El año 1968 fue uno de los más acontecidos de historia reciente de Estados Unidos: el Dr. Martin Luther King fue asesinado, los estudiantes de la Universidad de Columbia en Nueva York iniciaron una protesta que se expandió por la ciudad, el país y luego por el mundo, Robert F. Kennedy fue asesinado y Richard Nixon llegó a la Casa Blanca. Fue el año también que la misión Apollo 8 salió de la órbita terrestre y es el año en que se ambientó The Wonder Years, una nostálgica serie americana de finales de los ’80 y que se emitió en Chile a principios de los noventa.

El ’68 fue el año en que el protagonista de Los años maravillosos, Kevin Arnold, terminó sus estudios en la escuela elemental y empezó el bachillerato. Kevin era un poco mayor que yo; tenía doce años y vivía junto a su familia en esos clásicos suburbios norteamericanos. Junto a Paul, su mejor amigo, se dedicaban a jugar, andar en bicicleta y a estudiar la anatomía de las mujeres. Paul es un nerd de buen corazón, alérgico a prácticamente todo y junto a Kevin forman una de las duplas amistosas más dulces que haya visto.

Los dos entran llenos de expectativas al terreno “desconocido” de la escuela superior, donde descubren el amor y el deseo. Ahí también se enfrentan a sus pares, a los alumnos más grandes y al mayor desafío de todos: entender quiénes son. La serie es preciosa e íntima no sólo porque retrata muy bien esa compleja época preadolescente, sino porque -a través de un diálogo interior- seguimos el mundo interior de Kevin. No era nerd, ni hippie, ni deportista, ni rockero. Simplemente era dulce e ingenuo, y por eso mismo me enamoré inmediatamente de él. Kevin no quería ser como nadie más, quería ser él mismo.

Como protagonista era inusual. Era tímido, pero también arrojado. Era sensible, leal, directo y no tenía miedo de expresar sus emociones ni de equivocarse. Y, para mí, lo más importante: era un romántico empedernido. El primer capítulo de la serie (que se puede ver traducido en Youtube) está atravesado por el humor y también por la muerte, pero además de esos dos importantes ejes, deja claro que la serie es una gran historia de amor. Un amor intenso, real y adolescente.

Una de las escenas más memorables de ese primer capítulo es el beso entre Kevin y una chica. Ella acaba de perder a su hermano en la guerra de Vietnam y él se acerca a decirle que lo siente. Se quedan un rato sentados muy cerca hasta que se dan un beso. Y uno lindísimo. Recuerdo que, al ver sus bocas acercase, experimenté por primera vez ese nervio-ganas-vergüenza-calor que se siente cuando empezamos a desarrollar sentimientos por otros. Y quise eso para mí.

La chica afortunada que recibe el beso de Kevin es Winnie Copper, su vecina. Ella y Kevin, cuando más chicos, iban al bosque a cazar luciérnagas, pero al entrar al bachillerato apenas se hablan. Es que Winnie se ha transformado en una chica bonita y sensible a la que él apenas reconoce. Obviamente Winnie fue un portal: hizo que me enamorara aún más de Kevin. Porque ella conectaba con su lado más profundo. Me fascinaba su pelo largo, sus tenidas sesenteras, la seguridad en sí misma, a pesar de reconocerse frágil. Winnie era sabia, paciente y empática, cualidades que yo siendo chica nunca tuve, pero que ahora considero claves.

Creo que Kevin fue el primer amor platónico de mi vida. Y por temporadas lo fui siguiendo y fui creciendo con él. Cuando aparecía en pantalla, mi corazón se agitaba. Cuando él dudaba, yo sentía ganas de acercarme y decirle que todo iba a estar bien. Cuando decidía hacer algo temerario, me llenaba de vértigo. Soñaba con que él me tomara de la mano y camináramos juntos por la calle. Creía que con su sensibilidad sería capaz de ver mi belleza interior y amarme por eso. Y aunque nunca pasó, con los años lo vi transformarse en un muchacho hermoso, bueno y profundo.

Mirando hacia atrás me doy cuenta de que esta serie era una verdadera maravilla. No sólo porque cuenta un período histórico muy complejo desde un punto de vista muy simple, sino porque está contada desde el corazón. La historia del crecimiento de Kevin está llena de metáforas: el bosque alrededor del suburbio es la infancia, la casa es la tradición, la guerra de Vientam es la muerte y su proceso de crecimiento está acompañado de personajes memorables, como la hermana hippie que toma anticonceptivos o el vecino héroe que muere en la guerra de Vietnam. Todos representan ideales humanos que él aprende y hace suyos. Y todas fueron razones humanas preciosas para que yo lo amara.