Toda mi vida esperé ser madre. Hoy, a mis 42 años y luego de cinco intentos fallidos entre fecundación asistida e in-vitro, me he dado por vencida. No seré madre biológica.
Son miles los exámenes que te hacen para que finalmente el diagnostico sea la infertilidad. Las causas son desconocidas y el proceso en sí es un tremendo desgaste físico y emocional, sin nombrar lo económico. Por esto es sin duda un tremendo apoyo tener un buen compañero o compañera al lado que apañe en cada momento, ya que cuando se está en pareja esta condición es de a dos y el diagnóstico es mutuo. En mi caso podemos decir que ambos no pudimos tener hijos.
La decisión de poner término a este proceso que nos paralizó por muchos años nació de los dos. Todo ha tenido su ritmo, esperanza, ilusión, rabia, frustración, perseverancia, fuerza, decepción. Cada uno viviéndolo individualmente y también en pareja. Hoy estamos en la etapa de reconectarnos, ya que sin duda quedamos bastante adoloridos tras de este duelo. Pero con dulzura y amor, todo se acomoda y vuelve a su ritmo. Todo pasa. Hay que tener paciencia.
Para una mujer conservadora como yo, es fuerte decir que no será madre biológica. Siempre idealicé de sobremanera la familia tradicional. Y de adulta, estudié distintos tipos de educación, alimentación sana y vida enfocada en el bienestar de los hijos que alguna vez llegarían a mi vida. Pero no fue así. Y con eso se derrumbaba el castillo imaginario de mi futuro en sociedad. He debido deconstruir a esa mujer empapada de sueños de maternidad, que adoraba a las guaguas, que le encantaba hablar con sus amigas que sí son madres de sus embarazos, partos, hijos, educación, esperando que llegara mi turno de criar.
Me pasó seguido que esas amigas madres siempre me dejaban las realistas frases: "es que no tienes experiencia", "cuando tengas hijos te quiero ver". Poco a poco me fui dando cuenta de que no teníamos el mismo lenguaje. No me validaban y ya ni siquiera me llamaban para los temas de sus hijos. Ahora que escribo esto, me doy cuenta que sentí la soledad y el abandono de mi propio género. Junto con ello, he debido reconstruir la mujer que soy, porque he cambiado. Me di cuenta de que no podía dejar que mi vida pasara esperando por un ideal que sólo estaba en mi imaginación. Debí romper con los patrones que me hicieron daño impuestos por mi familia y la sociedad. Y ahora sencillamente me encuentro con la bella mujer en la que me he convertido.
Esperando y esperando pasaban los días de la madre de cada año. Día en que todas las mujeres de mi familia son festejadas, en que sus hijos las saludan y a la vez todos celebramos a nuestra madre. Flores, tortas, desayunos especiales. Y yo haciendo como si no me importara. Soy la única mujer adulta sin hijos de mi familia, y sí me importaba. Para aplacar esta situación, mi madre, con su buena voluntad y mis sobrinos me hacían regalos. Eso no impedía que me sintiera brutalmente sola y vulnerable. Porque no soy madre.
Después de mis sagradas sesiones de psicoterapia, de mis flores de Bach, de los llantos y frustraciones, de mis terapias de acupuntura, biomagnetismo, constelaciones familiares, Reiki y un cuánto hay de terapias alternativas, puedo decir que no seré madre, pero lo más importante: ya no quiero ser madre. Me tengo a mí, he podido encontrarme nuevamente, soñar conmigo, con mi futuro. Dejé atrás la necesidad de otro para validarme.
Me he dado cuenta de que la maternidad es hermosa, pero tampoco me siento con la energía que tenía en un comienzo. La idealicé mucho y sinceramente veo que hay otras formas de ser feliz, de hacer familia. Puedo tener proyectos personales y en pareja que son entretenidos, y actualmente aprovecho y valoro mi espacio. Uno que me ha costado mucho ver y amar, pero que se ha convertido en algo sagrado. Si estoy conmigo, estoy bien. Soy mujer, y esa fuerza sobrenatural femenina que algunas personas subliman la tengo: soy hembra, soy igual de valiente que mis pares que son madres. Y tengo derecho a ser lo que yo pueda y quiera ser.
La maternidad es un regalo. A veces queremos tener hijos, a veces no queremos, otras veces llegan igual. A veces está demasiado idealizada, a veces es un prejuicio. La maternidad es un misterio, una belleza. Pero veo que esta construcción social para algunas mujeres es una especie de credencial para que puedan opinar y pertenecer al "clan de madres". Con máximo cariño puedo decir a las madres que cada historia es particular, pero todas somos mujeres y tenemos esa fuerza femenina que hace que en cada una de nosotras exista un mundo bello que hay que respetar y valorar.
Sé que muchas mujeres pasamos por procesos dolorosos relacionados con la maternidad y sus proyecciones. La mayoría de estas experiencias son silenciosas, no se comparten en el día a día, son invisibilizadas. Frases como "existen otras formas de ser madre" y "la esperanza es lo último que se pierde" son muy comunes para dar conformidad a situaciones como la nuestra. Sin embargo hoy considero que son etapas y que si bien ahora puedo decir que no seré madre biológicamente, no descarto otras posibilidades. Ahora solamente me dejaré sorprender por lo que viene.
Lissette tiene 42 años y es ejecutiva en Comercio Exterior.