Se ven maduros, no lloran, no molestan ni suman un problema a las preocupaciones de sus padres, quienes disfrutan de este comportamiento aparentemente adulto de sus hijos. Y es que les facilita mucho las cosas; es más sencillo que un niño pequeño gestione sus propias emociones y evite llorar o hacer una pataleta por su propia cuenta. Pero, ¿está un niño realmente preparado para comportarse como un adulto antes de serlo? Se trata de los niños y niñas sobreadaptados que, frente a un contexto adverso, se ven obligados a desplegar muchas más herramientas de gestión emocional, conciencia, empatía y regulación de la conducta como una forma de sobrevivir a la situación en la que están.
A Emily (27) le tocó ser la mamá de su mamá. Entre uno de los episodios que la marcaron, recuerda haberla encontrado después de un intento de suicidio, del que ella tuvo que dar aviso. También se acuerda con asco de las veces que la tenía que retar por encontrarla siéndole infiel a su papá o con miedo la vez que tuvo un accidente vehicular junto a ella, que manejó frenéticamente el auto hasta volcarse. Ésas, eran el tipo de situaciones a las que se tuvo que enfrentar desde niña, una época donde aprendió que lo mejor era suprimir sus necesidades por apoyar y cuidar a su mamá, quien tiene trastorno de la personalidad Bordeline al menos desde que la diagnosticaron, a los 15 años.
“Ser mamá de mi mamá hizo que arrastrara ese maternar a mis otras relaciones. Me pasaba con amigas y luego con mi pareja de ese entonces. Era un acto reflejo y estaba en mí. Es muy fuerte la manera en la que esto me marcó. Normalicé esta conducta de sobreadaptación, que me hacía sentir que era mi deber cuidar y que yo estaba capacitada para hacerlo. En mi infancia tenía que preocuparme de los problemas de mi mamá, los míos estaban en última prioridad. Como la idea era no agrandar la bola de nieve con más problemas, sentía que debía guardarme todo, que tenía que aparentar que todo estaba bien. Sobre todo en una etapa como la adolescencia, donde todo lo que te pasa es un drama. Mis dramas eran muy distintos a los de mi entorno en el sentido de que mi mamá se llevaba la atención con problemas médicos, manipulaciones, llamadas de alerta porque desaparecería y amenazas conmigo de ese mismo estilo. Incluso me comentaba los problemas vinculares que tenía con mi papá, que a mí no me correspondía saber de ninguna forma. Al ser chica, no sabía poner límites y simplemente estaba presente para ella, algo que me afecta hasta el día de hoy. Por ejemplo, todavía me cuesta poner límites. Eso ha evolucionado, ya no es una conducta involuntaria, ahora me doy cuenta cuándo debería poner el límite y trato de hacerlo, me hago llamar una persona complaciente en rehabilitación”, relata Emily.
Niños sobreadaptados a condiciones adversas
La psicóloga infantojuvenil María José Palmero, experta en educación emocional, explica que los niños sobreadaptados no es que hayan aprendido a madurar antes, sino que están operando bajo un mecanismo de defensa de supervivencia donde se fuerza al sistema a desplegar herramientas o acciones antes de lo esperable. “Estos son niños que se ven muy maduros, que no generan grandes dificultades, que no expresan lo que sienten y que suelen no desregularse, porque entienden inconscientemente que deben evitar colapsar más el sistema. Aprenden que sus propias desregulaciones y el compartir lo que sienten, como su estrés, angustia, tristeza o miedo, implica sobrecargar o empeorar la situación dentro del contexto en el que están, por eso es más saludable, piensan, quedarse callados, portarse bien y no decir lo que sienten para no empeorar las cosas”, asegura la psicóloga.
Ser niño, guardarse las emociones y aprender a autoregularse de manera independiente tiene grandes implicancias y consecuencias, advierte la especialista. “Serán probablemente adultos mucho más condescendientes con los demás, con más dificultades para conectarse con sus propias necesidades, para expresar lo que sienten y lo que necesitan gestionar dentro de su mundo interior. Eso después trae contradictoriamente consecuencias en la adaptación cuando ya son adolescentes o adultos. Y es que para poder adaptarnos necesitamos sentir, necesitamos de la rabia, de la angustia, la preocupación, la tristeza y la ansiedad”, dice Palmero.
La especialista en educación emocional añade que, con el estrés y la desregulación que esta dinámica genera, hay dos posibilidades de acción, según se ha estudiado en psicología. Reaccionar con comportamientos internalizantes o externalizantes. Según esboza una investigación del departamento de Psicología de la Universidad de Bielefeld en Alemania, mientras que la conducta de internalización se centra en uno mismo, respresentada con retraimiento, ansiedad, depresión y problemas emocionales, la conducta de externalización se produce especialmente en la interacción con el entorno social, traduciéndose en actitudes como la agresión, impulsividad o hiperactividad. Comprender sus causas en la infancia y la adolescencia, dicen, es de gran importancia debido a la alta prevalencia y la asociación con numerosos resultados de desarrollo desfavorables, incluido el bajo rendimiento académico, el comportamiento antisocial, la delincuencia, los problemas con los compañeros y la mala salud mental.
“Las conductas internalizantes tienen que ver con que los niños se tragan la desregulación, se tragan el estrés y no lo muestran tan visiblemente. Son niños que, por ejemplo, se les ve más ansiosos, más callados, se comen las uñas, tienen dificultades para dormir. A diferencia de los comportamientos externalizantes que son acciones visibles como gritar, llorar, lanzar cosas y son los que a veces confundimos con niños más violentos. Digo confundimos porque no necesariamente ese niño es violento o más violento, es que él está expresando y echando afuera esa desregulación y ese estrés que siente, que es mucho más saludable que llevarlo adentro”, agrega Palmero.
Validar las emociones
Parte del trabajo que tienen que hacer los adultos que viven con las secuelas que esta dinámica les dejó es empezar a integrar la idea de que lo que sienten es válido y trabajar el miedo que pueden sentir de expresar su mundo interior, sus ideas y sus necesidades. Éste, es un trabajo que también se puede hacer con los niños, dice la psicóloga infantojuvenil. “Tenemos que estar el doble de atentos para poder distinguir si es que estamos frente a conductas o a un comportamiento sobreadaptado con conductas internalizantes, en ese caso, se requiere mucho más apoyo por parte de los adultos, de volver a hacerle sentir a ese niño o niña que está correcto que sienta lo que siente”, explica.
Como explica la psicóloga, es común que los niños que asumen roles que no les corresponde a su edad mantengan ese patrón en la adultez o en la medida en la que van creciendo. Y esto, es porque les cuesta más poner límites. Emily bien sabe de eso y justamente, en eso trabaja en terapia. “Aprendí a poner limites, aunque a mi mamá sigo maternándola. A ella la perdoné y creo que nuestra relación ya se sanó porque ambas trabajamos en eso. Nuestra relación evolucionó totalmente, pero siempre con el dejo de una relación asimétrica. Solo que ahora, de adulta, ya lo tengo tan mapeado que no me duele y solo lo acepto. Gracias a haberlo podido trabajar, hoy todo eso lo miro con cariño y sin resentimiento. El trabajo del perdón es un camino largo, pero ayudó mucho el que mi mamá haya buscado ayuda. Al día de hoy siento que es otra persona, con ayuda de terapia y medicamentos”, concluye.