No quiero hijos perfectos
Hace algunos días vi el cortometraje de Disney, Float, y me desmoroné. Aunque la historia –muestra una crianza especial, de un padre primerizo y su hijo con autismo– está destinada a sacarnos algunas lágrimas, a mí no solo me hizo llorar. También me hizo reflexionar profundamente sobre la crianza de mis hijos de 8 y 6 años. Es cierto que la historia se centra en un niño con una condición distinta, pero cuando en un acto desesperado, el padre le grita a su hijo: “¿Por qué no eres normal?”, se me vino a la mente la cantidad de veces que también le he gritado a los míos, que no tienen una condición especial, pero que como todos los niños, tienen sus particularidades. Recordé las veces que, especialmente con la pandemia y el telestudio a cuestas, les he gritado porque no se ajustan a un molde; porque no hacen la tarea como pide la profesora, porque no se “portan bien” frente a la pantalla del zoom, o porque no se comieron la comida que alguna vez alguien me dijo que era la mejor y en el horario correcto.
Hay una idea de perfección en la maternidad, pero también tenemos una idea de perfección en las hijas e hijos. Me di cuenta este año, que los tuvimos a tiempo completo en la casa y que nos tocó, además de ser sus madres y padres, también sus profesores. Mi hija menor, por ejemplo, está en primero básico. Este año tendría que aprender a leer, entre otras cosas, pero con suerte se sabe las vocales. Al principio me reía, pero han pasado algunos meses y me preocupé. Aunque mi discurso siempre ha sido “cada niño a su ritmo”, me vi pensando en una profesora particular que la nivelara. Luego pienso, ¿que la nivele con quién? Con los niños de su curso. ¿Pero cómo? Yo misma partí diciendo que todas las niñas y niños tienen sus particularidades y sus propios ritmos. Entonces después de Float, mi cabeza explotó. Y mi corazón también.
Revisando Instagram me encontré con una publicación de la cuenta @neurofyok. Decía: “Un cerebro de 6 años –la edad de mi hija– no está listo para aprender a leer”. Esto lo vi dos días después de un evento complejo que vivimos, cuando yo por supuesto que injustamente la reté porque no era capaz de juntar la letra M con la letra A y decir “ma”. No me culpo, la carga para las madres ha sido fuerte en la pandemia. Pero vi la publicación, me llamó la atención y seguí leyendo. En el post se preguntaban: “¿Será que es casualidad que solo un 5% de los adultos chilenos tiene una alta comprensión lectora? (OCDE, 2020) ¿Tendrá que ver esto con el momento en que aprendieron a leer?”.
Según la publicación, en los últimos diez años los avances en la neuroimagen, especialmente una técnica para medir los tractos de materia blanca llamada DTI, han confirmado que la organización de estos cableados es fundamental para que las niñas y niños aprendan a leer. Y ¿cuándo se observa este cableado? En general a partir de los 7 años y no antes. Entonces, ahora me pregunto yo: ¿Por qué estoy forzando –y retando– a mi hija a aprender algo para lo que su propio cerebro no está preparado? La respuesta es simple: Porque escucho en el zoom a otras niñas y niños que sí saben, porque aunque toda la vida he sido extremadamente relajada en la crianza, terminé comparando igual. Y la comparación nunca es buena.
Pero más allá del ejemplo de la lectura, pienso en que al final tiene que ver con los mismos estereotipos y mandatos que abundan en la maternidad y crianza. Los mismos que nos hacen creer que si no podemos con todo, que si nos mostramos vulnerables y colapsamos, no estamos siendo la buena madre que desearíamos; también nos dice que si nuestros hijos no son “perfectos” –entendiendo perfección como un molde que establece lo que es correcto o no en cada etapa del crecimiento–, entonces estamos fallando. Lo he sentido decenas de veces este año tan complejo y me apena que eso pase.
“Por supuesto que la mayoría de las madres y padres no intentan hacerle mal a sus pequeños, pero muchas veces por desconocimiento o repetir actitudes del pasado en vez de ayudar, crean un futuro adulto con muchos complejos, tristezas y sin la capacidad de aceptar sus errores. E incluso, con la gran posibilidad de que repita esa conducta en sus propios hijos”, explica la psicóloga Rosario Novoa, que agrega que las niñas y niños viven en una sociedad construida por adultos, donde las exigencias son cada vez más altas y donde la infancia parece que queda relegada a un segundo plano. “No está mal querer cosas buenas para nuestras hijas e hijos, es lo normal. Sin embargo, no hay que pagar un alto precio para que ellos lo consigan; no hay que sacrificar su felicidad ni tampoco la nuestra. Especialmente en tiempos estresantes como los que vivimos, si una niña o niño no saca buenas notas o no logra aprender a leer, no pasa nada, porque la perfección en la crianza no existe”, concluye.
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