En 2012, el Ministerio del Trabajo y Previsión Social, el Ministerio de Desarrollo Social y la Organización Internacional del Trabajo desarrollaron en conjunto la Encuesta de actividades de niños, niñas y adolescentes (EANNA), con la finalidad de conocer la magnitud del trabajo infantil en Chile. Hasta la fecha, se trata de la única medición que indaga en esta realidad nacional.

En ella se dio cuenta que de los 3.328 millones de niños, niñas y adolescentes que habían por ese entonces, 229.000 se encontraban ocupados –definido por la encuesta como aquellos que tenían entre 5 y 17 años y realizaban alguna actividad económica por al menos una hora a la semana o que tenían un trabajo al cual volver– y de esos, 219.000 participaban en trabajos infantiles, es decir trabajos prohibidos o social y moralmente indeseables para ciertas edades.

También se reveló que de los niños, niñas y adolescentes ocupados, 94.000 tenían entre 5 y 14 años y 135.000 tenían entre 15 y 17. En promedio, trabajaban 16 horas a la semana. De ellos, 155.000 eran niños y 74.000 eran niñas. En cuanto a los que realizaban trabajo infantil, 9 de cada 10 estaba en un trabajo considerado peligroso. Y la mayoría trabajaba en el comercio minorista y la producción agropecuaria. Un porcentaje significativo también estaba en el sector de construcción y en servicios domésticos. En este último sector, la mayoría eran niñas. Y es que, aun cuando casi la totalidad de la población infantil y adolescente ejercía este tipo de actividades (un 88%), eran mayoritariamente las niñas las que realizaban estas labores, destinando además una mayor cantidad de horas en ello; en promedio, 21 a la semana.

Es este el indicador en el que se han detenido los especialistas que además estudian la división sexual tradicional del trabajo. Porque da cuenta de que la división se reproduce a lo largo de todo el ciclo de vida. Y, junto a ella, las problemáticas que perpetúan las desigualdades de género.

La cientista familiar y directora del Centro de Estudio de Investigación sobre la Familia de la Universidad Finis Terrae, Valentina Ilic, fue una de las encargadas de diseñar e implementar, en 2015, la estrategia nacional contra el trabajo infantil, llamada Crecer Felices. Según explica, si se analizan las cifras de la EANNA, a primera vista se puede ver que hay más niños que niñas en el trabajo infantil. Pero únicamente porque realizan trabajos que son más visibles y fiscalizables, tales como los que tienen que ver con el sector del comercio, el sector agrícola y trabajos que están en la esfera pública. En esa esfera, explica, hay más opciones de observar y por ende de reducir la participación de menores.

El problema es que la realidad del trabajo infantil de las niñas suele pertenecer a la esfera privada, vinculado a la casa y al trabajo doméstico y de cuidado, labores que de por sí son poco medibles y fiscalizables. Además, hay muchas más niñas insertas en las peores formas de trabajo, que son aquellos que tienen que ver con la explotación sexual comercial –en la actualidad, las niñas representan el 20% de quienes están en la trata de personas–, distintas formas de servidumbre y el trabajo forzado.

“Estas tres peores formas de trabajo, como las denominamos, son muy difíciles de investigar y erradicar. Entonces hay que tener ojo con quedarse únicamente con las cifras que dicen que son más los niños que las niñas en el trabajo infantil. Todas las cifras que se refieren a fenómenos complejos tienen que ser mayormente profundizadas. Estas en particular esconden las desigualdades de género”, explica Ilic. “Porque no se trata solamente de ser menos visibles porque están en trabajos difíciles de fiscalizar, sino que porque los trabajos que realizan están asociados a los roles de género que automáticamente determinan que la mujer –y la niña– debiese estar en el contexto doméstico y, por ende, si se encuentra ahí, es porque se está educando para el futuro. Entonces se genera un círculo vicioso: están invisibilizadas y a su vez se levantan menos alertas respecto al trabajo que realizan”.

Y es que a la base de esto se encuentra la socialización de los géneros y la división sexual tradicional del trabajo. Porque, al igual que para los adultos, las tareas domésticas no son consideradas una actividad económica. Y, por lo mismo, muchas veces pueden no ser tomadas en cuenta dentro del trabajo infantil. Ahí está lo más complejo, según la especialista, porque aunque no se considere como tal, cumple con todos los requisitos; el primero y más importante siendo que interviene en los estudios de aquellas niñas. “A las niñas se las educa para dedicarse a sus hermanos, a la limpieza y a la cocina. Y ahí, a su vez, se puede incurrir en actividades peligrosas. Aun cuando son mayores de edad son las tareas domésticas las que limitan. Lo he visto con mis alumnas en este tiempo. Muchas me han dicho que les toca preparar el almuerzo, limpiar o cuidar del hermano menor, y por eso se les hace más difícil estudiar. Son pocos los hombres que me han dicho eso en estos meses de tele educación”, explica.

Lo más importante que hay que tener en cuenta, según Ilic, es que el trabajo infantil reproduce la desigualdad de género. “También reproduce el círculo de la pobreza, pero por sobre todo la desigualdad de género, porque las niñas que se dedican al trabajo doméstico, una vez que tengan la opción, si es que la tienen, no van a haber desarrollado habilidades que no sean en función de eso. Y el futuro que imaginan tampoco estará asociado a otra cosa”, dice.

