Hace algunas semanas me robaron en la calle. En mi cartera estaba mi billetera y mis llaves, entre otras cosas, pero lo primero que pensé fue en mi celular. Y es que hoy la vida está en el teléfono y sin él queda incluso una sensación de desamparo. Hubo gente en la calle que me ayudó enseguida, pero sin el celular me surgió un sentido de inseguridad inmediato. Mirando mi vida me pregunté ¿qué tan dañina es la hiperconexión actual en comparación al pasado?
- Cuando yo era chica, me iba a veranear donde una amiga en Lago Ranco. Tenía 11 años y me subía al bus a un viaje que en esa época era mucho más largo que ahora. Pasaba la noche y mi mamá y mi papá confiaban en que la familia de mi amiga me iba a encontrar en el cruce de la carretera en el que paraba. No teníamos cómo contactarnos y nadie tenía miedo, ni ellos ni yo. Yo no pensaba en la posibilidad de que me podría pasar algo en el trayecto, que no tendría con quién hablar durante el viaje, ni tampoco que no me recogerían al llegar a mi destino. Además, probablemente disfrutaba mucho más del paisaje y leería un libro.
- En mi colegio había un solo teléfono público y jamás vi una fila para ocuparlo, y yo ni siquiera llevaba plata en caso de que lo fuese a necesitar. Si así hubiera sido, obvio que habría ido directamente al quiosco.
- Si tenía un pinche, me llamaba a mi casa. Me dolía la guata de la emoción y me escondía en el baño tirando el cable para poder cerrar la puerta y hablar nerviosa y feliz.
- Yo salía en auto sin Waze, tenía que bajarme a tocar el timbre y avisar que había llegado. Manejé con las páginas amarillas que incluían los mapas de Santiago y nunca me sentí perdida o asustada por no estar conectada.
Lo más difícil es que mientras escribo esto tengo la más profunda certeza de los beneficios que tendría alejarme por un tiempo del teléfono, y en consecuencia de Instagram y WhatsApp, pero por otro lado las exigencias laborales -especialmente en el momento en que vivimos- hacen que me sienta insegura ante la posibilidad no dar respuestas inmediatas para lo que sea necesario en mi trabajo, algo que también considero un problema grave y transversal. Además me veo inconscientemente demandándoselo al resto.
Tengo una hermana con la que nos llevamos 18 años, y la diferencia es sorprendente en muchos sentidos. A sus 20, el celular parece una extensión de su cuerpo. La manera en que se comunica no me deja de impactar y el ultra manoseado tema de la perfección que se muestra en las redes sociales define a su generación. Probablemente yo habría sido igual si me hubiese tocado a mí, pero agradezco tanto el que me haya tocado lo otro. Estar cuando se está, estar menos expuesta a ideales de belleza inalcanzables y a las inseguridades que eso puede provocar, la emoción de encuentros muy esperados y el sentido de verdadera libertad me parecen demasiado valiosos, y me encantaría volver a sentirlo. Ojalá lo pueda lograr, aunque sea un poco.