Tengo 43 años y con mi pareja, con quien ya llevo 16 años de matrimonio, decidimos que seríamos solos los dos quienes formaríamos esta familia. La verdad es que nunca sentí esas ganas, que dicen vienen de las entrañas, por ser mamá. En mi adolescencia y primera juventud me imaginaba siéndolo, pero porque no me cuestionaba la opción de poder elegir. Pensaba que como era mujer debía hacer lo posible por darle vida a un otro. Que era lo que correspondía y que nuestra biología nos definía. Hasta que un día, a mis 24, me lo cuestioné por primera vez. Empecé a preguntarme el porqué tenía esta idea en mi mente y me di cuenta de que ya no me hacía sentido. Y me di cuenta que traer a un niño al mundo solo porque sentía que era un deber o por miedo a sentirme sola más adelante, era una irresponsabilidad tremenda.
Tuve la suerte de tener a unos papás increíbles que siempre me entendieron y jamás trataron de ponerme ninguna presión. Los dos son súper viejitos, nacieron en los 40', pero muy modernos. Desde chica ambos me aconsejaron seguir mis instintos para tomar mis decisiones y que no debía hacer las cosas por el simple hecho de cumplir con las expectativas del resto. Quizás, por eso no tuve miedo al optar por no ser mamá, pese a que para mi generación fuese algo súper mal visto.
Cuando conocí a mi marido él tenía 23 y yo 25. Fuimos la primera relación seria de cada uno. Yo ya sabía qué idea de familia quería y le planteé mis inquietudes apenas formalizamos nuestra relación. Fue una conversación muy linda en la que ambos nos replanteamos miles de cosas y en la que descubrimos que teníamos aún más en común de lo que creíamos. Los dos acordamos en no ser papás, pero también súper conscientes de que se trataba, y se sigue tratando, de una conversación del presente. De que si el día de mañana llegamos a sentir que es el momento y que realmente lo queremos, lo vamos a hacer. Él se hizo la vasectomía, pero estamos más que abiertos a la adopción, porque ninguno de los dos cree que ser papás se trate únicamente de algo biológico. Yo hago maternaje todos los días con mis alumnos, mis papás, mis amigas. Y creo que es súper importante que se trate de una decisión de los dos. En nuestra relación no hubo transacción ni negociación. Hubo acuerdo y afinidad. Probablemente, si no fuese así, ya no estaríamos juntos.
La verdad es que aunque sea de una generación más tradicional, mentiría si dijera que me he sentido enjuiciada por mi estilo de vida. Al menos no por la gente que realmente me importa. Lo que sí he escuchado algunas veces, de personas que no son cercanas, es que lo encuentran un poco egoísta. Y eso es algo que jamás voy a entender. Para mí ser egoísta es traer a alguien al mundo sin sentir ganas de hacerlo. Es no cuestionarse si se puede vivir sin la opción de crear. A mí me encantan los niños. Soy educadora diferencial justamente por ellos. Y creo que puedo entregar amor y aportar a la humanidad desde esa vereda.
La única persona importante que sí trató de persuadirnos fue mi suegra, porque ella soñaba con tener un nieto. Y aunque la entendemos perfectamente, le aclaramos que era una decisión de pareja y que no estaba sometido a discusión. Que esta era la familia que, por el momento, le íbamos a entregar. Porque nosotros creemos que el 'ser familia' es algo que no tiene límites, que puede ser de cualquier manera. Mi familia está compuesta por nosotros dos. Porque queremos. Porque lo elegimos. Porque ese es nuestro límite.
María Jorquera tiene 43 años y es educadora.