Cómo ponerle límites a los hijos sin castigo
Desafortunadamente, quienes no tuvimos la suerte de crecer bajo el parámetro de la crianza respetuosa, lo hicimos bajo la lógica del castigo. Si hacíamos algo que nuestros papás consideraban malo, debíamos renunciar a otra cosa. Encerrarnos en la pieza, privarnos de salir durante el fin de semana o quitarnos algo que, hasta antes de ese momento, nos pertenecía. En mi caso –aunque también en el de mis amigas– lo que gatillaba los castigos eran las malas notas, llegar tarde a la casa después de alguna fiesta o que me pillaran en una mentira. Y por lejos, el más largo y sufrido que experimenté en mi vida, fue cuando me encontraron una botella de pisco en la mochila del colegio. Por supuesto que no era para tomarla ahí, pero como me había sobrado del fin de semana, una amiga me la pasó. Sin embargo, como en mi casa no había espacio para las excusas, no alcancé ni a defenderme cuando me vi obligada a suspender todos los planes del verano.
Y es que así funcionaban algunas familias antiguamente y, por mucho que quiera culpar a mis papás, también entiendo que al no conocer otra realidad era el único ejemplo que tenían para educar. Sin embargo, hace varios años atrás que este paradigma cambió y ahora la crianza ha dado un nuevo giro que, personalmente, me acomoda mucho más. Porque no me parece correcto que los castigos hayan sido mi límite. No creo que hayan servido de algo. Pero también esto hace que me cuestione el cómo, si en algún momento de la vida decido ser mamá, debería marcar las normas.
Barbara Homan, psicóloga clínica del Centro de Intervención Temprana, asegura que los límites son, sin lugar a dudas, fundamentales para los niños porque les entregan una base de seguridad sobre la cual pararse frente al mundo. “Un niño sin límites, es un niño que queda en el vacío. Y que, por consecuencia, termina navegando en la ansiedad, ya que tiene que otorgarse a sí mismo algo que no está recibiendo por un adulto. Sin embargo, la clave está en cómo ponerlos y la respuesta es a través de la conexión con las emociones”, cuenta.
Para explicarlo, la especialista comenta que el cerebro de los niños es mucho más primitivo y, como consecuencia, actúan más desde la reactividad que la receptividad. “Si quiero que un niño me escuche, tengo que conectar con él porque es la única forma de que su cerebro pase a ser receptivo. Si está desde la reactividad y le doy una regla desde un grito, sin mirar a los ojos o en otro espacio físico, él se va a defender frente a esa regla. Pero como necesito que integre ese límite, debo conectar”, dice.
La psicóloga infanto juvenil, Elisa Covarrubias (@elisacovpsicologa), concuerda. “Los límites tienen que estar porque o sino el mundo se les hace inabarcable. Por lo tanto, es importante que haya cierta autoridad para que el niño sienta que necesita de sus padres y que hacerles caso le va a servir, pero para ganarse eso tiene que haber una conexión emocional. No basta con ser papás. Castigarlo, de hecho, es contraproducente. Es como decirle “te quiero cuando estás simpático, pero cuando no, prefiero que vayas a encerrarte a la pieza”. Los papás deben aprender a conectar para entender porqué su hijo actuó de cierta manera, ya que la conducta es un reflejo de cómo se siente”.
Y es que, al parecer, el hecho de que los papás se den el tiempo de entender qué les pasa a sus hijos es primordial para el desarrollo personal. “Cuando uno es adulto y se siente desregulado, sentirá que sus emociones son válidas dependiendo del tipo de atención que le dieron sus papás a estas. La forma de verse a uno mismo en la adultez es lo que los papás nos dijeron que éramos cuando chicos. Por eso es tan importante conocer y entender cómo se sienten, más que reprimirlos a partir de sus conductas”, explica Elisa.
Para lograrlo, Bárbara cuenta que la conexión tiene que ver con entrar en sintonía con el otro. “Mucho del desarrollo emocional de los niños se relaciona con cómo el adulto entra en sintonía con lo que le está pasando. Si uno ve que está cansado, por ejemplo, y se le entrega una norma, lo más probable es que el menor colapse. Hay que buscar los momentos para poner límites y estos tienen que ser cuando uno vea que el hijo está disponible para entender una norma. Además, estas deben ser claras y directas, no puestos como pregunta. No puede ser ¿vamos a lavarnos los dientes? Porque eso los pone frente a una situación muy complicada”, dice.
La especialista agrega que también es importante la repetición de estos límites, ya que no basta con mencionarlos una sola vez, y que el estado emocional de los padres es clave al momento de hacerlo. “Para poner límites el adulto debe estar regulado, ya que si no lo está el niño también entrará en esa sintonía de rabia y descontrol, y no se logrará nada más que activar la reactividad de su cerebro y, por ende, que su conducta sea más disruptiva”.
Elisa Covarrubias asegura que, además, los papás deberían hacer el trabajo de analizar sus expectativas. “Muchas veces el castigo surge cuando el niño no responde a lo que uno esperaba. Y está comprobado que eso, en términos emocionales, no les conviene, porque solo provoca un distanciamiento por parte de los hijos. Si un adolescente se sacó una mala nota, por ejemplo, e incluso solo porque no estudió, hay que hacer el ejercicio de preguntarle por qué está desmotivado, qué es lo que en realidad le gusta y tratar de potenciarlo en ese ámbito. El hecho de no conectar con los hijos en las situaciones delicadas es no prestarles ropa en lo emocional”.
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