Cuando entré a la universidad, a la primera persona que conocí fue al que durante los primeros años de carrera, fue mi mejor amigo. Era bastante tímida y me costó un buen tiempo ser parte de un grupo más grande, así que durante el primer año, mi círculo se redujo a dos amigas y este compañero. Hacíamos los trabajos juntos y también salíamos algunos fines de semana. Siempre lo vi solo como un amigo, y aunque el resto a veces me decía que él tenía otras intenciones, nunca lo quise creer. Para mí era una amistad genuina. Además, me gustaba otro compañero y le hablaba de él todo el tiempo.

Una vez en una fiesta me enteré de que el que me gustaba estaba saliendo con otra amiga y lo pasé mal. Estaba ilusionada, y enterarme fue muy duro. Al día siguiente, mi amigo se fue a pasar la tarde conmigo. En esa oportunidad, entre medio de mis lágrimas y su consuelo recuerdo que me insinuó algo extraño. No me dijo nada concreto, pero fue algo así como “te mereces a alguien que esté contigo en las buenas y en las malas. Alguien que te quiera de verdad”, y me tomó la mano distinto a como lo había hecho antes. No fue tanto lo que me dijo, sino más bien su mirada, su tono de voz. Sentí que había una segunda intención y me quedé callada. Fue un momento incómodo. Tanto, que no fui capaz de preguntarle a qué se refería. Ambos nos quedamos en silencio por un buen rato.

Al día siguiente lo llamé para conversar. Éramos amigos, había confianza y por tanto no podía dejar pasar una situación así. Y, si bien no me arrepiento de haberlo enfrentado, esa decisión marcó el fin de nuestra amistad. En esa oportunidad me confesó que yo siempre le había gustado y que no se atrevió a decírmelo antes porque tenía miedo de perderme. Fue muy difícil escucharlo. Entiendo que a veces uno puede confundir los sentimientos, pero en una amistad la regla número uno es ser sincero, y él no lo fue. Es más, esperó un momento de debilidad para intentar acercarse con otra intención, y eso me dolió profundamente. Cómo podía entonces confiar en todos los consejos que me había dado. En un par de días había perdido a mi amor y a mi mejor amigo.

Cada vez que contaba lo que había pasado la gente me consolaba diciéndome que la amistad entre hombres y mujeres no existe. Pero a mí me cuesta mucho entender eso. Lo trataba de debatir y siempre llegábamos a la conclusión de que en esas relaciones existe tensión sexual, sobre todo por parte del hombre. Pareciera que algo les impide ver a la mujer como una amiga. Sin embargo, todas las mujeres con las que conversaba, sí se sentían capaces de mirar al hombre como un amigo.

Pienso que las sociedades patriarcales les han hecho mucho daño a las relaciones humanas. No hablo solo de las de pareja, ha influido en los roles que tenemos definidos por nuestro género y cómo la gente nos percibe de acuerdo al sexo con el que nacemos. Por eso el feminismo ha hecho un fuerte trabajo en valorizar lo femenino como realmente se merece, reivindicando el derecho que tenemos las mujeres a ser vistas como personas y no como simples objetos del deseo, que es como nos suelen ver los hombres. Porque, además, creo que también es nuestro derecho el poder expresar nuestros sentimientos sin tener miedo a que sean percibidos como una provocación. Creo que las mujeres, a diferencia de los hombres, somos capaces de valorar la amistad por encima del deseo sexual y esto se debe a que nadie nos ha enseñado a ver a los hombres solo como un objeto de deseo.

Culturalmente hombres y mujeres somos víctimas del machismo. La imposición de estos roles estereotipados presiona a los dos géneros por igual y en el caso de ellos, los imposibilita a tener encuentros sinceros basados en la amistad. Es cosa de ver las películas, la publicidad o cualquier información que nos rodea. En todas el hombre tiene el rol de conquistar a la mujer, y por tanto es esperable que actúen así. La mujer, en cambio, no tiene predeterminada esa función, así que se relaja y deja las cosas fluir. Si surge la atracción sexual bien, pero si no, es capaz de considerar al hombre como un semejante, un igual, alguien con quien llorar o reír sin la necesidad de terminar en la cama.

Con ese “amigo” retomamos el contacto hace algunos años. Los dos ya estamos casados y tenemos hijos, quizás eso ayudó a bajar la tensión, pero obviamente ya nunca será lo mismo. Tampoco tuve otro amigo así de cercano después de él. Y aunque creo que la amistad entre hombres y mujeres es perfectamente probable, también pienso que es un privilegio de las futuras generaciones. O al menos así lo deseo.

Gabriela Sierra tiene 41 años y es periodista.