Janet Figueroa aprendió a tejer, bordar y coser gracias a su madre. Siendo muy pequeña aprendió también de arte, golpeando metales para hacer esculturas en los talleres de su padre. Y rápidamente interiorizó que con sus manos podía crear maravillas.
La muralista conocida por presentar sus telares en diferentes partes del mundo, como la exposición permanente instalada en la biblioteca de Alejandría o el telar que confeccionó durante 6 meses con la ayuda de 120 personas para la Universidad Santo, lleva a cabo uno de sus más importantes trabajos en Alto Hospicio: anudando a las mujeres mediante el arte de bordar.
Inspirada por su madre y su pasión por ayudar, Janet inició su primer proyecto social, Crisolvi, en 1983, formando niños con discapacidades visuales en técnicas artísticas. Este floreció gracias a la ayuda de Sence.
Pero las ganas de ayudar de Janet eran inagotables, y sentía que podía hacer más: “Si tengo la posibilidad de crear proyectos y darles vida, ser la gestora de crear las ideas, les doy el puntapié inicial y después puedo dejarlos caminando solos”.
Su energía vital le permitió seguir resolviendo problemáticas que encontraba a su alrededor al mismo tiempo que elaboraba proyectos artísticos y se desempeñaba como funcionaria y luego instructora de Inacap.
Once años llevaba viviendo en el poblado artesanal de Arica cuando un día se abrió una postulación para proyectos de artesanía. Janet siempre creyó que esa convocatoria estaba hecha para ella, porque consideraba todos sus aspectos profesionales y el éxito de sus proyectos.
Envió un fax y recibió la respuesta al día siguiente. Le pedían viajar a Santiago porque había sido seleccionada y debían entrevistarla. Dejando a sus hijos pequeños a cargo de su marido, emprendió la aventura de ir a probar suerte a la capital. Resultó seleccionada y tuvo que tomar la decisión de irse a trabajar, pero prometió que volvería todos los fines de semana a Arica para estar con su familia.
Trabajó seis años en ese proyecto que consistió en abrir locales llamados MercoArt, donde comercializaban artesanías chilenas, y que resultó todo un éxito. Su familia decidió apoyarla y migrar también a Santiago.
Un nuevo comienzo
Janet y su marido decidieron regresar a Arica cuando sus hijos ya eran mayores. En ese momento, uno de ellos le contó sobre un proyecto para alfabetizar a 108 mujeres y la invitó a participar. Ella les enseñaría habilidades emprendedoras y laborales para la realización de proyectos. En un comienzo no sabían dónde era necesaria esta ayuda, hasta que dieron con Alto Hospicio.
“Cuando le dije a mi familia que me iba a ir a trabajar a Alto Hospicio, luego de haber vivido 11 años en Santiago, mis hermanos se reunieron y me preguntaron qué cuánta plata necesitaba mensual para que no me fuera”, comenta Janet, refiriéndose a las malas condiciones del sector. En aquella época la zona era principalmente conocida por ser lugar de tomas y la reciente noticia del psicópata de Alto Hospicio.
En 2004 Janet, su esposo y dos chicas ariqueñas iniciaron el proyecto. En 60 días realizaron visitas casa por casa para identificar a las mujeres que no sabían leer y conocer sus necesidades para emprender o sacar adelante a sus familias.
“Ahí entendí por qué había vuelto de Santiago. Entendí cuál era mi labor, porque en Alto Hospicio estaba todo por hacerse. Eran mujeres que estaban dispuestas a luchar, pero no tenían las herramientas, no conocían el sistema, no conocían Sercotec para potenciar sus emprendimientos y nunca habían postulado un proyecto. Ahí partimos”.
Comenzaron a convocar a mujeres y a buscar apoyo de instituciones para impulsar la iniciativa, estableciendo una red que permitiera a más mujeres unirse al grupo. Janet, utilizando su talento, empezó a enseñar habilidades emprendedoras a las mujeres de la zona, dando origen a su proyecto denominado “Las Bordadoras de Alto Hospicio”. Lo que comenzó como un plan de 8 meses, se transformó en un compromiso de 13 años.
A través de Las Bordadoras de Alto Hospicio, Janet ha creado un espacio donde el arte del bordado se entrelaza con la reconstrucción del tejido social y económico de la región, permitiendo además a las mujeres, tener un espacio de acompañamiento y conversación durante la creación de telares y bordados, que luego se muestran en exposiciones gestionadas por su fundadora.
“En mis clases no se pela, no hablamos de política, no se habla de religión ni de partidos de fútbol. Les digo que elijamos un tema y la clase se hace en torno a un tema que sea siempre de crecimiento y desarrollo personal (...) Yo siempre digo que yo anudo vidas, cuento mi historia y cuento las historias de las mujeres a través del bordado” comenta.
El impacto en la comunidad es evidente: mujeres que no sabían leer logran graduarse de cuarto medio y varias han obtenido títulos en Inacap. Esto ha creado nuevas oportunidades laborales para ellas, donde incluso algunas lideran sus propios negocios.
Premio Mujer Impacta
No se lo creyó cuando le avisaron que había ganado. Su marido la había postulado al Premio Mujer Impacta y a medida que pasaba a la siguiente etapa, se cuestionaba que existían muchas mujeres que realizaban labores más increíbles e impactantes que las suyas.
Para Janet, existe un antes y un después de ganar el reconocimiento: “Mujer Impacta te posiciona, te visibiliza. Hace que seas reconocida por todo lo que haces y todo lo que has hecho. Mujer Impacta es una tremenda red que te permite conocer a otras mujeres y te permite conocer a inversionistas y a otras personas que pueden ayudarte”.
Su legado
La emprendedora social se siente realizada al mirar su trayectoria y el legado que ha dejado en todas las personas a las que ha ayudado: “Yo trabajo con mujeres para enseñarles a emprender. Mi aporte es entregarles las herramientas, ya sea en una técnica o en la gestión, para que ellas puedan ser mujeres emprendedoras y así generar ingresos desde su hogar para mejorar la calidad de vida familiar”.
Con cada puntada que la tejedora da, demuestra que el poder de la creatividad y la solidaridad pueden transformar hasta los lugares más áridos en jardines de esperanza y oportunidad.
Pero Janet sigue inquieta, ya que aún no cumple su máximo sueño: crear juegos para niños tejidos a crochet, inspirados en la artista Toshiko Horiuchi. Un proyecto que duraría 9 meses y requeriría de la participación de 20 a 25 mujeres en su construcción. Actualmente se encuentra en busca de un equipo y financiamiento para impactar nuevamente en la comunidad norteña con la instalación de estos juegos.