“Que hable primero la Mari que es la que está a cargo del grupo”, le dicen a una de las Changuitas, un grupo de mujeres que se juntan a nadar en la playa de Bahía Inglesa todos los sábados. “Todas estamos a cargo”, aclara ella rápidamente dando cuenta del espíritu de este grupo que no es un club de nado ni nada que se le parezca: son mujeres (y últimamente se han sumado algunos hombres) que se juntan a nadar. No hay cuota de incorporación, mensualidad, ni un instructor. Es un espacio colectivo, en el que todas se apoyan, alientan y acompañan.
Su historia partió cuando Elsa Mora, fundadora del grupo, se mudó a Bahía Inglesa. “Tuve una mala experiencia con el mar cuando era niña, casi me ahogo. Desde entonces, miré el mar con miedo. Y aunque es verdad que el miedo nos salva porque nos hace ser más cuidadosas, yo me alejé completamente del mar”, recuerda. Eso hasta que comenzó la pandemia. “Estaba viviendo en Viña en ese tiempo y nos daban permisos para salir a hacer deporte. Así comencé a ver a la gente que entraba y salía del agua para nadar y me daban unas ganas inmensas de meterme. Como no me atrevía sola, busqué algún lugar donde hicieran clases”.
Cuenta que la primera vez que entró fue el 8 de marzo del 2021, para el Día de la Mujer, como si esa conmemoración hubiese sido un impulso para vencer su miedo. “Al principio no me atrevía a soltarme del Kayak del profesor, pero de a poquito fui tomando confianza”, dice. Comenzó a nadar los martes y los sábados y en agosto de ese año, ya estaba participando en un desafío de un kilómetro de nado. No sabe en qué momento el mar se transformó en su segundo –a ratos el primer– hábitat. “En Viña hay muchas marejadas y esos días no se puede nadar. El problema es que cuando uno empieza a nadar en el mar, se hace una costumbre; sientes como si se te empezaran a secar las escamas cuando no puedes hacerlo seguido”, confiesa.
Ahí pensó en su casa de veraneo en Bahía Inglesa, así que agarró sus cosas y se fue a vivir a ese balneario. Estando allá le escribió a la nadadora Bárbara Hernández para contarle su historia y ella generosamente le dio algunos consejos. Entre ellos, que nadara todos los días para inspirar a otras personas porque –según dijo– es mejor nadar acompañada. Así se sumó su primera amiga, luego otra mujer y otra. Todas hoy son parte de las Changuitas al Agua.
Perder el miedo
Elsa ya no vive en Bahía Inglesa, por cuestiones personales se fue a vivir al sur, en Panguipulli, pero se suma a esta entrevista por videollamada. Apenas se conecta se sorprende de cómo ha crecido el grupo, hay mujeres que vienen de distintos lugares: Caldera, Bahía Inglesa, Copiapó, Chañaral.
Es sábado al mediodía, y las Changuitas salieron hace minutos del agua. Después de secarse y abrigarse, ponen una mantita en la arena y se sientan a compartir un termo con café. “Después de nadar tratamos de compartir un ratito. Nos regaloneamos con café y cositas ricas. Damos las gracias por estar acá, por el privilegio de tener este grupo y este espacio. Y vamos decantando lo que nos pasa en el agua”, dice una.
Ese día partieron a las 10:00 y nadaron 500 metros. “Nos ponemos ciertas metas según cómo nos vamos sintiendo. Varias ya nadan bastante bien, así que lideran el grupo, vuelven a esperar a las demás, nos alientan. La dinámica es de mucho amor porque llegamos, nos abrazamos, nos vestimos juntas, nos contamos lo que nos pasa y se van generando lazos. Ingresamos todas juntas al agua”, dice otra.
