Durante estas semanas el chat de mis amigas ha transitado entre soñadores planes sobre el futuro, los viajes que juntas organizaremos cuando todo esto pase y las descargas de todas contra el desorden de la casa, el teletrabajo, los hijos y los maridos. Ayer, sin ir más lejos, una tuvo un momento de desahogo y nos confesó que por primera vez estaba pensando en la posibilidad de divorciarse. Tiene 3 hijos, todos muy seguidos, y lleva más de veinte años en pareja. Lo que más alegaba es que sentía todo el peso de la casa sobre sus hombros. Su marido es un hombre muy exitoso en lo profesional y antes de la cuarentena pasaba mucho tiempo fuera de la casa, lo que de cierta manera excusaba su ausencia en las tareas domésticas. Pero ahora, que han tenido que estar encerrados juntos, tampoco ha sido un aporte y ella ha tenido que asumir el peso de lo doméstico sola, lo que la tiene agotada y decepcionada.

Y no es la única. Apenas nos mandó el audio con el desahogo, varias comentaron lo mismo. En ese momento pensé –y dije– que por suerte yo tenía un marido que ayudaba en la casa. Fue como una bomba atómica. “¿Cómo que ayuda?, si es su responsabilidad”, dijeron varias. El debate se abrió y mientras todas daban su opinión, en la interna me quedé pensando por qué mi comentario había generado tal ruido. Y tienen razón. El origen de ese concepto del hombre que “ayuda” en la casa está en un modelo de familia patriarcal en el que hay una repartición de tareas muy bien definida: el hombre es el proveedor de recursos, la mujer la administradora del hogar. Antiguamente era así. Las mujeres solo se dedicaban a las tareas de la casa y los hombres trabajaban, por tanto el que hicieran alguna labor doméstica se entendía como una ayuda.

Mi mamá, por ejemplo, siempre fue dueña de casa. Crecí en una familia muy tradicional, donde los roles de género estaban muy marcados. Recuerdo que los fines de semana mi papá cocinaba y todo el mundo lo destacaba. Mis tías le decían a mi mamá “qué bueno que Ricardo te ayuda los fines de semana”. Entonces tengo incorporado aquello de que el rol de los hombres en la casa es más de apoyo que de responsabilidad.

Soy consciente también de que las cosas han cambiado. Las mujeres hemos ingresado fuertemente al mundo del trabajo remunerado y es lógico pensar que si entre hombres y mujeres nos estamos compartiendo la carga económica y laboral, también nos repartamos la carga doméstica. Pero a pesar de lo sensato que esto suena, no podemos olvidar que todos –al menos de mi generación para atrás– tenemos una mochila llena de tradiciones en las que las mujeres están asociadas a lo doméstico. Romper con eso es difícil, especialmente en el lenguaje. Porque si bien ese día en el chat dije que mi marido me ayuda, en el fondo entiendo que debiera ser una obligación de ambos y no solo mía.

Sé también que de cierta manera tengo suerte. En mi casa las cosas son mucho más parejas que en la de mi amiga y la de mi madre. Y esto, más que por mí, es porque mi marido fue criado desde la igualdad de género. Mi suegra es de esas madres que no hacen diferencia. Pero mi mamá no, y en ese sentido sé que constantemente tendré que luchar con mis propios fantasmas.

Soledad García (40) es diseñadora y mamá de un hijo.