¿Por qué hablar de este tema? Porque el acto de comer es complejo. Y es que no solo se reduce a nutrir células y a su función corporal, es un mundo de factores emocionales, celulares, mentales, sensoriales, de creencias e historias en torno al acto mismo. Los efectos de comer tienen impacto en varios aspectos, por eso, es importante indagar en nuestra hambre y saciedad a través de los sentidos.
Es común escuchar que hay ganas de mascar, de sentir el sabor, el olor o lo táctil de la comida, algo que no necesariamente está ligado a lo que el estómago o nuestras células nos piden para nutrirnos, sino simplemente al hecho de que a nuestros sentidos -la vista, el oído, el olfato, el tacto y el gusto- les gusta estar estimulados. Descubrir lo bello, el rico aroma de un plato de la infancia, sentir la crocancia y texturas de un bombón en la boca, la fiesta de diferentes sabores de una mascada. Y claro, estos sentidos están ávidos de conocer el mundo, de sentirlo y hacerlo propio.
Sin embargo, es poca la consciencia, atención y espacio que le damos a nuestros sentidos a la hora de comer. Saborear nuestros alimentos, sentir no solo el placer al tragar y que algo estamos llenando. Me refiero a detenernos, algo para lo que no se necesita mucho tiempo, sino atención al momento de hacerlo para así transformarlo en una acción muchísimo más gratificante.
Comer ha pasado a ser un acto rápido, tipo un trámite en la semana y al que durante el fin de semana le agregamos un tinte social: tomarnos más tiempo para el desayuno compartido o ritual en soledad (necesario). Acompañar la comida con un trago que nos guste y pasar largas horas comiendo, riendo y disfrutando. Pero la verdad es que nunca nos detenemos a observar que no solo a través de la boca se come o que no solo en el estómago es donde sentimos la saciedad.
Y ¿por qué podría ser importante hacerlo? Porque es tanta la insaciabilidad y frustración por querer sentir sabores o necesitar el gusto de ese algo especifico, que inmediatamente la mente nos lleva al “me estoy saliendo”, “voy a engordar” o " no debería”. Lo tildamos como adicción o aparece la tan escuchada frase “No tengo fuerza de voluntad”, que trae automáticamente la sensación de culpa.
Si lográsemos solo por unos minutos a la hora de comer conectarnos con los sentidos, hacerlos parte y dejar que la cascada de placer ocurra en todos nuestros sentires, el acto de comer sería muchísimo más pleno, saciador, sin culpa y satisfacería todos nuestros sentidos. Así evitaríamos esa tan incómoda sensación de culpa y exceso.
Camila Quevedo Truan, Nutricionista – Health Coach Camila. Instagram: @camilaquevedot.