El papel, que era blanco, liso, impoluto, ahora está doblado y rayado. Las palabras escritas están en mayúsculas, casi como si su autora quisiera hacer énfasis en su importancia. O en su determinación.
“El día que vuelva a mi hogar me llevaré lo más importante para mí, que es la sabiduría. Porque cada paso que dé, lo daré con la certeza de que lograré mi mayor anhelo: darle el mejor ejemplo a mi hijo de superación y valentía para no volver a caer”, dice el mensaje. Real. Anónimo.
Esa narradora –como otras 15– contó su historia en un espacio de confianza, junto a sus pares, en un taller dictado por la Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer (PRODEMU) en la Cárcel de San Joaquín.
En casi ocho horas de actividades realizadas entre enero y febrero de este año, esas mujeres –que tradicionalmente están en sus propios mundos, lidiando con sus pensamientos, o sobreviviendo– podían desahogarse, ponerle nombre a lo que les ocurría y ejercitar la empatía por quienes estaban a su lado.
A los territorios
Se convirtió en uno de los principales objetivos desde que empezó la nueva administración, en 2022: que PRODEMU sea una fundación que incida en la conversación pública y recupere su espíritu comunitario, abierto, cercano y facilitador de los procesos participativos.
“Tenemos claro que no podemos quedarnos en el escritorio, sino que ir a todos los territorios y construir, de la mano de todas las mujeres, nuestras acciones, para que estas sean realmente coherentes con sus necesidades”, dice Marcela Sandoval, su directora nacional.
Llevar lo suyo –la única biblioteca pública con perspectiva de género, sus talleres, su equipo– a los territorios no podía, por supuesto, excluir las cárceles.
“No queremos una biblioteca estática que solo reciba a las mujeres, también queremos ir en su búsqueda porque, además, estamos convencidas de que todas las personas, pero sobre todo las mujeres, somos potenciales narradoras”, comenta Marcela Sandoval.
Con esa idea en mente, y luego de que la biblioteca de la Cárcel de San Joaquín demostrara interés en hacer alguna actividad con enfoque de género, PRODEMU resolvió hacer un taller allá.
Al interior de la fundación, sabían que este territorio no era cualquiera.
Mujeres y cárceles
La vida de las más de 3.500 mujeres privadas de libertad en Chile es prácticamente invisible.
Se sabe que tradicionalmente caen en la cárcel por delitos menos graves y violentos que los hombres. Se sabe también, que suelen caer por delitos relacionados con las drogas.
Lo que no se conoce es que la criminología se ha centrado, desde sus orígenes, en el comportamiento de los hombres. Lo mismo pasa con las políticas penitenciarias. Ambas han ignorado las particularidades de las mujeres.
No es de extrañar, entonces, que no se sepa que más del 80% de las mujeres privadas de libertad son madres y son juzgadas socialmente por abandono; que reciben menos visitas que los hombres; que sus derechos son vulnerados constantemente. Como cuando una mujer parió en el pasillo de la cárcel de San Miguel o cuando otras lo han hecho engrilladas a una camilla. O cuando no tienen acceso a baños o a atención médica oportuna. O que su salud mental se ve afectada luego de que se les separa de los hijos e hijas que crían hasta los dos años en el encierro.
“Todas estas situaciones nos preocupan y nos llevan a intervenir y llevar el feminismo a esos espacios, donde las mujeres cargan con varias penas además de su condena”, afirma Marcela Sandoval.
La fuerza
Las responsables: las bibliotecarias Camila Reyes (27) y Cecilia Serrano Jaña (29). La pregunta: “¿Cómo acercarnos a una realidad que no conocemos en profundidad?”
“Formulamos el proyecto con dos etapas principales: una de fomento lector y otra de trabajo con conceptos de género”, cuenta Camila.
La primera actividad consistió en la lectura de “Florencia, la flor más bella”, de Daniella Contreras. Ese libro, cuya portada muestra a una niña frente a una maleta de la cual sale un arcoíris, cuenta cómo Florencia emprendió, con ímpetu el viaje de su vida.
En él, acompañada de su familia, Florencia “llevaba su equipaje cargado con valiosas herramientas: fuerza para avanzar, coraje para perseverar, paciencia para no declinar, humildad para aprender, amor para entregar, alegría para disfrutar y sabiduría para trascender”. En el libro, es posible presenciar el ascenso de su protagonista.
“Quisimos, entre otras cosas, que las mujeres del taller pensaran en su viaje de entrada y de salida de la cárcel”, explica Camila.
