A principios de mayo, la Organización Mundial de la Salud advirtió que los gobiernos debían prestar atención a las consecuencias que tendría en la salud mental el avance de la pandemia. En una conferencia de prensa, la directora del Departamento de Salud Mental y Abuso de Sustancias de la OMS, Dévora Kestel, explicó que podría haber un aumento en los suicidios y en los trastornos de la ansiedad, y por eso era fundamental poner en marcha un plan orientado a la asesoría y ayuda psicológica: “La situación actual, con aislamiento, miedo, incertidumbre y crisis económica puede causar trastornos psicológicos y es de suma importancia que los gobiernos no dejen de lado la atención psicológica”, señaló.
En Chile, antes de la crisis del Covid-19, ya existían 844.000 personas que padecían depresión según estudios realizados en 2019 por la ONG Mente Sana y actualmente los especialistas coinciden en que ese número sólo va a ir aumentando. El psiquiatra del Centro Nevería y académico de la Universidad Diego Portales, Mario Hitschfeld, señala que efectivamente lo que se ha visto en este último tiempo es un aumento en los síntomas emocionales derivados del ánimo depresivo pero, al momento de determinar si se trata de cuadros de naturaleza reactiva (en tanto surgen en reacción al contexto) o de una depresión propiamente tal, es clave tomar en cuenta los criterios, síntomas, características de síntomas y duración de éstos que definen el cuadro depresivo.
“En el diagnóstico de la depresión, el origen de los síntomas no es un factor a considerar. Antes se hablaba de la depresión endógena –aquella que se daba por un componente biológico– y depresión exógena –aquella que es gatillada por factores externos– pero esos términos ya no los utilizamos porque hay suficiente evidencia científica que demuestra que todas las depresiones tienen tanto un componente exógeno como endógeno, y que todas se dan, en mayor o menor medida, tanto por vulnerabilidades individuales de base biológica como por factores estresores externos. Lo que sí define a la depresión es una serie de síntomas que se presentan durante un periodo prolongado de al menos dos semanas”, explica.
Y es que el episodio depresivo se define por la CIE-11 –manual de la OMS que da cuenta de los criterios de esta patología– como “un episodio que se caracteriza por un periodo de estado de ánimo depresivo o disminución del interés en las actividades durante un mínimo de dos semanas, acompañado por otros síntomas como la dificultad para concentrarse, sentimientos de inutilidad o culpa excesiva, desesperanza, pensamientos recurrentes de muerte o suicidio, cambios en el apetito y en el sueño, disminución en la capacidad de experimentar placer, agitación o retraso psicomotor y energía reducida o fatiga. En un episodio depresivo grave, muchos síntomas están presentes en un grado considerable y el individuo es incapaz de funcionar en lo personal, familiar, educacional, ocupacional, o en otras áreas importantes”.
Por eso, según explica Hitschfeld, es importante que aquellas personas que han sufrido de sintomatología emocional durante estos últimos meses consulten para tener claridad en la evaluación y poder diferenciar si cumplen con las características y duración de una depresión o si dan cuenta de cuadros reactivos, como lo son los trastornos adaptativos y trastornos mixtos ansiosos depresivos. “Lo que va a determinar, finalmente, que el cuadro reactivo sea más abordable son los antecedentes de salud mental previos de esa persona. Si no los hay, un cuadro reactivo puede ser superable”.
Según explica el psicólogo, académico de la Universidad Adolfo Ibáñez e investigador joven MIDAP, Cristóbal Hernández, los cuadros reactivos son reacciones con características ansiosas o depresivas que aparecen en relación a un estresor más identificable y no son lo suficientemente graves -o generan tal nivel de malestar- como para estar al nivel de un trastorno de ansiedad o depresión mayor, es decir, puede tratarse de reacciones inhabilitantes pero no graves ni sostenidas en el tiempo.
Para evitarlos, Mario Hitschfeld recomienda seguir una serie de medidas generales dado el contexto actual, que tienen que ver principalmente con hábitos: levantarse siempre a la misma hora y lo más temprano posible; ducharse y vestirse; tener periodos de descanso entre medio de la jornada de trabajo y no estar todo el tiempo conectados; tener horarios protegidos de trabajo; mantener la rutina, pero también planificar rupturas como algo inesperado y diferente; no recurrir al alcohol que solo sirve para aliviar temporalmente la ansiedad; y, por último, no temerle al consultar en caso que los síntomas aumenten o que la persona sienta una mayor pérdida de control.
Dicho eso, frente a situaciones vitales estresantes y difíciles de resolver, ciertas personas sí son más propensas a deprimirse, aunque no se sepa con certeza qué factores llevan a que algunos sean más resilientes que otros. Algunos factores que podrían incidir serían las experiencias previas y las adversidades experimentadas durante la infancia, la carga genética y el contexto. En este sentido, sentirse tristes es natural. “Si lo que nos pasó nos afecta negativamente y no lo podemos modificar, vale la pena tener un espacio donde entremos en una suerte de modo ahorro de energía y nos dediquemos a pensar para re-orientarnos hacia otra meta. La depresión es una emoción que paradójicamente nos orienta a actuar a través de la inactividad”, explica Cristóbal Hernández. "Las emociones son la primera fuente de significado que tenemos y nos dicen qué es lo importante y qué no, además de motivarnos a actuar”.
En un meta análisis –que consideró varios estudios en sus conclusiones– realizado en 2018 por el Departamento de Psicología Clínica de la Universidad de Bergen (Noruega) se determinó que, comparados con personas que no presentan una depresión, aquellos que sí padecen de trastornos depresivos muestran mayores niveles de rumiación –pensar sobre lo que pasó y sus consecuencias o, como explica Hernández, “quedarse pegados”–, de supresión de emociones y un menor uso de aceptación de las emociones, situaciones y resoluciones de problemas. En otras palabras, las personas depresivas son más propensas a evitar las situaciones que puedan generarles un mayor bienestar, recurriendo a acciones que alivian el dolor a corto plazo pero manteniendo las condiciones que dieron paso al dolor.
“Frente a la pregunta de cómo identificar un cuadro depresivo, la respuesta va por dos vertientes. Por un lado, identificar si lo que sentimos nos está inhabilitando de hacer nuestra vida por un periodo largo. Y por otro, si es que estamos entrando en un círculo vicioso de calmar la tristeza o la ansiedad a través de acciones que la sostienen a largo plazo. Algo que sabemos es que la aceptación de las emociones nos ayuda a sentirnos mejor y por eso es clave darles un espacio”, explica Hernández.
Lo que está en discusión, según el especialista, es cómo se clasificarán los trastornos mentales, si tienen una única causa y si los síntomas interactúan entre sí. “Pero el diagnóstico de la depresión no se altera aunque cambie el contexto, porque la definición no se basa en la situación estresante o no, sino en el nivel de pérdida de funcionalidad y en los síntomas característicos. Es un diagnóstico que describe y no uno que explica”.