Lecciones en telemedicina, la herramienta que se está masificando

Telemedicina Paula



Llevaba alrededor de tres semanas de aislamiento voluntario y cuarentena cuando, el día de Pascua, amanecí con un lado de mi cara hinchado. Me preocupé, por supuesto, pero preferí no ir a urgencias, pues en medio de la crisis del Covid-19 pensé que lo mejor sería esperar a que se pasara solo. Pasaron las horas y no solo seguí hinchada, sino que empeoró y empezó a dolerme mucho. Pasé la noche buscando en internet si es que me estaba muriendo o no, y al día siguiente decidí hacerle caso a los mails que me manda a diario mi Isapre, y pedí, con muchas dudas, una hora para una teleconsulta.

Me atendió una doctora que me revisó la cara a través de la cámara del computador y concluyó que era muy probable que tuviera paperas. Para tener certeza me tenía que ir a hacer un examen de sangre, pero mientras hablamos virtualmente, ella respondió todas mis dudas con amabilidad y profesionalismo. Al finalizar, me envió la orden de examen al correo. Lo mismo que hubiera pasado si pedía una hora en un centro de salud, pero sin exponerme ni exponer a otros al contagio. Claro, evidentemente en la consulta me hubiese podido tocar y examinar más detalladamente, pero la solución para despejar las dudas hubiese sido la misma.

La Organización Mundial de la Salud define a la telemedicina como “el suministro de servicios de atención sanitaria en los que la distancia constituye un factor crítico, realizado por profesionales que apelan a tecnologías de la información y de la comunicación con objeto de intercambiar datos para hacer diagnósticos, preconizar tratamientos y prevenir enfermedades y heridas, así como para la formación permanente de los profesionales de atención de salud y en actividades de investigación y evaluación, con el fin de mejorar la salud de las personas y de las comunidades en que viven”.

Resulta que la telemedicina -que un comienzo miré con resquemor porque pensaba iba a ser como hablar con un call center de la salud-, no es nada nuevo y tiene mucho sentido en un país como Chile: largo, con zonas aisladas y extremas y donde los especialistas suelen estar concentrados en la Región Metropolitana o sus alrededores. Sus primeras pruebas aparecieron en 1993 tras un proyecto piloto en el que participaron la Universidad Católica y el Hospital Dr. Sótero del Río en el que se comparó los diagnósticos tradicionales con el telediagnóstico y el desarrollo de métodos óptimos de colaboración a distancia. Cinco años después, la Clínica Las Condes estableció una conexión con Juan Fernández a través de correo electrónico; y en 2003 se dio inicio al proyecto Argonauta con la esperanza de llevar la telemedicina a la Antártica.

A nivel nacional, el Ministerio de Salud implementó el servicio de tele electrocardiología en 2004, y un año después creó el Centro de Asistencia Remota en Salud para la Región Metropolitana, que tres años más tarde se amplía a todo el territorio nacional. Pero 2020 quizá ha sido el año en que más ha salido a la luz pública con la aparición del coronavirus y el llamado a quedarnos en casa, convirtiéndose en un gran aliado para nosotros, los pacientes y para que expertos en el área de la salud no dejen de lado las otras áreas que también requieren atención. Actualmente, son 29 las especialidades que se pueden atender a través de este formato y abarcan áreas desde la Nefrología hasta la Pediatría y la Dermatología, dejando de lado otras que sí o sí requieren ser presenciales, como Ginecología en primera consulta, Otorrinolaringología y algunas subespecialidades de Oftalmología.

En el caso de pacientes oncológicos, en la Fundación Arturo López Pérez (FALP), llevan un buen tiempo implementando este sistema, llegando a casi mil pacientes en el último mes. “Para los pacientes esto es un alivio, especialmente si deben viajar a otra ciudad para ver a su especialista”, explica el doctor Inti Paredes, coordinador de telemedicina de la FALP. En el caso de los pacientes oncológicos, el especialista explica que esta herramienta es un gran aporte, especialmente luego de ser diagnosticados, pues es ahí cuando surgen muchas dudas que implementando este sistema se pueden resolver sin tener que volver a una consulta. “Por otro lado, para las personas con la enfermedad más avanzada es un riesgo salir de sus casas, por lo que para ellos también es un aporte”, complementa.

Desde el punto de la dermatología, la doctora Carla Muñoz explica que pacientes con acné, rosácea y dermatitis, por ejemplo, no son considerados como urgentes, por lo que se ha tomado la decisión de posponer muchas visitas y controles. “El problema es que pasa el tiempo y se suma estrés emocional, por lo que estas enfermedades tienden a empeorar y requerir ajustes en su tratamiento. También hay pacientes que durante la pandemia presentan condiciones agudas y requieren de atención pronta, pero no califican para ir a un servicio de urgencia ya colapsado por pacientes con patologías respiratorias”, explica, refiriéndose a personas con quemaduras superficiales, dermatitis alérgicas o irritativas recientes, urticarias agudas, entre otras.

Estos pacientes, por tanto, son candidatos perfectos para una teleconsulta, pero, según Muñoz, es necesario que cumplan con ciertos requisitos, que son contar con una ficha médica, utilizar una plataforma tecnológica y garantizar la privacidad del acto médico. “Las recetas se pueden enviar digitalmente para que el paciente las imprima o las muestre desde su dispositivo en la farmacia, con la excepción de las recetas retenidas que deben ser emitidas físicamente”. Esto último, de todas formas, se puede solucionar, ya sea retirándolas en la consulta luego de una hora virtual, y en el caso de quienes viven en otras ciudades se pueden enviar a través de mensajería certificada.

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