LA PREGUNTA
“En el verano me separé y me quedé viviendo con mi hijo de 6 años. Le explicamos lo que había pasado y él se lo tomó bien. Su papá venía regularmente a verlo, hasta que llegó la cuarentena y desde ahí que no lo ha podido ver más que de lejos o por videollamada, porque él sigue trabajando. A eso se le suma que hemos estado solo los dos durante todos estos meses, tiempo en el que no ha visto a sus amigos y perdió sus rutinas. Como consecuencia de esto, he visto algunos comportamientos en él que me preocupan: anda muy irritable y ha tenido algunas conductas regresivas como que se pasa a mi cama. Incluso se ha hecho pipí. Yo supongo que esto tiene que ver con lo que ha vivido, aunque no estoy segura y me gustaría llevarlo a una especialista. Pero cuando se lo comenté a una amiga me dijo que era complejo, porque como son videollamadas los niños no pescan mucho. Por eso quisiera saber si es mejor esperar a que todo esto pase o que comience una terapia online”.
Isabel Fredes, 42 años.
LA RESPUESTA
En este caso en particular se mezclan dos cosas, la separación de los padres y el confinamiento, dos experiencias potentes para un niño. “Los cambios en las conductas que está teniendo el niño parecieran estar mostrando angustia o ansiedad, puede ser miedo o tristeza. Las niñas y niños comunican sus estados de ánimo y preocupaciones a través de diferentes tipos de manifestaciones. Y más allá de este caso, el contexto actual es un escenario en el que las niñas y niños han visto alterada su normalidad: han dejado de ir al colegio de manera presencial, los papás que trabajan han comenzado a estar más en la casa y estos cambios en su rutina pueden interferir en el estado de ánimo de los menores”, explica la Mariela Baquedano, psicóloga infantil de Clínica Santa María.
La psicóloga infantil Alejandra González, concuerda: “Si una niña o niño que, por ejemplo, ya ha controlado esfínter y nuevamente presenta dificultades de enuresis, claramente está con conductas regresivas que se explican por los momentos que estamos viviendo en cuarentena, que aumentan la ansiedad y el estrés en el hogar. Por eso es recomendable que expresen sus emociones y comprendan lo que les sucede. Para esto existen técnicas que una psicóloga podría realizar en una terapia online si se realiza un buen vínculo con la niña o niño”.
Según Baquedano, los signos y síntomas a los que tenemos que poner ojo son los cambios conductuales, somatizaciones como dolores de guatita o de cabeza, insomnio, rabietas, llanto y tristeza. “Incluso cuando se busca apoyo en un profesional es un camino de acompañamiento a los padres que son los encargados de enseñarles a desarrollar sus capacidades y habilidades, a saber cómo relacionarse con el mundo, con otros seres humanos, con la naturaleza, a reconocer sus propias emociones y a expresarlas. Cuando en ese proceso ven que los problemas no se resuelven, que las niñas o niños no quieren hablar y las conductas se mantienen o se van incrementando, entonces es mejor que se apoyen en un especialista”.
¿Es igual hacerlo a través de una pantalla?
Según Baquedano un buen momento para pedir ayuda es cuando consideramos que es necesario, independiente de la plataforma. “El terapeuta infantil respeta los tiempos de la niña o niño y acepta lo que quiera compartir ya sea en la terapia presencial o en el computador. No se le presiona y el niño ofrece una disposición a querer interactuar con nosotros. La idea de una terapia con chicos es que los psicólogos o psicoterapeutas nos transformemos en la voz del niño para poder contarle a sus padres qué es lo que le está ocurriendo”, dice.
Y agrega: “Hay maneras de llegar a conocer el mundo de las niñas y niños, y esto se hace a través de algunas actividades como las pruebas proyectivas que son los dibujos, historias y otros juegos. Cuando son más inquietos cuesta un poco, pero lo mismo que en la consulta presencial, porque ahí también se aburren y se cansan. Lo importante es que los papás apoyen el proceso y, al menos en mi experiencia, hasta ahora la distancia no ha significado ningún impedimento”.
Lo mismo comenta Alejandra González: “Un buen vínculo se forma demostrándole a la niña o niño que está en un círculo de confianza, de aceptación y empatía, en donde ella o él podrá expresar lo que siente con tranquilidad. Esto se logra en las primeras sesiones y se tiene que seguir trabajando y reforzando en las siguientes. Y el juego es un excelente recurso”.