"La casa en que crecí estaba a cinco cuadras del centro de Osorno, pero cuando yo me fui, a los 18 años, la ciudad había crecido tanto que había quedado en medio de todo. Nací y me crié toda mi vida en ese lugar junto a mis papás y mis siete hermanos. La construcción era de un solo piso y completamente de madera. Era muy larga, porque al principio solo tenía dos habitaciones pero como en mi familia éramos muchos, mis papás tuvieron que ampliarla y agregar dormitorios para todos. Había un pasillo con ventanales de vidrio que unía todas las piezas y que cuando llovía -que en Osorno es casi todo el tiempo- con mis hermanos usábamos como patio para jugar.
Mi casa era muy particular no solo porque éramos una familia grande y todo era en masa, sino que también porque éramos una familia que se había formado a partir de los matrimonios anteriores de mis papás. Cuando ellos se casaron, cada uno tenía tres hijos y decidieron conformar una nueva familia juntos. Al ser hijos de papás distintos teníamos harta diferencia de edad entre los hermanos. Mi hermana mayor tiene más de 25 años de diferencia con el más chico. Los primeros años de convivencia fueron complicados porque veníamos de ambientes diferentes, teníamos edades e intereses distintos y todavía no nos conocíamos bien. Recuerdo que en esa época los hermanos mayores les hacían bromas pesadas a los más chicos que les hacían caso en todo. Mi mamá cuenta que una vez vio saltar a mis dos hermanos mellizos juntos del techo sujetando un paraguas porque uno de los más grandes los había convencido. Como solo tengo una hermana mujer, y ella es casi 20 años mayor que yo, crecí siendo prácticamente la más chica de un grupo de 6 hombres. Mi mamá trató varias veces de vestirme con cosas más femeninas, zapatos de charol y calcetines con blondas, pero mi referente eran mis hermanos y yo quería vestirme como ellos.
Recuerdo que la cocina tenía una mesa abierta hacia la sala de estar como las cocinas americanas, cosa que en esa época era algo muy atípico. Ahí cada uno tenía su banquito y nos sentábamos los 8 a tomar desayuno o a comer mientras mi mamá preparaba ollas enormes de comida porque siempre había harta gente. A mí lo que más me gustaba de esa casa era precisamente eso, que éramos muchos. En los veranos llegaban primos de visita o amigos de mis hermanos grandes, y la familia crecía aún más. A veces había tanta gente, que la mesa del comedor, en la que cabían 20 personas, no era suficiente.
Al ser tantos niños en la casa teníamos que compartirlo todo. Yo compartí una pieza con mi hermano menor por varios años, y eso nos unió mucho. Nos gustaba saltar por la ventana hacia el patio en vez de salir por la puerta, y usábamos las muñecas que me para tirarlas a la piscina cuando nadie nos estaba mirando. En esa época, los niños no teníamos notebooks ni celulares así que teníamos que compartir el único teléfono fijo y el computador para hacer las tareas. Cuando éramos adolescentes eso se convirtió en un tremendo problema, por lo que un sistema de turnos para coordinarnos porque si alguien usaba el teléfono mientras otro estaba trabajando en el computador, la conexión a internet se cortaba. Como yo era de las más chicas me daban menos tiempo que al resto, pero a mí no me importaba. Me encantaba poder compartir cosas con mis hermanos mayores, escuchar la música que escuchaban ellos y aprender cosas nuevas. Veía como cada uno tenía su estilo bien marcado y personalidades e intereses muy distintos. Siento que quizás por eso ahora soy un poco coleccionista, porque en mi casa siempre hubo muchos libros de todo tipo, música de todos los géneros, muchas formas distintas de vestirse y formas súper heterogéneas de pensar y entender las cosas. Lo más entretenido para mí fue poder ver toda esta diversidad desde muy chica, y poder elegir con qué quedarme y con qué no. Y parece que me quedé con todo.
Si bien al principio la convivencia fue difícil, logramos adaptarnos y hasta el día de hoy somos una familia bien unida. No es tan fácil juntarnos a todos porque estamos en etapas distintas de la vida, algunos casados con hijos y otros todavía en la universidad. A pesar de eso, cada vez que podemos nos reunimos todos, generalmente para fiestas de cumpleaños o de fin de año, nos sacamos la foto de rigor de los ocho hermanos con los papás. Esa es una tradición que se mantiene desde que éramos niños".
Catalina Hernández (27) es arquitecto y artista visual. Es sureña pero vive en Santiago hace casi 10 años junto a su perro Dago.