Natalia (27) decidió pasar la cuarentena con una de sus mejores amigas porque justo unos días antes del encierro, su pareja de hace 6 años terminó su relación y ella sentía una profunda angustia por vivir esta etapa sola. Claudio (45) llevaba mucho tiempo sin trabajo y en un estado de depresión y en la cuarentena vio la posibilidad de reinventarse, armando un emprendimiento de delivery. Andrea (32) comenzó la cuarentena muy asustada porque iba a tener que compatibilizar trabajo y maternidad en un pequeño departamento. Con el paso de las semanas se fue acostumbrando al nuevo ritmo de vida, y actualmente siente miedo del momento en que todo vuelva a la normalidad porque ha valorado profundamente compartir este espacio con sus hijos.
Así como Natalia, Claudio y Andrea, hay más personas que después de casi dos meses de confinamiento parecieran haberse acostumbrado a esta nueva forma de vivir y ahora sienten miedo de volver a lo anterior. El psicólogo de Clínica Santa María, Juan Pablo Westphal, explica que esto ocurre porque una de las grandes características del ser humano es su capacidad de adaptación. “Ante los cambios y las diferentes dificultades las personas se van adaptando. Esa capacidad le ha permitido a nuestra especie sobrevivir hasta esta época. Si las personas no nos adaptáramos, probablemente hace rato que nos hubiésemos extinguido”.
Esta capacidad de adaptación permite que ante las situaciones difíciles salgamos adelante. Pero no implica que no sea complejo. “Es normal y muy esperado que ante los cambios sintamos de entrada temor, rechazo o al menos cierta incomodidad, porque naturalmente lo que intentamos es predecir lo que viene. En ese sentido es lógico que a muchos les haya causado temor y angustia la cuarentena, porque era una experiencia nueva y no sabían lo que implicaba. Pero como somos seres que nos adaptamos, con el paso de las semanas nos encontramos con que esta nueva realidad funciona y ahora sentimos temor frente a un nuevo cambio”, agrega Westphal.
¿Síndrome de la cabaña?
Se conoce bajo este nombre a un estado anímico, mental y emocional que se ha estudiado en personas que, tras pasar un tiempo en reclusión forzosa, han tenido dificultades para volver a su situación previa al confinamiento. El término provendría de experiencias de cazadores en Estados Unidos que se refugiaban en cabañas del bosque frente a alguna tormenta o peligro determinado, animales salvajes por ejemplo, que luego, aún cuando aparentemente ya había cesado el peligro tenían miedo a salir.
El psicólogo y docente de la Universidad Diego Portales, Felipe Matamala, dice que este fenómeno se podría dar ya que la pandemia ha tenido un largo alcance. “Nuestros hábitos o los que teníamos hasta marzo de este año, cambiaron rotundamente y van a seguir cambiando, por lo menos durante un año más. Es lo que se prevé. Ya no podremos salir a la calle sin mascarillas u otras medidas se seguridad porque existe el riesgo de contagio. Eso implica que nuestro cotidiano se reformuló y entonces al haber un riesgo en el exterior, es probable que las personas sientan miedo o cierta fobia a volver a salir y tengan la sensación de que es mejor quedarse en casa, como en una suerte de refugio seguro”.
Además, según Juan Pablo Westphal, aquí pasó otra cosa que ha sido vital y es que “al estar trabajando en la casa, empezamos a compartir con las personas que queremos y a tener más tiempo, porque no hay que olvidar que en las grandes ciudades se nos va mucho tiempo en los traslados. Por primera vez tuvimos la opción de vincularnos a tiempo completo con nuestros seres queridos, y si bien en algunos casos eso generó estrés al comienzo, ahora de a poco se empieza a ver como una ganancia. Nos adaptamos a estar juntos y nos hicimos conscientes de las falencias que tenía nuestra vida previa a esto, como que llegábamos tarde y cansados del trabajo y no nos vinculamos con nuestra familia o que no teníamos espacio para otras actividades y ahora sí”.
Pensar ahora en volver a una rutina previa implica entonces volver a adaptarse, es decir, elaborar pautas y formas de asimilar esta “nueva” experiencia. Matamala explica que es como “sufrir tres momentos de cambio: primero asimilar la experiencia del encierro, elaborar mecanismos para adaptarse a esa realidad; luego el proceso en que te adaptas a esta realidad, que es acostumbrarse a vivir en casa, donde cada uno elabora una suerte de mundo interno a nivel psíquico; y finalmente cuando toca salir, que es otro tiempo, hay que readaptarse nuevamente. No solo a la espacialidad, sino que a las formas e interpretar la realidad, y eso requiere de tiempo. Son todos periodos que implican estrés”.
Y si bien, suena complejo y difícil, también se puede tomar como un aprendizaje. “Estamos muy acostumbrados a controlar todo lo que nos pasa, necesitamos de ciertas rutinas, saber lo que va a ocurrir mañana. Solemos proyectarnos mensual o anualmente y eso hace que inconscientemente estemos intentando controlar la realidad. Pero la realidad nos ha mostrado otra cosa, y es que nada depende solo de nosotros. Asumirlo genera ansiedad, pero también es una oportunidad para comprender y habituarnos a que no podemos planificar tanto el futuro”, concluye Felipe.