Por generaciones, la imagen de la mujer soltera ha sido sinónimo de desesperación, soledad o se ha relacionado a supuestos defectos o falencias que tendrían. En los años noventa, conocida era la imagen Bridget Jones, una inglesa protagonista de una comedia romántica que pasados sus 30 años, se dedica a escribir resoluciones en su diario, entre las cuales se destacaban el dejar de fumar, beber menos alcohol, bajar de peso y encontrar el amor en un novio amable y sensible. El personaje creado por la autora Helen Fielding y luego interpretado por Renée Zellweger, se convirtió en el ícono de las solteras. Sin embargo, con los años la idea de no emparejarse ha ido adquiriendo un nuevo sentido.

Fue en 1999 cuando la escritora española Carmen Alborch en su libro Solas habló por primera vez de las neosolteras, a quienes define como aquellas solteras (o solteros también) por convicción, altamente capacitadas y cualificadas, enfocadas en ser profesionales, independientes y autosuficientes, y en donde el matrimonio o la búsqueda de pareja no necesariamente está dentro de sus prioridades.

Para esta escritora, el vivir sola no es lo mismo que estar sola. Como detalla en un fragmento del libro: “Creo necesario aclarar que quien esto escribe, mujer orgullosamente sola, se siente en cambio, venturosa y cálidamente acompañada, y ni por asomo se considera una persona solitaria”.

Y es que durante años, el concepto de soltería se había asociado a la carencia del matrimonio. Según explica la historiadora Valentina Bravo, uno de los significados que se le ha otorgado a la soltería históricamente es abordado desde ser víctima, es decir, desde la historia del fracaso pero también desde el libertinaje y la culpabilidad. “Aquí quisiera hacer una distinción de género, porque obviamente un hombre soltero es menos señalado por la sociedad que una mujer soltera. La mujer soltera históricamente ha sido un peligro para la sociedad, el equilibrio de esta última depende del resguardo de su sexualidad”, comenta

Valentina explica cómo a lo largo de la historia ha habido una inequidad institucional discriminatoria entre la población de casados versus población de solteros, que fue estudiada por el historiador francés, Romain Huret. “Los solteros históricamente han tenido menos acceso a derechos como la vivienda, menos acceso a la anticoncepción. De hecho hay un dato súper interesante que Romain investiga, y es que en los años 60, la pastilla anticonceptiva estuvo reservada solamente para mujeres casadas, no se les proporcionaba a las solteras. De a poco va descubriendo estas pequeñas desigualdades, y propone que finalmente el Estado, la cultura u otras representaciones, legitiman de alguna forma el orden tradicional y el orden matrimonial. De hecho, la soltería históricamente siempre se ha estudiado desde el prisma del matrimonio, nunca se ha trabajado como tal”, explica.

Para la socióloga Catalina Ortúzar, el rol de la mujer por mucho tiempo se ha entendido como aquella que tiene que ser elegida. “Antes, la principal validación era la unión matrimonial. Si no te casabas, eras una solterona o monja. No existía la posibilidad de realizarse como mujer fuera del contexto matrimonial y eso obviamente ha cambiado, porque las mujeres hemos entrado al mundo laboral, nos hemos educado y hemos podido desarrollar otras áreas que antes eran vistas como masculinas”, comenta.

“A nivel nacional el movimiento feminista nos ha empapado de ideas y prácticas de una construcción social personal, cultural y corporal, de pensar que nuestros cuerpos son nuestros. También creo que tiene que ver con una surgente clase media, que nos ha permitido estudiar, realizarnos, de no depender económicamente de otro. Como lo habían sido las vidas de nuestras bisabuelas, abuelas y quizás nuestras madres”, dice la historiadora.

De esta forma es como Alborch, con el concepto de la neosoltería, muestra los gozos y sombras de una manera de vivir y hace una defensa a que la soltería puede ser enriquecedora y que no se centra únicamente en buscar en la vida el amor de otro. En su libro Solas apela a la libertad y al desarrollo personal de la mujer, partiendo de la idea de la soledad femenina como un estado positivo y autónomo.