No debiéramos sentir vergüenza por estar solas
En 2018 el medio británico BBC realizó un estudio llamado The Loneliness Experiment para el cual se entrevistaron a más de 55.000 personas de todo el mundo y todas las edades. Es, a la fecha, el registro más grande que existe respecto a cómo se vive la soledad y en él se develó que son los jóvenes, y no los adultos mayores, como se suele pensar, los que se sienten más solos. De hecho, un 40% de los encuestados entre los 16 y 24 años reportó experimentar la soledad con mucha frecuencia, versus un 27% de los que tenían 75 años o más.
A su vez, los resultados establecieron una correlación directa entre la discriminación y la soledad –aquellos que completaron la versión de la encuesta para los ciegos e informaron que se habían sentido discriminados en la vida, presentaban mayores niveles de soledad–, y dieron cuenta que del total de los encuestados un 33% se siente solo muy seguido. Esta soledad, señalaron, no tiene que ver con estar realmente solos, sino que con un sentimiento de desconexión con el resto del mundo y sentir que no cuentan con personas que los entiendan. Además, se reveló que aquellos que se sienten más solos tienen más amigos que mantienen únicamente en el espectro virtual; tienen menos expectativas respecto a la amistad y suelen sentirse avergonzados por experimentar la soledad.
¿Por qué hay más personas sintiéndose solas? ¿Y por qué son principalmente los jóvenes? Como explica el filósofo y académico de la Universidad Diego Portales, Martín Hopenhayn, la soledad ha acompañado al ser humano de distintas maneras, pero el relato de la edad moderna se configuró a partir de las concentraciones urbanas y anónimas que se dieron por las migraciones del campo a la ciudad durante la revolución industrial. Luego se le sumaron elementos de la modernidad tardía, como la descomposición de la familia –que ya no parecía cumplir el rol de pilar fundamental o referente en la sociedad– y la descomposición de la vida del vecindario. Y en la medida que ambas fueron perdiendo importancia, el sentimiento de soledad se volvió, como explica el especialista, más recurrente. Pero la soledad que sienten los jóvenes actualmente podría deberse a múltiples factores.
“Por un lado está el fenómeno de las redes sociales. Al no estar siendo corroborados como presencia –mediante los likes o comentarios– se produce un desequilibrio, un auto cuestionamiento y una sensación de segregación. Es posible sentirse un bicho raro con mucha facilidad cuando no hay una constante señal de validación desde afuera”, explica Hopenhayn. “Se trata de una generación para la cual la sensación de no visibilidad va acompañada por una sensación de que algo falla en uno y, por consecuencia, una percepción negativa de soledad. Cuando la comunicación interactiva se trata constantemente de ser audible y visible, el estigma no pasa por verse raro, pasa por no ser visto”.
A su vez, como sugiere Hopenhayn, en un mundo en el que prima un individualismo y exitismo exacerbado, existe no solo un culto al yo, sino que también una gestión de yo. Y en esa gestión, que implica una interacción con otros en la medida que sirvan para lograr las propias metas, estar o sentirse solos es una señal de fracaso y a su vez un augurio de tal. “Si te falla la gestión del yo, es como que te fallara tu proyecto de vida”, explica.
Por último, que los jóvenes se sientan solos en una etapa de vida tan gregaria, en la que además los actos comunicacionales son recurrentes –una persona que está todo el día conectada a las redes se supone que está emitiendo y recibiendo mensajes de manera constante–, puede deberse, según el especialista, a la extrema competitividad. “Hay un poco de narcisismo, y esta probablemente sería la respuesta general. Hay bastante individualismo también, pero lo que más hay es competencia. Los jóvenes están saliendo mucho más capacitados para un mercado cada vez más restringido y cuesta independizarse. En ese escenario, la única opción pareciera ser la de capitalizar las propias capacidades en función de competir con otros. Y los otros pasan a ser funcionales, en la medida que nos sirvan para cumplir una función, o adversarios. En esa lógica es fácil sentirse solos, porque no hay espacio para el afecto”, explica. “Se trata del síndrome de estar rodeados pero sentir soledad. Y un primer factor que hace que uno se sienta solo es no acompañarse bien a uno mismo”.
Y es que, como explica el psiquiatra académicos de la Universidad de Chile e investigador MIDAP, Yamil Quevedo, lo primero que hay que aclarar es que estar solos y sentirse solos no es lo mismo. Estar solos tiene que ver con una decisión personal y apunta a algo práctico: cuántos amigos o familiares tenemos, cómo se constituye nuestra red social y de apoyo y con qué frecuencia interactuamos con ellos. Se puede estar solos por decisión y se puede también estar objetivamente solos.
