LA PREGUNTA

“Soy de una generación que creció con el tema de los estereotipos sobre el peso y el cuerpo de las mujeres muy marcados. Sé que las cosas están cambiando, pero es muy complejo hacer ese salto al amor propio, a que no te importe el peso y el tipo de cuerpo que tienes si durante toda la vida es lo que viste y escuchaste. Al menos a mí me pasó. Con mis compañeras de colegio hablábamos todo el tiempo de dietas y más de alguna vez, siendo una niña, intenté hacer alguna o me salté alguna comida porque me sentía gorda. Ahora que soy mamá de dos mujeres pienso constantemente en que no me gustaría que mis hijas vivieran eso y por lo mismo suelo estar muy pendiente de lo que comen. Intento que coman saludable, pero ellas quieren comer otras cosas. No sé cómo equilibrar ese temor mío a que sufran por no tener el cuerpo que quieren y a su vez entregarles la libertad para que la comida no sea un tema como lo fue para mí”.

Daniela Walker, 49 años.

LA RESPUESTA

Hasta hace veinte años aproximadamente, se pensaba que las madres y padres transmitían a sus hijas e hijos sus genes y que dependía únicamente del desarrollo de los niños, si se activaba uno u otro. Esto hasta que estudios determinaron que en algunas circunstancias los padres también pueden transmitir la disposición para activar o desactivar un gen determinado. La epigenética –una rama de la genética que estudia los mecanismos mediante los cuales el ambiente y las condiciones de vida se almacenan en la composición genética de una persona– determina entonces que no solo se transmiten cuestiones como el color de los ojos o el pelo, sino también la experiencia, es decir, alimentación, estrés o adicciones.

Desde el punto de vista de las constelaciones familiares, esto siempre ha sido una creencia. Esta terapia​ –que toma elementos no reconocidos de la antropología social, la teoría sistémica, psiquiatría y el psicoanálisis–, postula que las personas son capaces de percibir de forma inconsciente patrones y estructuras en las relaciones familiares. Estos quedan memorizados, sirviendo como esquemas afectivos y cognitivos que afectan la conducta.

En ambos casos se concluye que las experiencias de los padres son determinantes en la manera en que las hijas e hijos se relacionan con el mundo. Y el caso de la comida no es la excepción. Daniela Carrasco, directora del Diplomado en Psicosomática y Psicoanálisis de la UDP, explica que es importante hacerse consciente de lo que uno está transmitiendo a los hijos. “Es complejo, porque muchas veces son cuestiones que van más allá de la consciencia, que no razonamos y que se suelen expresar no solo en el lenguaje verbal. A veces una mirada, un tono de voz o un gesto pueden estar transmitiendo esos mensajes aprendidos a corta edad”, dice.

La especialista explica que vivimos en cadena, una generación tras otra y vamos transmitiendo a través de lo que se conoce como genética relacional la manera en que nos fuimos construyendo y particularmente en este caso, cómo se construyó nuestra autoestima. “Entender qué me pasó, por qué tengo ciertos temores o miedos es clave para no transmitirlos, por eso insisto en que la única manera es hacernos conscientes y anticipar esa dificultad que tenemos en relación a la comida, diferenciarlo de nuestros hijos, es decir, entender que es un tema mío y no de ellos, y que depende de mí no traspasarlo”, explica. Y agrega: “En muchos casos, y dependiendo de si es algo ya muy pragmático, lo más probable es que eso se logre con ayuda terapéutica”.

¿Cómo le hablamos a las niñas y niños?

Lo primero que hay que tener en cuenta –según Carrasco– es que si una niña o niño tiene ansiedad por la comida, lo más probable es que la manera de controlarlo sea manejando la ansiedad de su cuidadora o cuidador. “Si me preguntan cómo manejar la ansiedad de los niños, creo que la respuesta es manejando la ansiedad de las madres y padres, porque los pequeños no nacen con esa ansiedad. La comida puede estar relacionada con algo angustiante si por ejemplo se usa como un castigo, como un premio o si la restringen a tal punto que les genere ansiedad y curiosidad”, dice.

“Es importante cómo le entrego la comida, lo que le transmito cuando se la doy, cómo le meto la cuchara a la niña o el niño, qué pasa si no quiere comer, por ejemplo. ¿La obligo o no? No, porque más rato va a tener hambre y va a comer. O al contrario, si quiere comer algo extra, ¿se lo escondo o se lo prohibo? Le puedo estar dando una lechuga a un niño, pero si se la doy cargada de temores, ansiedades o angustias , eso va a ser igual que si le diera un plato lleno de tallarines, porque el niño va a quedar con ansiedad y después va a buscar cómo saciarla. En cambio, si le doy la comida acompañada de una conversación relajada en la que le explico la importancia de la comida saludable y eso se condice con un estilo de vida, ese niño va a metabolizar de mejor manera la comida y no va a tener la necesidad de atracones porque aprendió que puede comer de todo en raciones saludables”, agrega Carrasco.

La nutricionista Paulina López concuerda: “Lo ideal es que la alimentación sea lo más completa posible y no se deben sacar alimentos de la dieta. Muchas mamás y papás de hijas o hijos con sobrepeso hacen restricciones como sacar los carbohidratos en la noche. Eso no se debe hacer ya que ayudan a la saciedad. Lo correcto es controlar las raciones. Lo más importante es que ellos entiendan que tienen que cuidar su cuerpo, no solo se trata de prohibir. Conversar con ellos los hace a ellos también más conscientes de su cuerpo y eso facilitará su relación con la comida”.