A finales del año pasado, la Encuesta Foco Ciudadano realizada por el Centro de Medición MIDE UC, reveló que los hombres tienen una mejor percepción de sí mismos que las mujeres, a quienes les cuesta más creer en sus propias habilidades. Y es que, según se desarrolló en la investigación, a los hombres se les inculca desde la temprana infancia la idea de que pueden –y deben– confiar en sí mismos, lo que hace que tengan un mayor sentido de seguridad. Contrario a lo que pasa con las mujeres, a quienes desde chicas se les enseña desde una visión más restrictiva y limitante, especialmente cuando se trata de los propios logros.
En noviembre de este año, un estudio realizado por el emprendimiento social Mipacareu en conjunto con un equipo de investigación de la Universidad Católica, dio cuenta de que una de cada cuatro mujeres en Chile siente que no tiene muchos motivos para sentirse orgullosa de sí misma. En el 2014, las autoras y periodistas Katty Kay y Claire Shipman publicaron La clave de la confianza: El arte y la ciencia de la autoconfianza para mujeres, libro en el que, además de proporcionar un desglose a una de las cualidades más misteriosas del ser humano, plantearon que históricamente las mujeres han sido criadas para tener una autoestima más baja, incluso cuando tienen mayores habilidades o destrezas, y por ende la tendencia va ser a ponerse mayormente en duda. Una suerte de autoboicot inconsciente y constante.
Los especialistas postulan que el autoboicot consiste en ponerse limitaciones y trabas a uno mismo y creer que no se es capaz de realizar lo propuesto. Se trata, en definitiva, de barreras intangibles y obstáculos planteados por nuestra mente que sirven a modo de mecanismo de defensa, para adelantarnos a o cuidarnos de un posible o potencial fracaso. Es, como detalla la psicóloga especialista en temas de género y académica de la Universidad Diego Portales, Guila Sosman, un mecanismo de defensa que surge de manera inconsciente frente a una posible frustración que uno prevé de antemano. ¿Pero por qué pareciera ser que esto afecta más a las mujeres? ¿Por qué nos cuesta más terminar, o incluso asumir, desafíos, aun cuando en un principio nos emocionan? Y, finalmente, ¿existe en el autoboicot una brecha de género?
Estudios y testimonios los hay por montones. Y es que efectivamente, como refuerza Sosman, a las mujeres nos crían con menos motivación y estímulo, limitando desde nuestros inicios formativos lo que podemos o no hacer, poniendo así también en duda nuestras habilidades. Y es que, si en culturas exitistas en las que nuestro valor está determinado, en gran medida, por nuestra supuesta capacidad productiva, todos le tememos al fracaso y todos, en mayor o menor medida, nos proponemos conseguir lo propuesto de manera rápida e intensa. En ese mismo intento, fallamos en la misión.
Si a eso se le suma además que hay un segmento de la población que parte en desventaja, enfrentando mayores obstáculos, la tendencia hacia el protegerse de un posible fracaso es aun mayor. “Desde que somos chicas internalizamos que nos cuesta más hacer las cosas, porque eso nos dicen. O que hay ciertas actividades que de frentón no deberíamos abordar, especialmente actividades relacionadas al liderazgo y al espacio público. Por lo mismo, de más grandes, iniciar proyectos propios y autorales nos es más difícil. No crecemos con esa confianza y además, efectivamente tenemos que compatibilizar más roles”, explica Sosman. “Y es que muchas veces el autoboicot va por una cosa práctica; no se nos hace posible desempeñarnos en todo lo que nos proponemos y todo lo que se espera o exige de nosotras. Muchas veces tenemos doble o triple jornada laboral y en ese contexto, ponerse un desafío nuevo es difícil. Por eso renunciamos o damos un paso a un lado antes de siquiera asumir ese proyecto. Para no pasar por una posterior decepción”.
A eso se le suma, según desarrolla la especialista, que para las mujeres no basta con el desempeño; “No es suficiente tener habilidades, sino que pareciera que tenemos que persistir y mantenernos, demostrando constantemente que somos valiosas”.
Como explica Marisol Suranyi González, psicóloga feminista de Cidem, el autoboicot en las mujeres es resultado de un sistema que busca limitar nuestro actuar y potencialidades a través de la instalación de estereotipos como relatos únicos. “Eso va influenciando, inconscientemente, tanto en nuestra construcción de identidad como en nuestra autoestima y la confianza en nuestras capacidades. De ahí que salen el ‘no soy capaz’ o el ‘no me lo merezco’. Son creencias limitantes que se establecen –y refuerzan– por vía de distintos agentes socializadores, a veces sin darnos cuenta. La duda fue puesta ahí, no emerge desde un proceso personal”.
En sus más de 14 años de práctica psicoterapéutica, ha podido ver cómo las mujeres son mayormente afectadas por la presión que deriva de los estereotipos. “Se nos hace mucho más complejo poder identificarlo y confrontarlo y es solo en espacios de desprivatización de las experiencias donde podemos hacer visibles estas situaciones e ir abandonando tales creencias limitantes. Y así también ir generando espacios seguros en los que hay cabida para desarrollar nuestros proyectos autorales”, explica.