Fui mamá por primera vez a los 26 años, luego a los 27, a los 31 y a los 33. Jamás me cuestioné si quería ser madre, simplemente lo fui. Y es que crecí con esa imagen. Todas las mujeres de mi familia lo han sido, incluso la única que no pudo ser madre naturalmente, lo hizo a través de la adopción. Para mí, más que una opción, era parte de ser mujer. Así me lo hizo entender mi entorno, nunca vi algo distinto.
Y soy feliz siéndolo. Mis hijos son lo mejor que me ha pasado en la vida y para qué decir mis nietos que son mis ojos. A pesar de lo compleja que es la maternidad, no me arrepiento de mi decisión porque ser madre me hace feliz. Por eso mismo, y sobre todo ahora que hay más mujeres que se cuestionan esa decisión, me pasa que lo veo como algo extraño. Hace poco, en las vacaciones, compartimos con una sobrina que se casó el año antepasado. En la mitad del aperitivo le pregunté cuándo iba a tener guaguita. No se enojó, pero me respondió muy seca, como molesta. Me dijo que no sabía si quería ser mamá.
No le seguí insistiendo porque fue un momento incómodo, pero lo primero que pensé es que estaban mal como pareja. En mi idea de familia el nacimiento de un hijo es el hito con el que de cierta forma se deja de ser solo pareja y nos transformamos en una familia. Además, para mí, un hijo es la mayor expresión de amor que existe.
Después de un rato, ella misma se acercó. Somos muy cercanas y resintió el momento. Me dijo: “Tía, yo sé que a te cuesta entenderlo y que quieres saber las razones de mi decisión, pero no pasa nada. Solo que no quiero ser mamá”. Conversamos mucho rato, me contó que siente la presión social por no querer ser madre, que a la gente le llama la atención, que la juzga. Me dijo también que le decían que se iba a quedar sola, que cuando fuese vieja nadie la iba a cuidar. Pero ella cree que incluso aunque uno tenga hijos eso no lo tiene asegurado y que no se siente capacitada para ser madre, que tiene otros planes.
Creo que por primera vez me cuestioné si efectivamente yo lo había considerado como opción y me di cuenta que no. Sé que son otros tiempos también, pero me parece interesante que las nuevas generaciones no vean la maternidad como parte del desarrollo integral de la mujer. Conversar con mi sobrina me hizo darme cuenta de que está bien al menos planteárselo. Mis tres hijas mujeres son mamás y no sé si ellas se lo habrán cuestionado. Probablemente desde su infancia generé expectativas respecto de la maternidad en ellas también. La llegada de mis nietos fue la culminación de ese proyecto.
Pero no quiero repetir lo mismo con mis nietas. Bueno, lo más probable es que a la edad en que ellas se casen yo ya no esté, pero me gusta pensar que a las mujeres ya no se nos asocie exclusivamente con los roles de crianza y cuidado. Pienso que es como cuando las mujeres de generaciones anteriores a la mía empezaron a entrar al mundo laboral. Yo no estudié, pero sí trabajé un tiempo fuera de la casa y cuando lo hice, me sentí muy bien. Ahora creo que lo mismo sienten las mujeres que deciden y se atreven a no ser madres. Cada generación da un paso. Y quizás mis nietas quieran tener hijos, pero lo de ellas va a ser una decisión y no una obligación como lo fue para mí.
Sonia tiene 64 años y es dueña de casa.