No me quiero sacar la mascarilla

niños y la mascarilla paula



Hemos sido testigos de cómo la pandemia ha afectado nuestras vidas en todos sus sentidos, desde la salud física hasta la emocional. Todos los efectos que ha traído nos hacen pensar, una vez más, que nada es de la forma que nos imaginamos. Y acá estamos nuevamente con otra sorpresa que es consecuencia de esta pandemia: el uso o no uso de la mascarilla.

Al principio muchos nos resistimos a su uso, porque aunque sabíamos la necesidad de hacerlo para proteger a los otros, el impacto que causaba en cómo podíamos interpretar los gestos de los otros y lograr relacionarnos con la mitad de la cara tapada, con nuestras expresiones bloqueabas, era algo incomprensible. Algunos al principio la utilizaban mal, otros eran muy estrictos en su uso. Luego comenzó la estética de la mascarilla, habiendo una oferta sin igual de tipos, estilos y materiales; se vendían desde la que más protegía hasta la más cool, lo que terminó haciendo de ella parte del atuendo cotidiano. Por un tiempo largo se logró entender e internalizar sus beneficios y efectos positivos sobre la protección que causaba para evitar contagiarse de Covid 19, pero a lo largo de los meses se podía ir observando cómo, cada vez más, se buscaban medidas para distanciar o especificar su uso. Se hacía patente su efecto nocivo sobre la salud mental, aprendizajes y relaciones afectivas.

El uso de la mascarilla, sobre todo para los niños y jóvenes, generó un impacto en todas las áreas de su vida. En el colegio dificultaba la comprensión de contenidos al impedir escuchar de manera fluida y clara lo relatado por los docentes. Sobre todo para los más pequeños era aún más difícil poder entender instrucciones solamente de manera auditiva, dejando los gestos faciales de las y los profesores de lado, o específicamente en el ejercicio del modelaje para la adquisición del lenguaje. Esto se podía observar en las tantas veces que se tenían que repetir ideas porque los y las alumnas no lo oían bien. Y no solo pasaba dentro de los colegios, cada uno de nosotros puede recordar episodios repitiendo dos o tres veces alguna oración.

Sabemos que como seres humanos nos comunicamos de forma verbal y no verbal, dando gran importancia a lo que no se dice, a las miradas, los gestos, el color que toma la piel en ciertas situaciones, la forma que adopta nuestra boca. El tener todo esto escondido nos hacía perder cercanía en nuestras relaciones y tener menos capacidad de leer lo que el “otro” nos quiere decir con expresión no verbal.

Esto y muchas otras cosas hacían que varios estuviéramos esperando el fin de la mascarilla, sin embargo, el Covid nos vuelve a dar una lección de que todo puede ser relativo e incierto. Porque ahora que se acerca el fin de su uso obligatorio, hay niños y adolescentes que les genera miedo, incertidumbre o vergüenza sacársela, que se sienten incómodos sin ella. Niños cuyos primeros años de vida fueron con mascarillas, por lo tanto no comprenden el mundo sin ella; familias que tuvieron pérdidas por esta enfermedad y que sienten que la mascarilla los sigue protegiendo; y jóvenes que simplemente no quieren mostrar su rostro a los demás. ¿Nos hemos puesto a pensar en estas situaciones? ¿Hemos sido realmente empáticos y acogido su sentir?

Miremos nuestro entorno y a nuestra propia familia ¿Cómo han sido nuestros comentarios frente a su uso? ¿Cómo nos hemos expresado? ¿Cómo se ha bromeado o ironizado frente a esto? ¿Hemos tenido la delicadeza de preguntarle al otro qué siente?

En redes sociales he visto muchas campañas y videos frente a su no uso, lo cual me parece pertinente, pero en estas misma declaraciones he observado una falta de tolerancia e ironía, en donde se cae en poner la propia manera de pensar como verdad sin contemplar de manera real a las otras personas, forzando o generando una presión social, que queda fuera todo aquel que piensa que su uso es necesario. Por supuesto que cada uno de nosotros puede expresar su punto de vista, pero insisto en la importancia de una sociedad capaz de entender que la tolerancia no sólo tiene relación con el poder expresar nuestras diferencias, sino también con la delicadeza de saber cómo expresarlas y a quién les afecta. No basta con decir “yo no estoy obligando a nadie”, “que no se sientan presionados, es libre”, es necesario ser capaces de profundizar y pensar en el peso que tienen nuestras palabras sobre los demás antes de decirlas.

En este proceso de sacarnos la mascarilla, donde toda nuestra gestualidad facial quedará en real comunicación con los demás para poder relacionarnos sin ninguna máscara por medio, tengamos más que nunca presente la realidad y las vivencias de los otros. No presionemos o cuestionemos su uso, compartamos nuestras diferencias en pro de hacer un bien y no solo de darnos el gusto de expresar nuestro punto de vista. Protejamos y acompañemos a aquellos niños y jóvenes que sienten miedo, vergüenza, rabia y confusión de dejarla, no los apuremos, más bien tratemos de entender qué sienten para poder acompañarlos en este proceso hasta que se sientan seguros sin ella.

Cada uno tiene sus propios tiempos y cuando se está vulnerable, se necesita ser escuchado y acompañado sin juicios. El Covid ha traído grandes consecuencias sobre la salud mental y ha resquebrajado nuestro mundo y compresión, seamos entonces un aporte positivo y no uno que agregue más grietas.

Josefina Montiel es psicóloga clínica. Instagram: @ps.josemontiel

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