De ahí nació el mensaje que inicia este texto (El día que vuelva a mi hogar). Y también este: “Permanentemente tengo que tener sabiduría, porque ella me dará la fuerza, el coraje, la paciencia para hacer las cosas mejor. Y si tengo amor, tengo alegría. Son mis armas para ser mejor”.
O este: “Paciencia: por esperar que sea el día que me vaya para mi casa; fuerza: Porque tengo que tenerla para salir adelante con mi familia”.
O este: “Llevo casi tres años en este lugar… y por sobre todo he necesitado mucho coraje para salir adelante. También fuerza, porque día a día es una experiencia nueva para mí”.
Para Cecilia, esa lectura, por mostrar la jornada de una niña, les permitió “abordar desde su infancia hasta su edad adulta en distintos sentidos. Muchas de ellas hablaban sobre sus hijas e hijos, hablaron de cosas personales que no pensamos que iban a darse a conocer. Logramos conocer a ellas como personas que son, como mujeres, no como personas privadas de libertad”.
Momentos de risas y también de llanto fueron vividos durante la experiencia. “Nos conmovíamos nosotras y ellas también por las propias historias que, de repente, de tú a tú, dentro de la propia cárcel, no se cuentan porque tampoco hay espacios de intimidad. Ya en el taller, ellas pudieron abordar la lectura y la escritura desde una perspectiva de compartir, de conocernos y de generar este enlace entre lo que somos y lo que podemos retratar en la escritura”, detalla Cecilia.
Marcela, que asistió a la actividad como una integrante más, también fue invitada a convertirse en narradora. “Nos preguntaron que llevaríamos en una maleta y escribimos esto. Al lugar que una va debiera dejar y llevarse algo. No siempre hay que dejar penas o malos recuerdos, conversaciones, abrazos que te hicieron feliz. Cuando partes de ese lugar escoges qué tesoro llevarte: una foto que te recuerde ese lugar. Yo ahora viéndolas, intentando sentir lo que viven acá, me quiero llevar la fuerza de ustedes…”
Ser o no feministas
A través de la lectura y la escritura, la fundación también buscaba entregarles herramientas de empoderamiento a las mujeres de la Cárcel de San Joaquín.
Por eso, en la segunda parte de los talleres, se leyó uno de los relatos del libro “Yo no era feminista” (Cocorocoq, 2018), que compila experiencias de vida de distintas mujeres y su relación con el feminismo.
En específico, el texto leído fue sobre una familia en la que un día, a la hora de comer, la hija dice “te cuento, papá, que coser y cocinar son cosas que no están en mis planes” y su madre le sonríe. Un acto de sororidad.
Luego de eso, las talleristas les comentaron a las participantes sobre una serie de conceptos: feminismo, compañerismo, igualdad de género, lealtad, patriarcado, violencia de género, género y, por supuesto, sororidad.
En esas conversaciones, Camila y Cecilia se dieron cuenta de que las mujeres, pese a haber sido parte del feminismo en distintas experiencias de su vida, no se reconocían como feministas o no reconocían las acciones que habían tenido como acciones feministas. “Pero, conociendo la definición, por así decirlo, académica de lo que es feminismo, de lo que les tocó vivir en cuanto a violencia, roles de género, etc., se dieron cuenta de muchas cosas”, afirma Camila. “Se puso en valor que las experiencias de las mujeres son diversas, que todas son valiosas y que todas son un aporte para el feminismo”, añade.
Tras esas reflexiones, cada una de las mujeres fue invitada a hacer un collage que profundizara sobre los conceptos que habían conocido en el taller. Mensajes como “completamente preparada”, “audacia sin límites”; “aunque cueste, primero nosotras” y “tengo en mis manos herramientas súper poderosas” se mezclan con colores, imágenes de mujeres mapuches, de madres e hijos, de Gabriela Mistral, de corazones rojos…
Como el papel en el que escriben o hacen collages, las mujeres también tienen sus marcas. La maleta que cargan, ahora, también pueden salir a la luz: según PRODEMU, quieren ponerlos “en libertad”, poniéndolos a la disposición de los públicos de su biblioteca. Poniéndolos lado a lado de otras narradoras como las que hay en su archivo (Isabela Allende, Nona Fernández, María José Ferrada, Lina Meruane, Virginia Woolf, Agatha Christie, Simone de Beauvoir, Arelis Uribe, entre otras).
“Así facilitaremos el diálogo entre los dos mundos, y sacaremos sus voces de los penales para que puedan inspirar conversaciones y también la política pública”, concluye Marcela.