Nostalgia de la feria artesanal de verano
Antes el verano adolescente tenía, al menos, ciertas rutinas. Temprano ir a la playa, almorzar, descansar y cuando empezaba a correr el viento, ir a pasear a la feria de artesanía. En Viña un paseo clásico era el que llevaba al Muelle Vergara, pero en los distintos balnearios y ciudades que bordean lagos, se pueden encontrar versiones similares. Digo similares porque los tamaños y la popularidad tendía a variar, pero lo cierto es que en prácticamente todos vendían lo mismo. Y cada año había algo que se ponía de moda y que solo se podía encontrar en la feria.
Los cueritos eran un clásico, y si tenías suerte te duraban hasta marzo y los podías lucir con el uniforme del colegio hasta que la profesora te obligaba a cortarlos. Aunque secretamente los queríamos en muchos colores, lo más taquilla era usarlos en negro o café, y que no lo hubieras comprado tú, sino que hubiera sido un regalo.
Pero antes de que me interesara ser cool, usé una trenza bahiana todo un verano. De esas que se armaban con hilos desde la raíz del pelo hasta donde quisieras, con colores, conchitas y mostacillas. Una versión playera de Shakira en la portada de ¿Dónde están los ladrones? El problema llegaba en marzo, cuando no sabíamos como sacarla o cuando lográbamos sacarla solo para rebelar un mechón de pelo fétido. Una vez la corte desde el crecimiento, y tuve que andar con cintillo hasta mayo.
Y aunque con suerte capeábamos las olas en body boards, nos creíamos un poco surfistas, muy Kate Bosworth en Blue Crush. Y para eso, pasábamos horas bajo el sol con la menor cantidad de protección posible y nos echábamos soluciones con sal en el pelo para que se viera como si hubiésemos estado todo el día buscando olas, cuando en realidad perseguíamos al chico que vendía cuchuflís. Este look veraniego era impensado sin un collar de conchitas, que ojalá mezclara con tiras de cuero. Se podía combinar con conchitas en una trenza o en una tobillera. También en anillos, si nos poníamos originales.
Aunque de todas estas cosas de feria, la que menos me gustaba era la manía de comprar arroces que dijeran algo: lo encontraba una tontera, pero siempre había alguien que tenía y es sabido que toda tendencia es una tontera hasta que se la ves a alguien que admiras, que encuentras taquilla o que te gusta, porque ahí partiste de cabeza a ocuparla también.
Bananos de mala calidad, chalecos andinos, pantalones rayados y un sinnúmero de tenidas pasaron de “jamás lo usaría” a “mira, lo tengo en tres colores”, porque a veces, y especialmente cuando se es adolescente, una se suma no más a lo que está pasando, aunque estés muy de acuerdo con tu mamá cuando te dice que no es tu mejor tenida. Olor a pachulí e incienso, artistas pintando mágicamente sobre vinilos y uno que otro puesto de manzanas confitadas y frutillas bañadas en chocolate son parte de un mundo en sí mismo, de olores, sabores y sensaciones, a los que es mejor volver solamente en los recuerdos.
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