Nunca había estructurado este pensamiento que hoy me parece tan personal y a la vez atávico: puedes saber muchas cosas de una mujer al observar cómo es la relación con sus amigas. No sé por qué pienso en la amistad por estos días. Será que extraño a mi manada. Las mujeres tejemos entre nosotras redes maravillosas. El concepto de sororidad es, en ese sentido, tan acertado, ya que describe sentimientos que difícilmente pueden darse entre hombres. Somos como las elefantas. ¿Sabías que esa es de las pocas especies que viven en un matriarcado? En el universo elefante, las manadas son exclusivamente femeninas. Las hembras se ayudan entre sí, se brindan apoyo durante el parto y para cuidar a las crías. Si te las encuentras, puedes saber a qué grupo pertenece cada individua observando los gestos que se hacen entre ellas para comunicarse. Qué lindo. Como la forma de hablar que compartes con tus amigas de toda la vida.

Dicen que la palabra sororidad, tan de moda en estos tiempos feministas, tiene que ver con el mito de Lilith, quien según las creencias judías habría sido la primera mujer de Adán. En la interpretación que hizo de los textos sagrados la teóloga Judith Plaskow en los años 70, Lilith, creada a partir del barro, como Adán, y no de su costilla, se niega a acostarse debajo de él. Si ambos fueron creados de la tierra, argumenta, no hay razón para que su destino sea estar abajo. No logran entenderse y al poco tiempo Lilith es expulsada por Dios del Paraíso. De inmediato Dios crea a la servicial Eva de la costilla de Adán, pero un día Eva se encuentra a Lilith en los límites del jardín y desde entonces se reúnen para conversar: cada una cuenta su historia, ríen, lloran, y crean entre ellas una relación de sororidad, término derivado del latín soror, que significa hermana y que abarca en una sola palabra todas estas: solidaridad, unión, respeto y apoyo, entre mujeres. Es poético y también es paradójico, porque las hijas de Eva podemos ser implacables con nuestras congéneres. Nunca deja de sorprenderme aquello. A diferencia de las elefantas, las humanas somos fieles con nuestra manada, pero miramos con desconfianza a las que no son parte de ella, como si pertenecieran a otra especie.

Decía que puedes conocer a una mujer por la relación con sus amigas. Es cierto. Hay mujeres que solo tienen una amiga de verdad, con la que crean lazos tan fuertes como los de pareja. Otras conforman su propia manada, en la que cada integrante cumple un rol determinado. Algunas establecen vínculos menos estrechos y cuentan con amigas repartidas por todas partes, y hay quienes solo tienen amigos porque aseguran que con los hombres se entienden mejor. Como sea, hoy la amistad femenina pasa por una prueba de fuego. Nunca costó tanto alimentarla y tiene que ver con la exigencia propia de los tiempos, claro. Cada vez me pregunto con mayor frecuencia cómo lo hacían nuestras antepasadas. Cómo lo hacían con todo. Tenían una cantidad de hijos que a mis ojos es lo mismo que un apostolado y nada se veía tan duro como hoy. Nadie sufría de estrés, o al menos eso cuentan.

Para mí, la salida nocturna quincenal (o mensual, o bimensual) con las amigas de siempre es una terapia directa al hueso. Porque mis amigas son amigas del alma. Es un cliché, pero ojo, que no es tan frecuente. Con ellas desnudas tus miserias y tus delicadezas, tus apegos, tus vergüenzas. Hablas de ti y no del acontecer; escuchas sus latidos, no sus ideas. Abrazas, acurrucas, amas y no ensayas, no mides, no jerarquizas. Siempre es igual. Nos vemos cada vez menos, pero siempre es lo mismo: desahogo, copas, exposición de penurias y fortunas. Tanto que decir, tan poco tiempo disponible. Qué alivio y qué placer reírnos, llorar, tocarnos. Hagamos un paseo de fin de semana, con niños y parejas. Organicemos un viaje solas, todas juntas, a Brasil. Almorcemos en la semana, aunque sea un ratito. Salud por nosotras, que nos queremos tanto.