Durante más de 200 años se han realizado estudios que buscan encontrar las diferencias entre el cerebro del hombre y la mujer. Esta búsqueda infructuosa se ha trasladado de época en época, arrastrando prejuicios de investigaciones científicas en las que predominaban un componente machista que le hizo creer a muchas generaciones que efectivamente había diferencias cognitivas.

La creencia de una supuesta inferioridad femenina comenzó con los primeros estudios que demostraban diferencias físicas entre el cerebro de ambos sexos, siendo el cerebro femenino más ligero. De esta forma, y de la mano con otros factores culturales, se configuró la idea de un cerebro distinto que se mantuvo por siglos, sustentando estereotipos dañinos que se interpusieron en el progreso social y de igualdad de oportunidades.

Para detener este mal entendido, surgió el término neurosexismo, que fue acuñado por primera vez por la psicóloga Cordelia Fine en un artículo en 2008. Pero no fue hasta el 2010 que cobró popularidad, tras la publicación de su libro Delusion of gender: How our mind, society, and neurosexism create difference. Con este término la psicóloga hizo referencia a las posturas sexistas acríticas y acientíficas que, basadas en una idea más patriarcal, pretendía demostrar que el cerebro de mujeres y hombres tenían diferencias cognitivas.

Pero científicamente no hay evidencia certera que compruebe las diferencias. Para el neurocientífico de la Universidad de Chile, Pedro Maldonado, lo primero y más importante es entender que es un hecho que el cerebro del hombre y de la mujer no son iguales en términos químicos ni físicos, pero aquellas diferencias no demuestran que son determinantes a la hora de marcar una diferencia en la cognición.

“Lo primero que se ha estudiado es el tamaño, y si uno mira mucho se va a encontrar que el cerebro de la mujer es más pequeño que el de los hombres, porque el cuerpo es más pequeño. Pero si uno compara el cerebro entre sujetos con la misma estatura, no hay diferencias. Por otro lado, otra diferencia es química, por las hormonas las cuales son distintas en ambos sexos”, explica el especialista, quien agrega que en eso no hay evidencia que constate que existan implicancias en la estructura o funcionalidad del cerebro.

Según explica Maldonado, nuestros cerebros no son iguales durante toda nuestra vida ya que estos tienen la capacidad de cambiar y aprender. “Por ende, ¿un hombre tiene mejores habilidades espaciales porque eran los que manejaban o porque tienen un cerebro mejor para moverse en el espacio? Desde pequeños a los niños se les enseña a tomar armas, por ejemplo, y se los hacen jugar juegos de cierta naturaleza, por lo que obviamente su cerebro será distinto si a las niñas les enseñan a cuidar una muñeca. Hay un factor cultural muy grande”, comenta.

El neurosexismo precisamente reúne todos aquellos posicionamientos y teorías que utilizan la investigación neurocientífica para reforzar ideas prefijadas sobre las diferencias inherentes entre sexos. Varios estudios han demostrado que el rendimiento de algunas tareas las hacen mejor hombres que mujeres y, sin embargo, se sabe que mientras ambos sexos se educan y entrenen de igual forma, serán capaces de desarrollar de la misma manera las tareas asignadas.

Bajo esta línea, la Doctora en Ciencias Biomédicas Gabriela Martínez, de la Fundación Ciencia Impacta, explica que el problema tiene relación con un contexto cultural y social en los cuales se producen sesgos de enseñanza. “Los podemos ver en la misma sociedad en la cual nos encontramos. Incluso en las familias, en donde las niñas tienen que cumplir ciertos roles frente a un niño que tiene otros. Muchas veces no lo hacemos consciente y sin una mala intención, porque ciertamente uno tiene ciertas conductas que en realidad son aprendidas”, describe la especialista.

Gabriela, junto con Florencia Álamos, Alejandra Parra y un equipo multidisciplinario, han comenzado a desarrollar un programa con el propósito de combatir los mitos acerca de las diferencias cognitivas y educar a los principales agentes del cambio, como los docentes, con conocimientos y evidencia científica que les permita desarrollar en el aula, cambiar las actitudes y que de esta forma tanto niñas y niños tengan los mismos desarrollos.