“Papá, ¿qué pasa si perdemos la guerra?”, le preguntó su hija de seis años a Juan Eduardo Oda hace algunos días. Juan es autor del libro El paraíso vive en la memoria, una recopilación de historias cortas que nacen justamente de situaciones cotidianas como ésta. “Mi reacción fue responderle que nosotros en Chile no estamos en guerra, que Ucrania está muy lejos. Y es que uno nunca quisiera que un niño o niña se preocupe. Su mundo infantil sólo debería contener palabras como abrazo, cariño y todos los ‘te amo’ del universo. La palabra ‘guerra’ nunca debería salir de la boca de un pequeño, jamás”, dice.
Pero luego pensó que la pregunta de su hija era válida, pues todas las guerras del mundo son nuestras guerras, no hay donde esconderse, ni hacia dónde escapar. “En Ucrania, por más lejos que esté de Chile, en este instante -y de eso no tengo ninguna duda-, hay una pequeña que al igual que mi hija, le hace la misma pregunta a su papá. A un padre ahogado en la desolación, que la ama como yo amo a mi Jo, pero ese padre no puede decirle tranquilamente ‘hijita, esa no es nuestra guerra, porque allá las bombas caen cerca y cada vez se escuchan más fuerte”.
Juan compartió esta reflexión en su cuenta de Facebook, acompañada de una foto de un padre ucraniano agachado al lado de su hija llorando, momentos antes de partir a la guerra contra Rusia. “El hombre de la foto pudo ser cualquiera de nosotros y sabemos que las guerras destruyen muchas cosas, pero nada más imperdonable y aberrante que destruir la sagrada inocencia de un niño”, escribió.
Y es que a los niños y niñas que no están en Ucrania las imágenes que ven en los medios de comunicación y las redes sociales, o las conversaciones que escuchan en sus casas o colegios sobre la guerra, les podrían afectar su estado anímico o al menos generarles dudas e inquietudes, igual que a los adultos. Esto porque a partir de los seis años comienzan a desarrollar la empatía, especialmente con niños y niñas de su edad. “Se identifican con ellos y quieren ayudarles. Muchas veces incluso hacen planes como juntar sus juguetes si ven que algún niño los perdió en la guerra, o piensan en regalarles parte de su ropa, para que no sientan frío”, explica la psicóloga Loreto Vega.
Por esta razón –agrega la experta– es importante prestarle atención a esas emociones. “Hay que darles el espacio para que pregunten todo lo que necesiten saber y no minimizar sus miedos o emociones. Los padres somos las figuras de referencia y confianza en los niños y niñas y si no encuentran contención y sobre todo respuestas en nosotros, las van a buscar en otro lado, por ejemplo en internet, donde existe el riesgo de que se expongan a imágenes duras o a información no acorde a su edad”. De hecho, Loreto recomienda que en ningún caso las niñas y niños vean imágenes crudas. “No es el mejor momento para dejarles ver un noticiero, por ejemplo. Si a los adultos nos remueven por dentro esas imágenes, a los pequeños mucho más”, agrega.
Lo que sí está bien, es que no intentemos mantenerlos al margen, primero porque aunque tratemos de que no vean noticias, es inevitable que algo de información les llegue. “Y también porque de esta manera les enseñamos sobre empatía. Es una oportunidad para abrir temas de conversación que son difíciles como la violencia, uso de armas, ambición, poder, etc. Y por supuesto que es una forma de entender que no estamos solos en el mundo, y –tal como la reflexión de Juan a propósito de la pregunta de su hija– que comprendan que si bien a nosotros no nos están llegando bombas, hay otras personas a las que sí, y no podemos hacer como que no pasa nada, como que eso no es importante. Si fuese así, el mensaje sería muy individualista”.
Las guerras son muy difíciles de explicar y por ello la psicóloga recomienda adaptar la explicación a la edad de cada niño o niña, utilizando un lenguaje apropiado para ellos y fácil de comprender. Necesitan que usemos un lenguaje simple. No es necesario que empecemos a hablar de la historia completa de la antigua URSS ni de la Segunda Guerra Mundial, sólo deberíamos transmitir mensajes desde la tranquilidad, que validen las emociones que sienten. “Es normal que estés triste o enojado, yo también me siento así, porque a nadie le gustan las guerras. Pero nosotros estamos contigo, lejos del conflicto y seguro junto a tu familia”. Al final, los niños se angustian si ven a sus padres o figuras de apego angustiadas, pero si estos logran transmitirles calma incluso hablando de un tema doloroso como la muerte, los niños y niñas son capaces de comprender sin sentir angustia.
Mientras más pequeños los niños y niñas, más precisos y concretos deben ser los mensajes, y nunca responder mucho más de lo que están preguntando o sobre detallarles, porque también hay muchas cosas para las que ellos no están preparados cognitivamente para enfrentar y abordar. En edades un poco más avanzadas, a partir de los ocho años, se puede complejizar un poco la información. Vega sugiere como punto de partida preguntarles qué es lo que entienden y no entienden del tema y qué sienten al respecto, para así ofrecerles respuestas concretas que les den seguridad.
Por último Loreto sugiere abrazarlos y calmarlos si en algún momento entran en crisis o tienen pesadillas. “La contención es clave frente a cualquier situación de crisis emocional. Son momentos en que las personas necesitamos certezas, en el caso de los niños y niñas, saber que están sus padres o cuidadores siempre están disponibles. Que estarán ahí para protegerlos”.