Se enfrentó al suicidio de su hijo mayor (de 20 años) en 2005. Después de eso, hizo dos diplomados en psicología, conoció a mucha gente que se movía en ese ámbito y comenzó a armar la idea de la Fundación José Ignacio, que lleva el nombre de su primogénito, para ayudar a quienes están en una situación similar. Hoy, Paulina del Río, Premio Mujer Impacta 2019, se dedica completamente a esa labor.
Pero en realidad, comenta, su trabajo en la fundación comenzó mucho antes de que esta obtuviera la personería jurídica. “Sólo un par de años después de la muerte por suicidio de mi hijo mayor, empecé a escribir en blogs donde jóvenes buscaban métodos para morir. La respuesta a mi oferta de oreja cariñosa y sin juicios fue abrumadora”, relata.
“En ese tiempo prácticamente no había otras organizaciones que brindaran algo así en el país”, recuerda. En los últimos 13 años, la Fundación José Ignacio ha podido acompañar y escuchar a miles de jóvenes y adultos. “Hasta que el surgimiento de diversas instancias de ayuda profesional remota nos hizo repensar nuestra labor y cambiamos de giro para enfocarnos exclusivamente en la difusión en medios, capacitación en colegios, universidades y ONG, y acompañamiento a sobrevivientes de pérdida por suicidio”, cuenta Paulina del Río y añade: “hablar de suicidio es salvar vidas”.
Además, hace poco la invitaron a participar como miembro de la Comisión de Alto Nivel de Salud Mental y Covid-19 de la Organización Panamericana de la Salud, donde –dice– esperan que haga un aporte desde la experiencia tanto de ella como de la fundación.
Su iniciativa, sin embargo, le ha significado mucho más. “Desde la experiencia personal, entre quienes me buscaron en momentos de oscuridad total y yo misma, se han creado lazos tan profundos que se reactivan cada vez que vuelve a ser necesario”, cuenta.
“No es raro que alguien que hace tiempo pidió ayuda porque su dolor le agobiaba de tal manera que sólo vislumbraba alivio en la muerte, o que sufrió el horror de perder a un ser querido por suicidio y formó parte del grupo de ayuda mutua, frente a una nueva crisis se comunique conmigo, ya que sabe que va a encontrar comprensión, paciencia, consejo si lo pide, apertura de mente y, sobre todo, un cariño que no tiene límites”, comenta. Añade que es necesario no idealizar la situación, porque “a veces no estoy de humor, o no me siento bien o simplemente estoy cansada u ocupada. Yo tengo la seguridad de que se lo puedo decir y me va a entender, me va a mandar un abrazo y me va a llamar al día siguiente. El regaloneo es mutuo”.
Además, dice estar segura de que nadie se imagina lo que le han regalado a través de la fundación: “la posibilidad de darle sentido a la muerte de José Ignacio y a mi propio dolor; la capacidad de haber descubierto quién soy yo realmente, cuáles son mis talentos y cómo puedo usarlos de la mejor manera; el poder ir envejeciendo con sabiduría, porque me hacen sentir que tengo un lugar en el mundo y lo seguiré teniendo quizás por largo tiempo; el interés por seguir cultivando el intelecto; la experiencia que me permite participar en organismos de salud mental sin tener un título profesional del ramo; en fin, la lista es infinita”.
Sin embargo, “todo esto lo devolvería de inmediato si pudiera tener a mi hijo aún conmigo, pero dado que es imposible, le agradezco a él por el regalo que me dejó en la fundación que no por nada lleva su nombre”.