Hace algunas semanas el neurólogo Carlos Navarrete (62), sentado en el escritorio de su casa, se preparaba para armar un Power Point para una de las clases que dicta en la universidad. Pero no logró concentrarse. Algo que, asegura, antes era relativamente fácil para él, ahora le estaba costando mucho. Se le olvidaban algunas cosas y no podía enfocarse en lo que estaba haciendo, como si su mente estuviese cansada. Semanas antes de este episodio, estuvo en la clínica hospitalizado por Covid-19.

“Me contagié a finales de abril y mis síntomas fueron pérdida del olfato, cefaleas severas y dificultad respiratoria. Un domingo en la mañana partí de urgencia a la clínica Vespucio, donde soy jefe de Neurología, me hicieron el examen y confirmaron que tenía una neumonía por Covid”, cuenta. Ese día lo dejaron hospitalizado porque sus síntomas empeoraron. “Me sentía muy mal. Ningún medicamento me quitaba el dolor de cabeza y respiraba con mucha dificultad. Tanto, que prácticamente caminaba al baño y me cansaba. Por eso me pusieron oxígeno y empezaron a ver la opción de conectarme a ventilación mecánica”, relata.

Dice también que esa opción le daba pánico. “La primera vez que me mencionaron la opción de intubarme me opuse. Es un procedimiento muy invasivo, porque uno piensa que si llega hasta ahí existe la posibilidad de no salir adelante o de sufrir un daño sistémico o neurológico mayor. Pero sabía que la decisión final no era mía. Por primera vez no era el doctor que tomaba las decisiones, era un paciente. Y aunque días atrás yo era el jefe de muchos de los médicos que me estaban atendiendo, esta vez tenía que obedecer todo lo que me dijeran. Por suerte no llegué a ese punto. Se mantuvo estable mi función respiratoria y me tuvieron en la UTI por cuatro días, hasta que comencé a mejorar”, cuenta.

Carlos reconoce que por ser neurólogo su mayor temor era justamente tener una secuela neurológica. Un temor que no es infundado. “Se ha sabido de pacientes Covid que presentan lesiones neurológicas por isquemia cerebral –detención o disminución de la circulación de sangre a través de las arterias– que a veces se asocian a la intubación, pero también se generan por el virus mismo. Y no está muy claro si es un efecto de la infección misma o es un efecto de la falta de oxígeno en el cerebro. Lo que sí es un hecho, es que se ve en todos los pacientes hospitalizados y más aún en los que han estado más graves, que se produce este compromiso cognitivo que a veces es reversible, pero a veces puede no serlo”, dice. Y agrega: “Estar contagiado grave y manejar esa información, obviamente genera pánico”.

Lo que el doctor Navarrete detalla se ha descrito por algunos especialistas como el Síndrome post UCI/UTI que se da cuando pacientes pasan un periodo prolongado en estas unidades. No es exclusivo del Covid-19, es un tipo de daño que caracteriza a otros muchos síndromes de respiración severos, aunque una particularidad del nuevo coronavirus es el hecho de que el intervalo de hospitalización para pacientes contagiados de la enfermedad es habitualmente mayor, lo que aumenta la probabilidad de la aparición de este tipo de secuela.

La neumóloga e investigadora Margareth Dalcolmo, de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), el principal centro de investigación en salud de Brasil y el mayor de América Latina, dijo hace poco en una publicación de la BBC que “el síndrome post UCI puede incluir la pérdida de fuerza muscular, cambios en la fuerza motora o sensibilidad debido a la disfunción del nervio, a la depresión, ansiedad, cambios cognitivos, deterioro de la memoria y de la capacidad para razonar”. Los casos severos de Covid-19 son una minoría, alrededor del 5%, sin embargo, frente a una pandemia de estas características un porcentaje pequeño puede resultar en un número alto de afectados en total. En ese sentido, Dalcolmo, recalcó que parte de estas personas necesitará ser monitoreada por un tiempo.

Y así lo hizo el doctor Navarrete. “Durante mi estadía tuve suerte porque muchas complicaciones asociadas al virus fueron bien previstas. Por ejemplo, en esta enfermedad se da mucho la Trombosis. Hay pacientes a los que les da en una pierna, luego se va al pulmón y eso agrava el cuadro respiratorio. Pero en mi caso todo lo que hicieron para prevenir que se agravara el cuadro, funcionó”, cuenta. A pesar de esa “suerte” que dice tener, reconoce que lo que vino después, su pérdida de memoria y concentración, para él fue catastrófico. “Me di cuenta de lo desvalidos que estamos como seres humanos. Uno como médico a veces cree que está protegido, que no le va a pasar nada o va a manejar mejor la enfermedad, pero eso no es así”.

“Tuve mucho miedo porque a los 60 años a uno le viene el viejazo y es normal que se te olviden algunas cosas, pero antes de contagiarme estaba muy activo. Por eso verme en mi casa con problemas de memoria tan evidentes de un día para otro, fue terrible. Pensé que si me quedaba así, me tendría que jubilar. Es una sensación muy angustiante porque no sabes qué va a pasar. Afortunadamente en los meses siguientes, y gracias a que hice bastantes ejercicios para retomar la concentración y la memoria, logré retomar el ritmo”, cuenta. Pero dice también que no es un proceso fácil. “Este es un virus nuevo, todo se está recién estudiando. Ahora volví a trabajar y me siento bien, pero no puedo asegurar que siga así”.

Por eso también hoy es más reflexivo. “Trabajo a diario con personas que tienen este tipo de problemas, veo gente con riesgo vital, pero a pesar de eso, vivirlo en carne propia es muy distinto, muy fuerte. Y es una experiencia que te lleva a mirar las cosas con otra perspectiva. El tiempo que estuve en la casa en recuperación, que fueron cerca de tres meses, me di cuenta de que almorzar con mi familia, hacer sobremesa, contarles lo que soñé la noche anterior, son detalles que antes me podían parecer sin importancia, pero que finalmente son la esencia misma de la vida. Porque los médicos estamos en la vorágine del día; me levantaba temprano, volvía tarde, no dejaba tiempo para estas cosas. Pero son justamente esos detalles los que te hacen disfrutar y no deberíamos perderlos de vista”, dice y también lo practica. Desde que volvió a trabajar, lo hace sólo hasta las 5 p.m. “Creo que nunca voy a volver a trabajar hasta las 9 o 10 de la noche. Quiero seguir haciéndolo así, para poder al fin disfrutar de mi familia”, confiesa.