Hace unos días, la psicóloga clínica, autora y terapeuta de parejas, María Esclapez, compartió en sus redes sociales una reflexión que tituló: ¿Por qué necesitas saber si tu relación va a ser para siempre?

En ella marcó una clara diferencia: una cosa es sentir que la relación va a ser duradera y por ende, esa misma sensación facilita un escenario en el que los involucrados pueden desplegarse con seguridad y confianza. Y otra muy distinta es la obligación impuesta por un mandato del amor romántico, que determina que las relaciones tienen más valor en la medida que sean para siempre.

En sus palabras lo explicó así: “Necesitamos que lo que nos rodea sea seguro y estable. Esto también sucede con las relaciones. Lógicamente, sabemos que pueden tener un fin, pero si emocionalmente sentimos que el vínculo va a ser para siempre, no vivimos con la sensación de que puede romperse en cualquier momento, lo que hace que nos relajemos y fluyamos más. Si por el contrario, sentimos que la relación puede dejar de existir de un momento a otro, generaremos ansiedad”, escribió. A lo que en otra diapositiva sumó: “Quizás la relación no dure para siempre, pero vivir con esa seguridad marca la diferencia de la experiencia. Esta perspectiva es diferente a la idea del ‘juntos para siempre’ que instauran los mitos del amor romántico. No es lo mismo vivir con la sensación de que es para siempre que obligarnos a que sea para siempre, cueste lo que cueste”.

A su reflexión reaccionaron seguidoras que ponían en duda, en una primera instancia, si realmente era esa la sensación que había que sentir para fluir en una relación. En su mayoría, todas y todos estaban de acuerdo con la reflexión compartida. Pero el ‘para siempre’, incluso llevado a un contexto diametralmente distinto al que plantea el prisma –limitante y castrador– del amor romántico, generaba ruido. Los comentarios parecían girar en torno a un eje en común; algo de eso necesitamos sentir, porque aún nos aferramos a una idea que establece que cuanto más dure, mejor. ¿Pero es realmente así? ¿Es la sensación de que va a durar lo que nos hace sentir seguros o lo que necesitamos saber? O, como postula esencialmente la reflexión, se trata de una sensación de seguridad y confianza que poco tiene que ver con el tiempo.

De base, Esclapez postula eso. Que no hay que perder de vista –como bien sabemos– que todo se puede acabar. Y qué bueno que así sea, porque de otra forma, es más la ilusión y frustración. Pero no por eso no se puede vivir el día a día pensando que esa situación determinada va a ser para siempre. O, como dice la psicóloga y directora del Departamento de Género de la Universidad Diego Portales, Mariana Gabo, “que el amor sea eterno mientras dure. Como la frase trillada del cantautor Ismael Serrano. Porque todo tiene costos y beneficios, está bien, pero de pronto esa idea puede ser engañosa. El ‘para siempre’ puede implicar beneficios y costos, pero nunca el subsumirse o estar dominadas por una expectativa que nos trae más frustración y malestar asociado”.

Y es que, el ‘para siempre’, en los tiempos que corren y en los cuales hemos sido socializados, es una piedra angular dentro del amor romántico. Es de hecho, una de las nociones erradas, o mitos, que caracterizan al modelo que con el tiempo se ha asentado y naturalizado a nivel social, y que establece que el amor todo lo puede y que es único y está predestinado. Por eso, como explica Gabo, separar el ‘para siempre’ del mandato –que hace que hagamos caso omiso de ciertas situaciones o que se obture la posibilidad de elegir discontinuar ese vínculo– es un ejercicio intelectual cognitivo importante, pero difícil de lograr a nivel afectivo. “Está tan cargado el ‘para siempre’, que usarlo en estos contextos es poco auspicioso. Porque lo que hace este modelo es vendernos la idea de que lo único valioso es eso. Es una promesa hecha hoy de algo que esencialmente está fuera de nuestro control, porque la vida cambia y nosotros también”, explica Gabo. “El no para siempre, no quiere decir necesariamente traición, deslealtad o dolor”.

A eso se le suma que el ‘para siempre’ tiene, según profundiza la especialista, una particular importancia y carga para las mujeres. “Estamos subjetivadas para, adicional a la maternidad, considerar que uno de los proyectos de vida más importantes es tener una pareja para siempre, sólida y que se vea linda en las fotos. Eso es parte fundamental de la experiencia de ser mujeres femeninas, o lo que se espera de nosotras”.

Pero, continúa, cuando la única medida para el éxito es el supuesto ‘para siempre’, ese es el mejor caldo de cultivo para que las personas permanezcan en vínculos que son dañinos o violentos. “El peso de eso es tan fuerte, que el resto se pierde. Hay que poner más foco en el aquí y ahora. No es tanto la duración, es el cómo construimos ese vínculo, independiente de tener o no la sensación de que va a durar”.

La doctora en psicología y terapeuta de parejas, Carolina Aspillaga, concuerda y agrega que lo que sí se necesita, a nivel de relación afectiva, es una sensación de tranquilidad y aparente estabilidad –sin olvidar que nada de esto se puede garantizar porque cambiamos constantemente y nuestro entorno también–, pero, según dice, no es necesario tener una sensación de que la relación va a durar para siempre para lograr eso. “No creo que eso sea lo que necesitamos. Sí necesitamos un vínculo de apego seguro por el cual confiamos en la relación y en que la otra persona no nos va a dejar de amar de un día para el otro sin explicación. También tranquilidad y una sensación de poder confiar en lo que se ha construido. Pero no va tanto en establecer como requisito el tener la sensación de eternidad del vínculo”.

En esto, un punto clave tiene que ver con el acto de descentrar la importancia de la pareja afectiva. En su libro Desafío Poliamoroso, la autora y activista Brigitte Vasallo plantea que lo que hace el poliamor es desmontar ciertos pilares de la monogamia y el patriarcado, pero no necesariamente por la multiplicidad de parejas, sino que mediante una desestructuración de la jerarquía clásica que establece que la pareja está por sobre todos los otros afectos y relaciones. “Lo que estructura la monogamia y el patriarcado es la idea de que la pareja está en la cúspide de la pirámide de los vínculos socialmente valorados, por encima de la familia, las amistades y las redes comunitarias y barriales. El poliamor, en cambio, propone que los vínculos sexoafectivos son fundamentales, pero no están jerarquizados. Esas ideas son también las que nos atrapan y dan paso a las exigencias como el ‘para siempre’; esa idea de que la relación es más valiosa si es duradera y que eso solo es posible si uno es exclusivo en términos sexuales y afectivos”, termina Gabo.