¿Qué similitudes ves entre la crisis de 1982 y lo que vivimos ahora?
A grosso modo, veo que se comparte la precariedad que tiene Chile en cuanto a estabilidad laboral. En 1982 se estaba poniendo a prueba un nuevo modelo económico instalado por la dictadura, en donde todo se sostenía por lo laboral: si no tenías trabajo te quedabas sin comer porque no había un soporte del Estado. Actualmente estamos en una situación similar. El hambre durante años ha estado escondida bajo cuotas de crédito y endeudamiento y existe un sistema laboral informal que determina día a día si la gente come o no. Las crisis quitan las máscaras y aparece el hambre, aparecen las ollas comunes que son una forma de organización propia de las mujeres para mantener a las familias y al núcleo social. En las crisis se evidencia que la pobreza se concentra en las mujeres, porque en Chile existe una enorme cantidad de familias monoparentales con mujeres que sostienen solas sus hogares. Al igual que en el 82, ahora se juega algo profundo, que tiene que ver con develar la desigualdad brutal entre quienes tienen para comer y los que no. Ni siquiera es desigualdad en acumulación de bienes, sino en condiciones de sobrevivencia. Hay que poner ojo a eso y preguntarnos cómo es posible que se viva una crisis similar a los 80, siendo que antes estábamos en dictadura y ahora no. Hay un espejismo en el supuesto progreso, que oculta falencias básicas bajo la alfombra.
¿Qué rol tenían las mujeres que vivieron el hambre en los 80?
Las mujeres históricamente han tenido poco acceso al poder, a la toma de decisiones y a un buen trabajo, entonces han dependido mucho de la comunidad que las protege y las redes secretas de apoyo entre ellas. Esa ha sido la forma de resistencia ante la violencia física y estructural que sufren. La creación de ollas comunes fue parte de esa red informal de resistencia, que refuerza el sentido comunitario en vez de lo individualista –asociado a una cultura patriarcal–, pero al mismo tiempo muestra cómo se les carga a las mujeres el deber de alimentar a sus familias. La lógica de las ollas comunes tiene que ver con una responsabilidad histórica que sienten las mujeres: soy importante en mi casa, soy importante en mi barrio y en mi comuna y en mi país. El gesto de sacar la olla a la calle es muy político, porque implica una apropiación del espacio público para mujeres que no tuvieron acceso a este por muchos años. Y es un aporte concreto, directo, no discrimina a nadie, es propositiva y le da un sentido al estar juntos. Siempre son las mujeres y siempre en contextos de crisis y en poblaciones, porque en los sectores más acomodados los vecinos se organizan para hablar de los portonazos o la delincuencia.
¿Qué lecciones de crisis pasadas podemos incorporar a nuestro presente?
No se pueden maquillar la crisis y quitarles la complejidad que tienen. La crisis del 82 marcó el inicio de una serie de protestas de diferentes sectores que encaminaron un proceso hacia la democracia, pero no hay que olvidar que no fueron la razón para que Pinochet renunciara. Los políticos cooptaron las fuerzas de las protestas para hacer la concertación entre partidos de centro izquierda y sacaron a la ciudadanía de al medio: la vuelta a la democracia fue un pacto político, que es justamente lo que se le critica. Lo que explotó en octubre fue ese hastío hacía la política transicional. En los 80 se homogenizaron las demandas, cuando en realidad lo que buscaba la ciudadanía en esa crisis no era solo derrocar la dictadura. Si bien eso era lo que los unía a todos, había demandas de muchos sectores: trabajadores, mujeres, estudiantes, visiones sobre cómo querían la democracia. Quedaron fuera de ese pacto muchas voces. Una lo ve, por ejemplo, con las feministas de los 80, que para tener un lugar pactaron con la concertación y crearon el Sernam, una institución que no tuvo ninguna relevancia ni poder en los 90. Por eso creo que la principal lección es entender la diversidad de demandas y perspectivas que confluyen en la crisis que vivimos. No se trata solo del coronavirus, no se trata solo de la crisis económica: es el hambre, es la vejez, la salud, el acceso a bienes básicos, las demandas de las mujeres, y así hemos visto que van apareciendo visiones.
Como historiadora que has estudiado procesos dolorosos del pasado, ¿qué es lo que te remueve de la época actual?
Una como historiadora sabe que la historia constantemente entra en crisis, que ha muerto mucha gente y que el ser humano es frágil, pero es distinto estudiarlo que vivirlo y vivenciar desde adentro el huracán, donde todo es incierto en una sociedad que pone la vista siempre hacia el futuro. Creo que en la sociedad actual vivir una cuarentena es mucho más complejo que en otras sociedades, porque antes la ambición por el futuro no era tan predominante. Nos quitaron un tiempo (el futuro), pero me parece una oportunidad para nivelar cómo nos relacionamos con los otros tiempos, para que convivan de forma más armónica y equilibrada el pasado, el presente y el futuro.