"Con Alejandro nos conocimos cuando teníamos 17 años a través de una de sus hermanas, que era mi compañera en el colegio. Cuando ella nos presentó nos caímos bien y nos dimos cuenta de que, en realidad, nos habíamos conocido por primera vez mucho tiempo antes, en la enseñanza básica y en otro colegio al que yo solo alcancé a ir unos meses. Pololeamos y cuando cumplimos 21 años, decidimos casarnos. Ese matrimonio lo celebramos en grande, con una fiesta en el campo y con hartos invitados.
Estuvimos 15 años casados y tuvimos 3 hijos juntos. Pero luego, por distintos motivos, nos dimos cuenta de que, a pesar de que teníamos mucho cariño el uno por el otro, ya no funcionábamos como pareja y decidimos divorciarnos. Cada uno continuó con su vida por su lado. Seguíamos teniendo contacto. Para mí él siempre sería parte de mi familia porque era el padre de mis hijos.
Los niños crecieron, yo tuve una pareja y él incluso se casó con otra mujer. Hasta que a fines del 2019 uno de nuestros hijos se enfermó. Estuvo varios meses hospitalizado en distintas clínicas, pero nadie lograba dar con un diagnóstico certero de qué era lo que le pasaba. Fueron tiempos muy duros para todos nosotros y como papás tuvimos mucho miedo de lo que podía pasarle. Finalmente, entre todos los tratamientos que probaron los equipos médicos, algo funcionó. Y todavía sin tener un panorama claro de qué era lo que estaba mal con su cuerpo, comenzó a recuperarse lentamente.
De todos esos de meses de angustia y ese proceso tortuoso salió algo bueno: nos unimos muchísimo como familia. Y mi entonces exmarido y yo nos dimos cuenta de que queríamos volver a darnos una oportunidad para estar juntos como compañeros y como pareja. El amor estaba todavía ahí y por eso durante el verano de este año decidimos volver a casarnos. Ambos somos personas religiosas y para nosotros era importante sellar el vínculo formalmente, incluso si habíamos estado casados una vez, tenido hijos juntos y siendo ya los dos adultos.
En febrero empezamos a planificar cómo sería nuestro segundo matrimonio. Yo tenía la imagen en mi mente de volver a festejar con una ceremonia en el campo y al aire libre. Quería hacer una celebración durante el día porque me interesaba que pudiese participar toda la familia –incluidos los niños– más que tener una fiesta de noche con música fuerte. Pero por esos mismos días comenzaron a escucharse las primeras noticias del virus que ya se expandía por China y otros países de Asia. Ya a mediados de marzo teníamos más claro que la posibilidad de celebrar un matrimonio con una fiesta que reuniera a la familia completa y a los amigos era cada vez más lejana.
Cuando se decretó la primera cuarentena en Santiago supe definitivamente que la fiesta tendría que esperar, pero no por eso mi matrimonio. Con mi marido lo conversamos y para los dos era importante dar este paso para volver a estar juntos, así que acordamos posponer la fiesta pero no la ceremonia. Nuestra hija mayor nos preguntó por qué la urgencia, por qué no simplemente volver a vivir juntos y casarnos después cuando pudiésemos reunirnos con todos nuestros amigos y familiares para celebrarlo como nos gustaría hacerlo. Pero para nosotros casarnos tiene un significado mucho más allá de la celebración y eso es algo que también queríamos transmitirles a nuestros niños.
A pesar de que nuestro matrimonio fue con solo cinco invitados –nuestros 3 hijos y 2 testigos– organizarlo durante una pandemia no fue sencillo. Conseguir una hora con el oficial del Registro Civil ya era una tarea complicada y tuvimos la suerte de que una amiga nos puso en contacto con uno en nuestra comuna que tenía dos horas disponibles. Mi amiga me avisó el martes que nuestras alternativas eran casarnos el jueves de esa misma semana o el sábado. Optamos por el sábado para ganar algo de tiempo, avisarle a nuestros cercanos que nos casábamos y que el matrimonio se transmitía por Zoom.
El día de la ceremonia el novio y yo salimos a hacer las compras muy temprano porque entre el trabajo y la cuarentena no habíamos tenido oportunidad de abastecernos de nada. Compramos una torta y algunas cosas para comer algo rico ese día. Durante la semana con mi hija habíamos preparado un arco de globos para formar una especie de altar en nuestro living. A pesar de que no había nadie más que nosotros, la ceremonia se transmitía en vivo y queríamos que se viera impecable. A las 13.30 en punto llegó el oficial del Registro Civil y los invitados estaban todos conectados, vestidos para la ocasión. Incluso varios con aperitivos en la mano. Nadie llegó tarde a la ceremonia, ni siquiera la novia.
Todo funcionó perfecto. Para mí era importante que nuestra familia y nuestros amigos estuviesen presentes incluso si solo podía ser a través de la pantalla. Mi primer matrimonio fue con una fiesta, muchos invitados y un vestido de novia precioso. Mi segundo matrimonio con Alejandro fue en nuestra casa, solo con nuestros hijos presentes y nuestra familia a la distancia. También de blanco, pero con un vestido sencillo que me prestó una amiga".
Isabella Riquelme tiene 46 y es vendedora de seguros.