Tristes días van. Días difíciles, inseguros, llenos de incertidumbre, violencia, maltrato y agresiones en todas las direcciones. Líderes debilitados que no han sabido contener a un país. Discursos mal planteados y mal pensados. No hay culpables, ya que la culpa la tiene una trenza eterna de malas decisiones de un país joven. La culpa la tiene nadie y la tenemos todos. Lo mismo con la solución. No la tiene solo un gobierno o partido político. A los que les tocó la dictadura, estos tiempos reabren una herida dolorosa que vuelve a sangrar. A los que no nos tocó, conoceremos y sentiremos de primera fuente lo que sintieron nuestros padres y abuelos, y lo estamos viviendo actualmente con nuestros hijos.
Me preocupo porque pienso en la salud mental de nuestro país, de adultos y niños, que ya estaba deteriorada. Pienso en los mensajes de las personas que lideran, y que después del mensaje "estamos en guerra" debieran repartir calmantes en cada esquina, porque la angustia que ese mensaje genera tiene largo efecto. ¿Y los niños? Los niños nos están mirando. Están mirando nuestras caras, reacciones, y están escuchando también. Escuchando noticias, comentarios, fake news, conversaciones. Escuchan, procesan lo que pueden entender y también se angustian. Y cómo no, si los adultos no sabemos qué va a pasar, y lo primero que un niño necesita es anticiparse, es saber qué viene y sentir que los adultos sabemos lo que estamos haciendo. Y en este momento, ni los adultos a cargo de nuestro país saben lo que están haciendo, mientras el resto de los adultos estamos expectantes, ansiosos e intranquilos.
Nos queda vivir "el hoy". El ahora. Vivir día a día y enfrentar solo esas dificultades, esos miedos y esas incertidumbres. Quizás así podemos también transmitirles calma a nuestros hijos.
Tenemos miedo y lo entiendo. Mi principal miedo es con el tema de la comida. Siempre me ha dado angustia un refrigerador vacío, y tengo cuatro hijos que siempre tienen hambre. Si me conecto realmente con la idea de que eventualmente entremos a una escasez generalizada, mi angustia se dispara. Y soy capaz de entender a esa persona que va y acapara, a esa persona angustiada y asustada, pero no lo hagamos. Volvamos al mantra de las 24 horas. No compremos pensando en suplir los siguientes tres meses. No compremos por si acaso. Compremos lo necesario. Por varias razones: no tiene sentido, muchas cosas se echan a perder, no sabemos qué va a pasar, y la principal y más importante: porque es tremendamente egoísta. Y estamos viviendo los resultados de un sistema egoísta. Nuestros hijos deben ver que nos preocupa el resto, que nos importa que alcance para todos y que no queremos hacer un "sálvate solo". Vamos todos arriba de esta balsa y es el minuto exacto de enseñar el concepto de comunidad, de amor, de hermandad, de país, de generosidad y de igualdad.
Porque no estamos en guerra. Rotundo no. Pero se puede dar vuelta ese tablero en dos segundos con este tipo de mezquindades generadas por el miedo. Ya se empiezan a ver personas en modo pelea. Adultos en modo pelea, desde aquellas personas que dirigen y toman decisiones en nuestro Chile, hasta peleas, "tironeos" y griteríos por la última lechuga de la verdulería.
No podemos seguir normalizando más situaciones de violencia. Por alguna razón que no entiendo aún, hay situaciones de violencia que yo misma he normalizado y que, gravemente, no me parecen graves. Y quiero volver a encontrarlas inaceptables, para poder enseñarle realmente a mis niños que nunca las acepten en otros o en ellos. Revisemos cada uno nuestras propias definiciones de qué es violencia y agresión, y aliniémonos como padres, ya que la generación niños puede verse profundamente afectada por todo lo que estamos viviendo.
Como madres, padres y familias, necesitamos contener a nuestros hijos y contenernos como adultos que estamos criando. Háganse una "selfie" imaginaria en esos momentos donde sentimos miedo y angustia para que vean qué ven los niños en sus adultos significativos, ya que somos nosotros los ecualizadores emocionales de los niños que tenemos alrededor. Contengámonos como ciudadanos también, sonriéndole amablemente a la persona haciendo fila al lado de uno. Cediéndole el puesto, llevando en auto al que no tiene como movilizarse, no comprando todas las leches. Desarmemos esto con amor.