Yo tenía 19 años. Era el domingo antes de entrar a mi segundo año de universidad y fui al mall con mi pololo de aquel entonces. Deprimida frente al espejo me probaba ropa, pero nada me quedaba bien. En ese momento me empecé a sentir mal, sentí puntadas que inmediatamente relacioné con dolores menstruales, así que me fui a casa.

Durante esa noche el dolor se intensificó. Traté de evitar despertar a mi mamá y esperar a que amaneciera, pero el dolor era tan insoportable que tuve que ir donde ella. Ni las aguitas que me dio ni los remedios me hacían efecto. Preocupada, mi mamá pensó que era una apendicitis y partimos a urgencia. Era tanto el dolor que nos pasamos algunos semáforos en rojo. A esas alturas ya me dolía incluso sentarme.

En la consulta ocurrió algo muy extraño y ahora maravilloso. El doctor me dijo que estaba embarazada y en trabajo de parto. Era tanto el dolor que sentía, que no podía procesar lo que me estaban diciendo. Miré a mi mamá y casi en delirio le pedí perdón. Ella dulcemente me hacía cariño y me decía que sólo debía preocuparme de que todo saliera bien. Mi papá que esperaba afuera no entendía nada, menos que me fuesen a llevar a maternidad si lo mio era apendicitis.

Me llevaron en camilla al pabellón y a partir de ahí fue todo muy rápido. Recuerdo vagamente a la matrona alentándome a pujar. Yo solo atiné a actuar como en las películas y, a pesar de que por la anestesia no sentía nada, me concentré en poner cara de esfuerzo. Así fue como nació mi hijo Gaspar, que es el amor de mi vida y que hoy tiene 8 años.

Me lo pusieron en el pecho y yo, sin saber qué hacer, solo repetía que estaba calentito. Al rato me pasaron a la sala de recuperación. Recién ahí trataba de asimilar todo lo ocurrido. No podía dejar de pensar en lo que diría la gente, mis papás, mis amigos. Incluso la opinión del vecino que ni siquiera me caía bien, me preocupaba. Recuerdo que la enfermera entró a preguntarme por mis cosas y las de la guagua. Claramente no teníamos nada, pero mis papás partieron rápidamente a comprarnos de todo.

Mis papás siempre me calmaron diciéndome que no me preocupara, que la vida se justifica sola. Veía a mi papá confundido, pero también lo escuché contando con orgullo a mis tíos que había sido abuelo.

Ahora veía la parte más importante, contarle a mi pololo que había sido papá. Cuando lo llamé, por cosas del destino, estaba justo al lado de la clínica. Sin creerme mucho lo que le estaba contando, llegó a vernos. Las dudas se le fueron apenas entró a nuestra pieza.  Al tiro hubo mucho cariño para Gaspar. Fue impactante para todos, pero sólo recibimos amor.

Me pasa que al contar esta historia la gente me dice "qué fome, te perdiste todo el embarazo", pero la verdad es que para mí fue perfecto. Hoy lo pienso y creo que quizá si hubiese sabido, hubiesen vivido meses de mucha angustia.

Gaspar no estaba en mis planes, pero es lejos el mejor regalo de la vida. Somos inseparables y no podría imaginar siquiera cómo sería mi vida sin él.

Claudia es mamá de Gaspar y diseñadora publicitaria. Hoy trabaja como post productora fotográfica independiente.