Pero no todas son expertas. Varias llegan sin saber nadar. “Yo me sentía muy cómoda acompañando a las mujeres que querían perder el miedo a entrar al mar, porque para mí perder el miedo fue como liberarme de algo”, dice Elsa. Y es que a las mujeres desde que somos niñas se nos limita el espacio en el que podemos movernos libremente dentro de la sociedad, en la naturaleza; nos dicen que tenemos que cuidarnos, comportarnos, vernos de cierta manera, no arriesgarnos. Hay una serie de mandatos y estructuras que no nos permiten movernos libremente, y por eso entrar a este grupo y nadar sin miedo en el mar ha sido para algunas de ellas como un simbolismo.
“Yo entendí que el mar puede ser un espacio seguro cuando se dan ciertas condiciones y en este caso es la comunidad; estas otras mujeres que nadan conmigo. No sé si sería lo mismo si no nos acompañáramos”, agrega Mariela Gómez, otra de las Changuitas. Y pasa también con el cuerpo, dice. “La playa para las mujeres o al menos para mí siempre fue un lugar incómodo porque a las mujeres se nos exige vernos de cierta manera, y acá usamos traje de baño, entonces yo toda la vida me anduve tapando, me arreglaba para ir a la playa. Pero nosotras nos despojamos de eso también”. Ahora llegan, se ponen sus tapones, el gorro, el traje de baño más cómodo que tengan. “A mí al menos me da lo mismo como me vea, quiero estar cómoda. Despojarse de eso es bacán”, confiesa Elsa.
En el mar pasan cosas sanadoras
Mariela, al igual que Elsa, tenía miedo de nadar al principio. “Me remojaba no más, como las bolsitas de té. Llegué con mi mamá y la tercera vez ya estaba en la boya. Mi mamá no lo podía creer porque ella entendía que esto era una hazaña para mí. Y yo creo que lo logré porque me sentía en un ambiente de confianza. Antes de llegar a las boyas nos acostamos en el mar mirando el cielo, que es una de las sensaciones más exquisitas que puede haber porque hay una conexión contigo misma, con la naturaleza. Sales con mucha energía después”, comenta Mariela.
“Yo las invitaba a que flotaran en el mar y que descansaran sobre el agua, porque el agua nos da una tranquilidad que no nos da la tierra. En la tierra tenemos que sostenernos nosotros”, agrega Elsa. Según ellas, la experiencia también libera endorfinas que generan esa sensación de energía posterior.
Muchas incluso sienten que han cambiado. “A todas nos ha hecho tan bien el nado que hemos ido transformándonos un poco física y mentalmente. El mar nos ha hecho sacar esas capas que nos limitaban y nos ha dado fortaleza para enfrentar distintos desafíos del día a día. Nos sentimos más capaces en otros aspectos también”, afirma Mari, añadiendo que esa es la razón por la que el grupo se ha mantenido unido. “Esto nos hace brillar, seguir cambiando para mejor y seguir transformándonos nosotras y nuestro entorno”.
El mar ofrece muchos aprendizajes, señala Elsa. “Nos enseña a ser mejores personas, porque no puedes dejar a una compañera que está cansada. Cuando caminamos podemos pasar de largo, pero en el mar es distinto”. Según Mariela, este sentido de comunidad es más innato en las mujeres. “Vivimos en una cultura armada desde lo masculino, tan enorme y pesada, que siempre hay una caricaturización de lo femenino como conflictivo, que somos complicadas, locas. Y al final lo que me he dado cuenta en este grupo es que lo único que pasa en un grupo de mujeres, es que sanamos”, dice.
Sin embargo, aclaran que no les cierran las puertas a los hombres. “Los hombres son bienvenidos, pero se tienen que comportar eso sí. Porque siempre hemos sido nosotras las que hemos tenido que adaptarnos a espacios masculinizados. En este caso son ellos los que se adaptan. De hecho, una vez, cuando entraron los primeros hombres, me preguntaron si podríamos cambiar el nombre, quizás a ‘Changuitos’. Pero dije que no. Seremos las Changuitas siempre”, remata Elsa.