La razón por la que tu hijo adolescente no quiere hablar contigo
No es una novedad que la adolescencia –periodo que se manifiesta desde los 10 hasta los 19 años y que se divide en tres etapas- se presenta con un desafío importante para la mayoría de los padres. Se trata de una etapa que se caracteriza por la búsqueda de la identidad propia y en la que muchas veces los padres suelen ser desplazados, pero la buena noticia es que ese distanciamiento del adolescente es absolutamente esperable y normal.
Según explican desde la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Chile, en la primera etapa, conocida como adolescencia temprana (de los 10 a los 13 años), existe una intensa amistad con personas del mismo sexo y edad y una notoria baja de interés hacia los padres. En la etapa media (de los 14 a los 16 años) es cuando hay un periodo de mayor acercamiento y participación con los pares y es la época de máximo conflicto con los padres. Y en la tardía (de los 17 a los 19 años) disminuye la importancia del grupo de amigos y se retorna a estar emocionalmente cercanos con la familia.
Primero hay que normalizar. Esta etapa se caracteriza por la separación de ambos y el trabajo más importante de los adolescentes es el de la identidad. Y para diferenciarse y construir su propio camino, es primordial y sano una cierta lejanía. Ellos necesitan crear algo propio, distinguir qué les gusta y formar sus opiniones. Empieza a generarse un yo diferenciado al que se les ha mostrado y los pares, como consecuencia, terminan siendo los que van a sostener. Son sus nuevos referentes”, explica la psicóloga clínica Viviana Sosman (www.vivianasosman.cl), especialista en adolescentes y adultos.
Para la especialista, la clave está en no forzar esta unión, pero que los padres demuestren estar disponibles para contener si es que su hijo los necesita. “Ser padre de un adolescente es un acto creativo. Hay que medir la distancia que tiene que ser ni tan cerca, ni tan lejos. Sin lugar a dudas es la época más complicada, pero también es súper enriquecedora. El desafío está en estar constantemente alerta a ciertos momentos en los que los hijos abren la puerta para cierta complicidad. Porque el adolescente necesita acercarse y alejarse y que sus padres puedan estar disponibles”, dice.
Sin embargo, aunque sea importante respetar esa distancia natural, también existen algunas técnicas para que aquellos momentos de apertura no sean tan excepcionales y que, de alguna u otra manera, el hijo adolescente sienta que los padres son una figura de apoyo y confianza.
Ser discretos: cuando los adolescentes cuentan algo que les atormenta o les preocupa, los mayores suelen verlo como un tema propio de la edad y le restan importancia. Tanto así que hasta en algunos casos los padres terminan comentándolo públicamente. Esto es un grave error. “Si un hijo se acerca para hablar sobre algo que considera importante y privado, los padres deben ser muy discretos. No pueden ir y contar porque lo que un adulto puede considerar normal, para el adolescente puede ser un gran secreto. Hay que ser muy cuidadosos, respetarlos y tomarlos con seriedad. Porque aunque aún no sean adultos, tienen su intimidad y de hecho hay que potenciar y cuidar esa privacidad. Un caso muy típico es el de la primera menstruación. La mamá le termina comentando al papá y él la sorprende con algún gesto amable, como flores, al día siguiente. Aunque las cosas se pueden comentar con la pareja, ambos deben respetar que su hijo no lo quiera hacer público”.
Dejar de lado la crítica: es importante ofrecer ayuda para resolver ciertos problemas, compartiendo el punto de vista de los padres, pero sin la intención de criticar el del hijo o tomarlo como si fuese menos válido. “Lo que hay que hacer es reforzar sus recursos propios e invitar al adolescente a exponer su opinión. Hay que preguntarle qué le parece y no dictar cátedra, sino que sugerir consejos. A nadie le gusta que lo critiquen y mucho menos a quienes están forzando su identidad y buscan sentirse validados. Sin embargo, si hay conductas de riesgo, los padres tienen que poder establecer ciertos límites. Además, los adolescentes tienen que sentir que conversar es algo útil y para eso es importante pensar en conjunto. Lo primordial es potenciar sus capacidades y la mejor manera de hacerlo es respetando su punto de vista”.
Negociar las normas: esto no quiere decir que los padres tengan que ceder, pero sí que los hijos sientan que tienen un espacio para la negociación. “Si un hijo pide salir y llegar a las dos de la mañana –por ejemplo– pero los padres quieren que llegue a la 1, pueden buscar un punto intermedio. Esto es importante porque si el adolescente siente que siempre le van a decir que no, va a terminar mintiendo y alejándose aún más. Hay que llegar a un consenso, tener flexibilidad y darle espacio a la opinión del hijo, siempre y cuando esto no implique un riesgo”.
Aprender a soltar: en muchos de los casos, los padres necesitan controlar lo que están haciendo sus hijos por miedo a que cometan errores y eso les implique sufrir en el futuro. Sin embargo, esto es algo que, aunque cueste, hay que soltar. “El dolor es parte del desarrollo humano. Si alguien nunca se ha equivocado, no tendrá las herramientas para enfrentar esto cuando le pase. La frustración es sana a veces y todos necesitamos aprender de la experiencia. Hay que dejar que los hijos desarrollen sus propias estrategias porque en algún momento de la vida se caerá y tienen que tener habilidades para volver a pararse”.
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