Se puede escribir sobre la soledad de muchas formas y una -quizás la más brutal- es narrar la experiencia personal, pero eso no es exactamente lo que hace Olivia Laing. A esta premiada escritora inglesa le gusta ocupar la vida de otros, principalmente la de influyentes artistas contemporáneos, para hablar de sí misma y entender qué significa ser mujer. Hace años, después de un quiebre amoroso, la autora se vio viviendo en Nueva York, una ciudad de “cemento y vidrio” donde no conocía a nadie y se sentía incapacitada de conectar con otros. Y según cuenta, fue el arte lo que la salvó.
Después de semanas sin hablar con nadie, visitó el antiguo Whitney Museum y se encontró frente a un cuadro de Edward Hopper en el que aparecía retratada una mujer sola. La pintura la llenó de preguntas. ¿Qué significa sentirse sola si realmente estamos siempre solas? ¿Por qué está tan mal vista la soledad? Ese día, salió del museo preguntándose quiénes, antes de ella, se habían sentido aislados en Nueva York. Armó una lista de artistas visuales que habían explorado este concepto y así nació Ciudad solitaria (2016), su tercer libro, una preciosa colección de ensayos que mezcla con la biografía de creadores en Nueva York durante el siglo XX. Más que un estudio sobre las artes visuales, es una potente reflexión sobre los estigmas sociales y la lucha por ser una misma.
Laing suele mezclar su propia experiencia con sus ideas teóricas. En este caso, la de su aislamiento con la condición de soledad. En Ciudad solitaria su propósito era mirar con otros ojos un término que está socialmente estigmatizado. Y lo hace sin miedo. Siendo muy joven abandonó la carrera universitaria de literatura y se lanzó a vivir experiencias personales extremas. Hoy desprecia la fama y le interesan los personajes olvidados, intensos y excéntricos. Le gusta abordarlos desde sus heridas. Ha escrito distintos ensayos, desde el suicidio de Virginia Woolf a propósito del paisaje que rodea el río donde se ahogó, hasta un estudio sobre cómo el alcohol iluminó a autores como Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald y Raymond Carver, siempre trenzándolos con su propia biografía.
Uno de sus múltiples talentos es narrar sin ningún adorno. Su prosa es limpia, sus observaciones son sencillas y sus descubrimientos brillantes. Es estudiosa, clara y poco pretenciosa. Por eso cuando en 2018 publicó su primera novela, las expectativas eran altas. Crudo cuenta la historia de Kathy, una mujer que -como Olivia- es crítica de arte y está a punto de contraer matrimonio. Acompañamos a la protagonista desde los preparativos hasta el día en que se casa, pero este no es un libro sobre el estrés de organizar una fiesta, sino que una radiografía de la angustia contemporánea de ser mujer. Kathy observa desde su teléfono cómo los líderes del mundo se amenazan por Twitter y lanzan misiles, mientras desaparecen las mariposas Emperador.
Y es que según Alexandra Schwartz, una de las editoras del New Yorker, lo que hace Laing es narrar los preparativos de su matrimonio, pero también el Apocalipsis. Y los dos están presentados como hechos tremendamente reales e inevitables. Si antes Olivia Laing, que ha trabajado como editora de la sección de libros de The Observer y actualmente es columnista de The Guardian, se valió de la vida de otros artistas para hablar de la suya, aquí esa dinámica se invierte. Su mirada es de una brutal honestidad y a pesar de que podría sonar pesimista, no lo es. A través del arte ella encuentra siempre belleza y una salida. Mientras el mundo se está acabando, comenzamos a entender realmente qué significa el matrimonio tanto en la novela como en su vida personal, marcada por la muerte y la soledad. Y ese descubrimiento es precioso.
Crudo (2019), Olivia Laing
Alpha Decay, 128 páginas
En librerías, La Casa del Libro y Amazon.