No poder quedar embarazada: “Me decían que tenía que soltar la idea de ser madre, pero ¿cómo se hace eso?”

Maternidad Paula



Conocí a mi esposo a los 17 años, en el preuniversitario. Luego estudiamos en ciudades distintas, pero aun así el amor siempre prevaleció por sobre las adversidades de la inmadurez y de la vida. Nos fuimos a vivir juntos a los ocho años de pololeo y tres años más tarde, nos casamos. Ya teníamos nuestra casa, un auto, habíamos viajado, carreteado y disfrutado lo suficiente, o al menos eso pensábamos. Siempre quisimos tener hijos, pero sin apuro, aun así, la presión social se hacía notar cada año con más fuerza. Toda la familia, amigos y conocidos querían que fuéramos padres. Nos preguntaban constantemente cuándo llegaría nuestro bebé. Pero yo no tenía aún la estabilidad económica para tomar la decisión.

Un día tuve un atraso, me preocupé y fui al ginecólogo. Sentí alivio cuando el doctor dijo que no estaba embarazada, sin embargo, me sugirió que dejara los anticonceptivos ya que mi cuerpo necesitaba un respiro antes de ser mamá. Le encontré razón y en julio del 2012 dejé de tomarlos. Ya había dejado el alcohol, los cigarros y carreteaba poco. Comencé a tomar ácido fólico y a alimentarme mejor. Así pasaron alrededor de seis meses. Me comenzaron a salir granos en la piel, grasitud, mis menstruaciones eran muy dolorosas e irregulares y ni mencionar los constantes cambios de humor. Era cómo si hubiese dejado un “remedio” y con eso se evidenciaba un problema. Fui a un ginecólogo especialista en fertilidad, me hice exámenes y me diagnosticaron hiperinsulinismo y un desequilibrio de las hormonas encargadas de la ovulación. En pocas palabras, no podría quedar embarazada de manera natural. Fue tan difícil asumirlo, que decidimos esperar otros seis meses por si se daba de manera natural. No perdíamos las esperanzas.

Pasado ese tiempo, volvimos a ir al ginecólogo. Comenzamos con más exámenes y en dos años me hice tres inducciones sin éxito. Emocionalmente fue muy agotador, por no decir desgarrador, cada vez que salía un test negativo. Se asemejaba a vivir el luto de un hijo no engendrado, lloraba, me sentía triste, frustrada, incompleta, incluso poca mujer. Dejé de ser una persona alegre y comencé a decirle a mi esposo que buscara a otra. También intenté cambiar de tratamientos, me dediqué a buscar medicina alternativa y así llegué donde una doctora de medicina integrativa que hacía acupuntura, biomagnetismo y Flores de Bach. En un momento de la terapia me dijo que si no soltaba los supuestos temas que tenía con mi mamá, jamás iba a ser madre. Una vez más, salí desmoralizada.

En esos momentos todo el mundo te aconseja. Me decían que era joven, que disfrutara el tener tiempo para mi y mi pareja; que aprovechara de viajar y que tenía que soltar la idea de ser madre. Pero ¿cómo se hace eso? Siempre he tenido una personalidad controladora y me cuesta mucho soltar. Recuerdo que esos días fui a una librería y me encontré con el libro La receta de la felicidad de Deepak Chopra. Lo compré y fue la puerta de entrada a un mundo totalmente desconocido para mi, pero que cambió mi forma de pensar. Seguí buscando otros libros y películas, comencé un proceso de introspección en el que participé de círculos de mujeres, fui a talleres de sexualidad sagrada e hice terapias con biomagnetismo.

Después de mucho tiempo decidimos volver a intentar con otro especialista en fertilidad, pero no funcionó y esta vez me dieron el diagnóstico final: infertilidad de origen desconocido. Todos mis exámenes normales, simplemente la vida no quería que fuera mamá. Quedamos devastados y agotados. Entré en una depresión porque quería tanto ser mamá que nada más me hacía feliz, ni siquiera mi pareja. Justo en ese tiempo a él le ofrecieron un mejor trabajo en otra región. Él estaba feliz, por fin todo su esfuerzo laboral estaba rindiendo frutos, pero yo no me quise ir. Y fue mejor, fue una escapatoria a nuestra situación porque en ese momento ni yo misma me toleraba.

Mi depresión fue tan fuerte que a ratos pensaba en la posibilidad de no vivir. Cada video llamada era triste, él me veía con ojos inflamados de tanto llorar. Fueron meses desoladores, en pleno invierno y muy lluvioso. Mi rutina era despertar, ir trabajar, comer y dormir. Después de casi cuatro meses decidí que necesitaba ayuda urgente, no podía ser que nada tuviera sentido en la vida. Comencé una terapia que me hizo ver que había más posibilidades de ser madre; me encontré con la mujer fuerte que alguna vez fui y pude salir del hoyo.

Desde ese momento mi vida cambió. Comencé a pasarlo bien, salía con amigas y retomé la pintura. De cierta manera entendí que soltar el tema era liberarme de él, aprender que era importante pero no al nivel de arruinarme la vida. Volví a disfrutar del sol sobre mi rostro, del olor del mar y del viento moviendo mi pelo. Mi marido volvió y juntos decidimos viajar y vivir nuevas experiencias.

Un día comencé a sentirme mal del estómago. Fui al médico. Tenía una bacteria, así que me recetaron antibióticos. Pero antes de tomarlos, no sé por qué, se me ocurrió hacerme un test de embarazo. Fue como una intuición. Mi marido no quería porque tenía miedo de que me deprimiera nuevamente, pero lo hice igual y salió positivo. No lo podía creer. Salí corriendo del baño a contarle a mi marido, ninguno podía creerlo. Nos abrazamos, lloramos y agradecimos a la vida por tanto aprendizaje.

Y no fue solo una sorpresa; en menos de un año la vida nos bendijo y sorprendió con un segundo embarazo. Ahora pienso y miro hacia atrás y me doy cuenta que aunque mi plan era ser una madre joven, terminé siento una mamá con experiencia, capaz de formar a dos mujeres empoderadas, positivas, agradecidas de la vida, amantes de la naturaleza. Quizás sin vivir todo lo que viví, no habría sido capaz de eso.

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