Es probable que más de alguna vez hayamos escuchado hablar sobre la “gordofobia”. En pocas palabras, la gordofobia es el prejuicio y la discriminación hacia las personas con cuerpos grandes y/o gordos, asociando de manera equivocada su valor o salud solo con su peso. No es un mito ni una exageración; está presente en nuestra vida diaria y se ha vuelto tan común, que muchas veces ni siquiera lo notamos, como si fuera un “consejo” dado con preocupación.
Este rechazo hacia los cuerpos grandes va más allá de una simple opinión; se infiltra en lugares donde deberíamos sentirnos seguros. Desde las consultas médicas, donde el peso se convierte en el diagnóstico principal, hasta las tiendas de ropa que tienen muy pocas opciones de tallas grandes. Incluso en reuniones familiares, donde comentarios como “estás más gordita”, disfrazan un juicio. Lo más triste es que el mensaje siempre es el mismo: tener un cuerpo grande es un fallo personal que debería corregirse.
La situación se vuelve compleja cuando alguien que ha sufrido esta discriminación logra perder peso. ¿Qué sucede con esas personas cuando alcanzan la “delgadez deseada”? Aquí es donde surge el concepto de “new thin”, que acuñé en mi libro “Te lo digo porque te quiero: Derribando estereotipos estéticos en salud”. Este término describe a las personas que, después de llegar a su “peso ideal”, no solo reciben aceptación social, sino que, en muchos casos, comienzan a juzgar y discriminar de la misma forma en que ellos o ellas fueron juzgados.
Es un fenómeno interesante y muchas veces me lo preguntan en consulta: ¿por qué algunas personas que fueron gordas se vuelven tan gordofóbicas después de adelgazar? Analicé esta situación con la psicóloga y especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) Fernanda Mena, quien me explicaba que uno de los factores es el refuerzo positivo que reciben tras perder peso. Comentarios como: “qué bien te ves”, “admirable tu fuerza de voluntad”, o incluso el despiadado “te sirvió cerrar la boca”, le dan vida a la idea de que adelgazar es solo una cuestión de fuerza de voluntad y esfuerzo.
Otros factores también juegan un rol importante: la facilidad para encontrar ropa, la comodidad de moverse sin restricciones en espacios públicos como el metro, pasar por los torniquetes de la micro, sentarse cómodamente en los aviones, y la validación de indicadores como el Índice de Masa Corporal (IMC). Estas experiencias parecen confirmar que, en teoría, la dificultad de vivir en un cuerpo grande era culpa de uno mismo, cuando en realidad es resultado de un entorno que excluye y discrimina.
Después de adelgazar, estos pensamientos se vuelven aún más fuertes. La validación que reciben estas personas que habitan este nuevo cuerpo les da energía para reforzar la narrativa de que “la gordura es una falta de voluntad”. Esta forma de pensar no solo refleja un conflicto interno, sino que convierte a la persona en un eslabón más de la cadena de discriminación.
La sociedad refuerza esta gordofobia en todos lados. Nos enseñan que ser delgado es un requisito para el éxito, la felicidad y el respeto. La idea de que la delgadez es superior está tan integrada en nuestra cultura, que apenas se cuestiona. Así, el “new thin” se convierte en cómplice de un sistema opresivo. La persona que adelgaza se convierte en un testimonio de que “sí se puede”, reforzando la idea de que ser gordo es, en última instancia, un fracaso moral.
Cuando ya no hay excusas para atacar los cuerpos grandes, se usa la carta de la salud: “es por tu salud” o “bajé de peso y me mejoré”. Pero este argumento es superficial, porque la salud no depende solo del tamaño del cuerpo. La salud es compleja y depende de muchos factores que van mucho más allá de un número en la balanza. De hecho, depende de una amplia variedad de determinantes que se entrelazan y que, en muchos casos, están fuera de nuestro control. Aspectos como la genética, el entorno en el que vivimos, el acceso a una alimentación variada, tiempo y espacios para movernos y hacer ejercicio, la calidad de la atención médica, el estado mental y emocional, el nivel de estrés, el descanso adecuado, e incluso los contextos socioeconómicos, influyen directamente en nuestra salud. Pretender lo contrario es ignorar una realidad más amplia y perpetuar la discriminación que tan arraigada tenemos como sociedad.
La gordofobia no afecta solo a las personas gordas; es una herida social que daña a todos, especialmente a quienes temen perder su delgadez y, con ello, su valor en esta jerarquía. Nos han enseñado a ver los cuerpos como símbolos de éxito o fracaso, de enfermedad o bienestar, y mientras sigamos pensando que la delgadez es superior, continuaremos dañando tanto a las personas grandes que sufren exclusión como a las personas delgadas que viven con el miedo de perder su estatus.
Por eso, la próxima vez que celebremos un cambio de peso o hagamos un comentario sobre el cuerpo de alguien, pensemos en el impacto de nuestras palabras. Solo cuestionando estos comportamientos y dejando de reforzar estas ideas podremos construir una sociedad donde todos, sin importar su tamaño, podamos vivir en paz y con dignidad.
* Carolina es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.