Mientras que sentirnos solos, o la soledad, es un sentimiento y un correlato subjetivo de estar aislados socialmente. Cuando se instala como condición permanente de vida, ese aislamiento social percibido tiene un impacto profundo en nuestra salud emocional, mental y física e incluso puede aumentar las patologías cardiovasculares y la mortalidad. “La soledad se constituye como un factor de estrés significativo y representa una amenaza a nuestra supervivencia porque somos seres sociales y vivimos en comunidad. Es decir, nuestro organismo la resiente”, explica.
¿Pero cómo se ha configurado el relato de la soledad? Para el filósofo español Enrique Anrubia, en las sociedades actuales la soledad ha pasado a ser un sentimiento y un estilo de vida, pero esto no fue siempre así. Antiguamente, se trataba de un estado de realidad y una forma de ser ajena al ser humano. Solo las bestias y los dioses vivían solos, como explica en su libro La Soledad, y por eso el destierro –o el aislamiento– era equivalente a la muerte. Pero con el tiempo, fue adquiriendo otra connotación: la soledad pasó a ser un sentimiento directamente asociado a algo negativo y se empezó a percibir como una patología. “¿Cómo es posible que en un mundo superpoblado la soledad se haya convertido en un problema? Nos sentimos solos aun estando rodeados de personas, esa es nuestra gran paradoja”, plantea el autor.
O, como explica el psicólogo y académico de la Universidad Adolfo Ibáñez, Cristóbal Hernández, que estemos tan conectados no implica necesariamente que contemos con más personas para compartir la intimidad o ayuda mutua. “Las redes sociales nos ofrecen una mayor posibilidad de contacto, lo que no asegura que establezcamos relaciones de calidad. Los likes pueden confundirse con la aceptación, pero ¿a quién están aceptando? ¿A mí o la imagen que intento proyectar? Las relaciones interpersonales fuertes se cuidan a través de acciones, muchas de las cuales son difíciles de mantener exclusivamente online. La clave está en usar las redes para fortalecer la experiencia social offline, no para reemplazarla”, explica.
Cómo perciben la soledad las mujeres
Uno de los resultados que más llamó la atención de los investigadores de la BBC fue que del total de encuestados que se sentían avergonzados por sentirse solos, la mayoría eran mujeres. La antropóloga y académica mexicana, Marcela Lagarde, explica que desde muy pequeñas nos han formado en el sentimiento de la orfandad: se nos ha hecho, según explica, profundamente dependientes del resto y se nos ha hecho sentir que necesitamos del otro para ser completas. En ese sentido, se ha asociado la soledad a un sentimiento negativo, siendo que en realidad es lo que nos permite generar procesos de individuación que conducen a la autonomía.
Para la socióloga e investigadora del Observatorio de Género y Equidad, Tatiana Hernández, el sistema patriarcal imperante se las ha arreglado para que en estos procesos de desolación y tristeza abunde la nostalgia. Y esa nostalgia se llena con el rememorar a otros, en particular las parejas.
En el libro Manual Ultravioleta: Feminismo para mirar el mundo, la política y autora española especializada en feminismo, Clara Serra, explica que existe una noción social en torno a la mujer sola –que encuentra sus raíces en la mitología griega– que ha sido utilizada históricamente como un dispositivo de control para hacer de las mujeres autónomas e independientes seres sospechosos. Como explica Hernández, a lo largo de la historia se ha mostrado que lo que producen las mujeres solas siempre deviene en tragedia: “Estos mitos mostraban a diosas que no necesitaban concebir a sus hijos con otros, pero todos sus hijos fueron males del mundo. Desde esa construcción mitológica en adelante se establece la idea de que ser una mujer sola genera sospecha. Hay un trato ideológico sobre la soledad que anula que esa experiencia pueda ser positiva para las mujeres. Nos hace depender de la existencia de otros”, explica.
Carla Rojas, coordinadora de Inclusión y Género de la Facultad de Economía y Negocio de la Universidad de Chile, concuerda y agrega que el hombre que está solo es visto como un hombre exitoso que triunfa laboralmente, porque es un sujeto de derecho. Mientras que en la construcción social de los géneros es difícil concebir la posibilidad de una mujer independiente y con autonomía económica y emocional. “El relato social construido para la mujer -y lo que se espera de ella- siempre la ha situado en lo reproductivo y al hombre en lo productivo. Ellos son sujetos de derecho y las mujeres de sometimiento. Y por eso, no somos suficientes. En la universidad, cuando preguntamos qué es ser un hombre exitoso se habla del éxito laboral. A las mujeres exitosas se las proyecta con familia”.
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