
Dieta del amor: la carga invisible de las madres de niños alérgicos
Más allá de la eliminación de alimentos, la llamada “dieta del amor” expone a muchas madres a una carga física y emocional invisible, que también importa y merece cuidado.

Cuando escuchamos la palabra “dieta”, solemos pensar en restricciones motivadas por la cultura de la delgadez, en sacrificios impuestos por estándares estéticos y en los conflictos que esto puede generar. Sin embargo, existe otro tipo de dieta que rara vez recibe atención, a pesar de su profundo impacto en la vida de quienes la siguen: la “dieta del amor”.
Así se le llama coloquialmente a la dieta de exclusión alimentaria que muchas madres adoptan cuando sus bebés tienen alergias alimentarias, especialmente la alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV). Para proteger a sus hijos, eliminan de su alimentación los lácteos y cualquier producto que pueda contener trazas de estos alérgenos, evitando que lleguen al bebé a través de la leche materna.
A simple vista, podría parecer un sacrificio menor en comparación con el bienestar del hijo. Pero la realidad es que esta dieta no solo implica renunciar a ciertos alimentos, sino que también conlleva un sinfín de dificultades, tanto físicas como emocionales.
Es importante aclarar que no seguir esta dieta no implica menos amor ni compromiso. Hay madres que, por diversas razones, optan o deben optar por fórmulas infantiles en lugar de la lactancia materna, y eso no las hace menos cuidadosas ni dedicadas. Poder llevar adelante una dieta de exclusión depende de múltiples factores: desde la capacidad económica y el acceso a productos aptos, hasta el nivel de apoyo familiar, profesional, y el estado de salud física y mental de la madre.
Romina, una amiga, me contó su experiencia: “Cuando me dijeron que mi hijo podía ser alérgico a la proteína de leche de vaca, creí que podría manejarlo. Había sido vegana un par de años, así que pensé que no sería tan complicado. Pero no tenía idea de lo extrema que es esta dieta. Lo más difícil ha sido el impacto social. Salir a comer es casi imposible. Visitar a alguien se vuelve un problema. Ir a un cumpleaños y ver cómo todos disfrutan la torta mientras tú no puedes probar nada es frustrante. Pero lo hago, lo hago por amor. Porque no hay nada que quiera más en este mundo que ver a mi hijo sano”.
Lo que muchas veces se pasa por alto es el impacto que esta dieta puede tener en la salud de la madre. Sin un acompañamiento adecuado, pueden aparecer deficiencias nutricionales importantes, como la falta de proteínas, calcio, hierro, vitamina D y ácidos grasos esenciales. La lactancia ya es demandante en términos de energía, y si no se compensan las restricciones con alternativas adecuadas, el agotamiento se vuelve una constante. La fatiga extrema, los mareos e incluso la pérdida involuntaria de peso pueden afectar la producción de leche. Además, cambios abruptos en la alimentación pueden provocar problemas gastrointestinales como inflamación, estreñimiento o alteraciones en la microbiota intestinal.
A nivel emocional, la carga también es enorme. Seguir una dieta tan estricta mientras se cuida a un bebé puede ser una fuente constante de estrés y ansiedad. Muchas madres sienten una culpa abrumadora, temiendo que cualquier error en su alimentación pueda afectar la salud de su hijo. Esto puede llevarlas a desarrollar una vigilancia obsesiva de los alimentos. La vida social también se ve afectada: salir a comer deja de ser una opción sencilla, y muchas terminan aislándose de eventos familiares y reuniones con amigos por miedo a no encontrar algo seguro para comer.
Según la psicóloga Fernanda Mena, cofundadora de la Clínica Libre Vivir: “El acompañamiento psicológico es clave para las madres en dieta de exclusión, ya que la restricción puede activar el sistema nervioso, generar ansiedad, culpa y afectar su relación con la comida. Además, implica una reorganización exigente del tiempo y suele ser una experiencia solitaria. Un espacio terapéutico ayuda a gestionar el estrés, mantener el equilibrio y fomentar el autocuidado en esta gran responsabilidad”.
Si esta restricción se prolonga demasiado, la relación con la comida puede volverse cada vez más tensa. Lo que comenzó como un acto de amor se transforma en una fuente de ansiedad, donde cada bocado se analiza con cautela y el miedo a equivocarse pesa más que el disfrute de comer. Con el tiempo, esta dinámica puede abrir la puerta a trastornos de la conducta alimentaria, generando una preocupación constante por el control y la imagen corporal. Además, los comentarios externos sobre el peso o el “riesgo” de volver a comer ciertos alimentos pueden reforzar aún más estos temores, convirtiendo lo que era una medida temporal en una prisión mental. Si a todo esto sumamos la falta de sueño y las exigencias de la maternidad, el riesgo de sufrir o agravar una depresión posparto se vuelve una realidad tangible.
El amor de una madre es inmenso, pero también lo es la carga que muchas llevan en silencio. Por eso, es fundamental que quienes siguen la “dieta del amor” no lo hagan solas. Contar con la supervisión de un o una nutricionista especializada puede marcar la diferencia para evitar deficiencias nutricionales, y el acompañamiento psicológico puede ser clave si la ansiedad o la culpa empiezan a pesar demasiado. El apoyo de la pareja, la familia o grupos de madres en situaciones similares también ayuda a que el proceso sea más llevadero. Además, la educación sobre alternativas seguras y variadas permite mantener una alimentación equilibrada sin poner en riesgo la salud.
La “dieta del amor” es, sin duda, un acto de entrega profunda que refleja el inmenso amor de una madre por su hijo. Sin embargo, este amor también debe extenderse hacia ella misma. Cuidar de la madre significa reconocer su propio bienestar emocional y físico. En medio de tanto sacrificio, no debemos permitir que se pierda a sí misma. Es vital que las madres reciban el apoyo y la comprensión que necesitan para mantener su salud y felicidad, recordando que su bienestar es igualmente importante. Solo así podrán seguir brindando ese amor incondicional sin descuidar su propia identidad y necesidades.
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* Carolina es Nutricionista especialista en Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA) y autora del libro “Te lo digo porque te quiero: derribando estereotipos estéticos en salud”.
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