordado como “el renacer de las familias, la generación de cambios y reencuentros”, una meta que encarna la esencia de su trabajo diario.

Para Carolina no existen casos perdidos; la esperanza y la transformación son posibles para todos. Cada día en el centro es una reafirmación de que, con apoyo, respeto y compromiso, las personas pueden romper las cadenas de la adicción y volver a encontrar el sentido de sus vidas. En sus palabras: “La esperanza no es solo una palabra; es algo que se vive desde adentro, y es posible generar un cambio real”.