Y es que, como explica la Directora de Estudios de ComunidadMujer, Paula Poblete, entre los niños y adolescentes de 5 y 17 años, en todas las actividades de trabajo doméstico, ya sea organizar las comidas, cocinar, limpiar, lavar ropa, y cuidar a otros, son más niñas que niños las que participan. En las únicas actividades en las que los niños participan más, según la encuesta, es en las reparaciones menores, las compras y trámites y el trabajo infantil que tiene una remuneración de por medio.

Lo preocupante de esto, según plantea Poblete, es que esta mayor participación y destinación de tiempo por parte de las niñas a las actividades domésticas y de cuidado implica un costo de oportunidades; lo que le destinan a esas labores se lo restan a actividades de estudio o juego. “Cada vez que, en el contexto de la pandemia, presentamos el aporte del trabajo doméstico y de cuidado no remunerado al PIB, hacemos la conexión con el inicio de esta cadena. La reproducción de la división sexual del trabajo empieza desde la primera infancia; una crianza muy estereotipada –ente los cuentos, juguetes, dibujos animados– que se va estableciendo y que da paso a un camino en el que el trabajo remunerado es para los hombres y el no remunerado para las mujeres”, explica.

Actualmente, las estadísticas nacionales dan cuenta de que el acceso a la educación básica, media y superior es paritaria. Incluso hay más mujeres en casi todos los niveles (incluyendo en los sectores rurales). Aun así, Poblete advierte que en contextos de crisis, en los que se recurre a la tele educación y solamente hay un computador en la casa, por ejemplo, es posible que la asignación de los recursos para la educación esté más enfocada en los niños que en las niñas. “No hay información suficiente como para saber si está ocurriendo actualmente, pero ha ocurrido en épocas anteriores, en las que se prefiere invertir en la educación de los hijos. Hay que tener ojo de que esta situación no se traduzca en más desigualdades de género; hay que velar por mantener el hábito de estudio que no muchos hogares en Chile tienen; y tienen que existir políticas que fomenten que las mujeres vuelvan a estudiar en el segundo semestre y no se queden a cargo de las tareas de la casa”, dice Poblete.

El 12 de junio pasado se conmemoró el Día Mundial contra el trabajo infantil y la Subsecretaría del Trabajo, en conjunto con la Organización Internacional del Trabajo y la CEPAL, presentaron el Índice de Vulnerabilidad al Trabajo Infantil, una nueva herramienta estadística que mide 12 variables –entre ellas la información demográfica, laboral, educacional y étnica– que permite identificar los territorios nacionales más vulnerables al trabajo infantil.

En la presentación se dio cuenta de que de las 345 comunas del país, 81 presentan un índice alto y que entre las regiones más vulnerables, se encuentran las de la zona norte (Tarapacá y el norte de Arica) y la zona centro sur (Araucanía y BíoBío). En ellas los factores de riesgo tienen que ver con el retiro de estudiantes de la educación, principalmente en periodos de cosecha; empleos informales en el sector agrícola; pobreza multidimensional y la cosmovisión en comunidades indígenas.

En cuanto a este último punto, Valentina Ilic, quien actualmente está levantando información sobre las representaciones de los pueblos originarios con respecto al trabajo, explica que uno de los ocho enfoques de Crecer Felices es el de la interculturalidad, por el cual se busca reconocer las raíces sin imponer la normativa por sobre la cultura. “Los estudios tampoco demuestran que en las comunidades indígenas haya explotación laboral, se trata de un imaginario del cual no hay mucho conocimiento. Primero hay conocer la realidad antes de juzgarla”.

Además de los factores de riesgo, se dio a conocer que las comunas con mayor vulnerabilidad al trabajo infantil tienen un porcentaje alto de adultos que no han terminado la educación formal y de adultos que trabajan en empleos informales. Según el Subsecretario del Trabajo, Fernando Arab, la importancia de este índice es tener datos actualizados.

Para eso el Ministerio del Trabajo presentó un Proyecto de Ley –que fue aprobado en general en primer trámite en la Comisión del Trabajo y ahora se está votando en particular– que busca, entre otras cosas, actualizar los requisitos para la contratación de los adolescentes en actividades peligrosas, regular la jornada laboral y multar a los empleadores que contraten niños y niñas para la prestación de servicios personales bajo dependencia y subordinación (multas que van de los 10 a 300 UTM).

Como explica la Defensora de la Niñez, Patricia Muñoz, muchos de las niñas y niños que trabajan lo hacen por la situación familiar en la que están insertos. “Muchos se ven obligados a contribuir a la economía del hogar y con la mantención de mínimos esperables que les permitan alimentarse y vestirse. Estas actividades básicas tienen que estar aseguradas y no se conciben sin una política social que de manera efectiva redunde en el bienestar de estas niñas y niños en sus contextos familiares”, dice. “En particular, las niñas se ven más afectadas porque se llevan las tareas del hogar y esta es una situación urgente porque implica una restricción del desarrollo no solo educacional, sino que integral de sus capacidades”.

Como explica Ilic, el Proyecto de Ley presentado es un avance que reduce la cantidad de horas y aumenta los requisitos para fiscalizar, pero son fiscalizaciones que se pueden implementar en el mundo de lo visible. “Que el trabajo infantil en las niñas sea menos visible y reproduzca las desigualdades de género hay que abordarlo con políticas públicas que consideren los fenómenos sociales desde una perspectiva interdisciplinar. No se trata de algo que pertenezca únicamente a la esfera del trabajo o de la educación, sino que tiene que ver con la pobreza, el género, la salud, la economía y las lógicas de mercado. Trabajar de manera interdisciplinar permitiría llegar a los puntos ciegos”.