Mi historia de amor es poco común. Se suele creer que después de una cierta edad uno ya no encuentra el amor, pero no es así. Con Gonzalo nos conocemos de toda la vida; nuestros padres fueron muy amigos y su hermano menor era amigo mío. Para mí, siempre fue como un hermano grande –tiene ocho años más que yo– y jamás se me ocurrió fijarme en él durante la infancia o juventud. Era más bien alguien que estaba ahí en las juntas familiares. A los 21 él se casó y en los años setenta se fue a vivir fuera de Chile por mucho tiempo. Recién cuando volvió, por casualidad, nos volvimos a encontrar. Él casado por segunda vez y yo separada. Pero por esas cosas de la vida, en el 2011, ya en otra etapa de nuestras vidas, dimos paso a una amistad que se fue transformando en un romance y profunda complicidad. Y hace cinco años, teniendo él 78 y yo 70, nos casamos.
Cuando, en los setenta, yo me casé y Gonzalo se fue a vivir fuera de Chile, estuvimos varios años sin vernos y sin saber absolutamente nada el uno del otro. Pasó el tiempo, tuve hijos, me separé de mi marido y Gonzalo, por su lado, se volvió a casar. No fue hasta el 2008 que Gonzalo volvió a Chile con su mujer e hijos y empezó a trabajar en la viña Santa Rita, aquí en Buin, donde hemos vivido siempre. Nos volvimos a encontrar y en poco tiempo –y en parte por el cariño que nos teníamos de antes– se fue dando una linda amistad entre todos. Mis hijos ya estaban viviendo en Santiago, y su mujer y él empezaron a invitarme a sus asados y almuerzos los fines de semana. No existía ninguna intención secundaria, en lo más mínimo, solamente una linda compañía colectiva. Yo, de hecho, me había separado en el 83 de mi pareja de 11 años y seguía dolida, porque había sido una separación compleja de la que aun no lograba liberarme del todo; mi ex no me quería dar el divorcio porque quería mantenerme amarrada a él de alguna forma.
Después de un tiempo la mujer de Gonzalo se enfermó y estuvo dos años luchando con el cáncer antes de morir. Gonzalo decidió refugiarse en el sur por un tiempo. Había estado casado 45 años y ahora estaba totalmente desolado. En el entretiempo yo seguía viviendo mi separación y mis amigas me decían "cómo vas a encontrar compañía si no sales a ningún lado", y yo les respondía "cuando tenga que ser, vendrá alguien a tocarme la puerta". Y lo curioso es que así fue. En el 2011, después de haber vivido el duelo, Gonzalo me vino a buscar y reanudamos la amistad. Empezamos a salir a comer, o él me venía a ver y de a poco, sin querer queriendo, dimos paso a una complicidad mayor. Yo creo que ni nos dimos cuenta de que nos habíamos empezado a involucrar, pero se dio de manera totalmente espontánea. Yo seguía casada legalmente y por eso en un principio mantuvimos el romance más oculto. Pero en un minuto, justo cuando empecé a tramitar la separación formalmente, mi ex murió de un infarto. Un año después, ya habiendo conversado con todos en nuestras familias, decidimos casarnos. Él tiene seis hijos por su parte y yo tres, y todos se lo tomaron con suma tranquilidad. Solo les preocupaba nuestro bienestar y felicidad.
No niego que fue complicado al principio. Había un pasado que nos ligaba pero que a su vez nos obstaculizaba al momento de sentir ciertas cosas. A Gonzalo le preocupaba la posibilidad de hacerme sufrir. Le complicaba no tener 100% resueltos sus sentimientos y de hecho estuvimos unos meses separados. Pero luego de eso volvimos y asumimos lo que nos estaba pasando. Siendo muy consientes a su vez de que ya eran otras edades también y de que el amor se siente de otra manera. Sabíamos muy bien que hay ciertas manías y que no se trataba de venir a cambiarlas, si no más bien aceptarlas y acompañarnos en eso. Por eso a veces pienso que conocerse de cero en esta etapa de la vida puede ser un poco complicado, porque se viene con la vida prácticamente hecha. A nosotros en particular nos une un pasado. Sentimos que nos conocemos de toda la vida, pese a no haber estado juntos toda la vida, y esa es una base en común muy importante. Nos une haber tenido familias que se juntaban, saber ciertas cosas el uno del otro, conocer nuestros historiales respectivos. Hemos compartido cosas desde chicos, él siendo 'el hermano grande' y yo una cabra chica.
Es curioso cómo se da el amor después de una cierta edad. Es un amor menos pasional, que se basa en el compañerismo. No tenemos una rutina fija, si no más bien nos acompañamos en nuestros intereses; yo hago pilates y Gonzalo es súper bueno jardineando y construyendo. Yo casi ni cocino y a él le encanta cocinar. Pero juntos vamos resolviendo todo. En estas edades se trata de apoyarse mutuamente, de aceptar ciertas cosas que ya cada uno tiene muy internalizadas y de ayudarse. Cada uno tiene sus hijos, sus temas y su bagaje. Porque en definitiva, casarse después de los 70 implica que cada uno trae su mochila a parte.
Margarita Sánchez (75) es mamá de tres.