Diariamente nos enteramos de nuevas muertes por coronavirus. Y ese número parece serlo todo. Pero detrás de aquellas personas que terminaron siendo víctimas fatales de la pandemia, hay familiares, amigos, colegas. Seres queridos que han tenido que adaptar su duelo al encierro, uno en el que no tuvieron la oportunidad de despedirse, que no cuenta con los distractores del mundo exterior y que –en algunos casos– se debe enfrentar absolutamente solo. Es decir, una pérdida que, pese a ser siempre difícil de sobrellevar, en tiempos de pandemia parece costar más.

Una de las primeras autoras que habló sobre el duelo fue la psiquiatra suizo-estadounidense Elisabeth Kübler-Ross, quien expuso en su libro Sobre la muerte y los moribundos (1969) la teoría de las cinco fases por las que atraviesa una persona al momento de enfrentar la pérdida: negación, ira, negociación, depresión y aceptación. “Estas etapas demuestran que el duelo es un proceso que requiere de un tiempo de adaptación, pero que este proceso depende de cada persona. Si a alguien se le muere su abuelo de 98 años, por ejemplo, se trataría de una muerte anunciada y, por lo tanto, podría transitar de una etapa a otra de una manera mucho más rápida o saltarse algunas. Sin embargo, cuando se trata de una tragedia, el proceso es diferente”, explica la española Alicia E. Kaufmann, catedrática de Sociología de las Organizaciones en la Universidad de Alcalá de Henares, quien además es experta en duelo.

¿Cómo se ve afectado este proceso en pandemia?

Este duelo es muy distinto a los demás, principalmente porque el rito de despedida desapareció. En la normalidad, uno tiene un momento para despedirse a través de una ceremonia, hay personas que acompañan, se van cumpliendo diferentes procedimientos. En cambio ahora, en pandemia, el golpe es muchísimo mayor ya que todo aquello que funciona como amortiguador para ir encajando de a poco en la realidad, se esfumó. En general, cuanto más rápida e imprevista es la muerte, mayor será el impacto emocional. Y este virus ha sido tan repentino que todas sus muertes son difíciles de procesar. No poder despedirse es muy fuerte, al igual que no contar con ese apoyo físico de los demás. Ahora no puedes recibir abrazos contenedores, no hay palabras que tranquilicen. Es un duelo muy abrupto, muy cortante, que quita aquellos elementos que ayudan a sobrellevar la pena.

¿El hecho de no tener distractores, lo podría transformar en un duelo más corto, quizás?

Según las investigaciones, se dice que la media de los duelos es de dos años. Es decir, que la mayoría de las personas podrían llegar a la etapa de aceptación en ese periodo. Sin embargo, hay duelos que nunca se cierran porque son traumáticos y este tipo de muertes, causadas por el coronavirus, está formando parte de esta categoría. Obviamente depende de cada caso –ya que el proceso también va cambiando según cada persona y su historia– pero yo creo que lo más probable es que quienes han experimentado la muerte de un ser querido vivirán con ese dolor bastante tiempo. Y es que es un golpe muy repentino y una situación muy atípica. El que se va, se va solo. Y el que se queda, solo le llega una factura con lo que tiene pagar por el cajón. Y sobre el procedimiento, lo que realmente pasó en su agonía, no se sabe nada. Eso genera más angustia y mucha culpa. Hay una sensación constante de cuestionamiento personal, de sentir que lo podría haber hecho mejor.

Y además de no despedirnos, está el problema de la soledad. ¿Cómo se vive el duelo sin la compañía?

La gente que ha pasado por esta situación tiene mucha más ira que las personas que viven con alguien. Porque quienes están solos se quedan atrapados en su espiral de pensamientos. No hay distractores, ni opiniones diferentes que ayuden a pasar de una idea a otra. Pasamos a ser como un hámster que da vuelta en la rueda constantemente. La presencia de otro sirve para ver las cosas desde otra perspectiva, para bajar la ansiedad y tranquilizar. Por lo tanto, el duelo en soledad puede ser durísimo, pero por otra parte depende mucho de la cultura. Los españoles y los latinos están más habituados a consolarse en grupo. El inglés, en cambio, está acostumbrado a estar solo. Y eso no quiere decir que esté enfrentando de una manera errónea el duelo ya que no hay receta universal. Lo que sí es común a todos es que hay una angustia existencial y que, solo o acompañado, siempre hay que enfrentarla.

¿Y cuál sería la mejor manera para hacerlo en pandemia?

La palabra duelo viene de dolor. Los duelos duelen y las pérdidas duelen. Pero nosotros estábamos viviendo en una utopía de una sociedad consumista que puede tenerlo todo y eso es irreal. La vida real es esta. Una que en la que, además de los seres queridos, hemos perdido todo tipo de cosas. Pero como vivimos con una necesidad de controlar que hace que nos aferremos a todo, hablar de muerte pasó a ser un tema tabú y, por lo tanto, se hace más difícil compartir el dolor. Sin embargo, siempre es mejor hablarlo, porque es bueno poder vaciar el alma. Hace bien llorar y sentir ese dolor. Y aunque debamos permanecer encerrados, aún podemos comunicarnos a través de la tecnología. Si bien no son los recursos habituales –y tampoco los ideales– sirven para sacar los sentimientos hacia afuera. Esto no quiere decir que no se va a sufrir, pero el hecho de hablarlo nos hace sentir parte de la humanidad.